Brasilia, BRASIL - Octubre 2041 (Traducción del portugués/Idioma original)

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Paulo Joacunda estaba sentado en las afueras del Palacio de Planalto. En sus manos tenía un palo de golf que utilizaba para golpear con fuerza el pasto. Tenía el rostro enrojecido y una expresión que mezclaba la furia y la tristeza.

—¡Y lo peor es que tiene razón! —gritó. Su ministro de Guerra, Jacobo Prieto, estaba de pie a su lado. Utilizaba un cubrebocas negro—. ¡¿De qué me sirve tener tanta población si hay un montón de pobres?! ¡Pobres del dominio, que impiden el crecimiento del gigante Brasil! —el palo se hundió nuevamente en el pasto—. ¡Dígame qué hago para mejorar el índice de desarrollo humano! ¡¿Tengo que crear más escuelas?! ¡¿Tengo que dejar de invertir en las fuerzas armadas?! ¡No puedo hacer eso, no puedo permitir que Brasil deje de ser la potencia militar de la región! —nuevo golpe al pasto. El señor Prieto, lleno de paciencia, tenía la mirada perdida en el más allá—. ¡¿Y por qué diablos no tengo científicos competentes que hagan una vacuna?! ¡¿Por qué no me consiguen premios Nobel y hacen que yo me sienta orgulloso de este país de porquería?!

—Paulo, hay miles de cosas que tiene Brasil que hacen que sea una nación de la cual sentir orgullo —dijo Prieto.

—¡Cállate! —el presidente brasileño golpeó nuevamente el pasto. Estaba prácticamente cavando un pequeño pozo—. ¡Ya no tengo ganas de seguir gobernando! ¡Me han tirado el autoestima...!

—¡Paulo, por favor! —gritó Prieto—. ¡Tienes que dejar de ser así, tienes que dejar de permitir que te afecte tanto todo lo que te dicen! ¡¿Dónde está ese hombre fuerte y seguro, que sabe y reconoce el potencial de su país y tiene el objetivo de hacerlo cada día más grande?!

—¡Pues es evidente que ese hombre nunca existió! —gritó Joacunda—. ¡Argentino soberbio, nunca le perdonaré lo que me ha he...!

—Señor Presidente —una de las asesoras del presidente apareció de la nada. Utilizaba un cubrebocas rosa.

—¡¿Qué pasa ahora?!

—Argentina está videollamando.

El presidente brasileño miró a la mujer y se puso de pie enseguida.

—¡¿Qué quieres ese imbécil?! —ladró.

—No lo sé, pero seguro tiene que ver con la vacuna. El presidente uruguayo ha enviado un comunicado de urgencia, donde le advierte que el presidente argentino ya está al tanto de que en Brasil se está produciendo su vacuna —dijo la mujer. Joacunda abrió bien los ojos. Su ministro de Guerra también se veía asombrado.

—¡Ese uruguayo de porquería! ¡Traidor del demonio! ¡Juro que soltaré todas mis municiones en ese microestado lleno de vacas!

—Paulo, quizá lo mejor es que pienses bien qué harás, qué le dirás a Martini —dijo el señor Prieto—. Porque si no te...

—¡Cállate! ¡Yo soy de los que se ocultan! ¡Ya me escuchará ese imbécil! —gritó Joacunda antes de iniciar su camino hacia la Casa de Gobierno. A pesar de que Prieto intentó detenerlo en más de una ocasión durante el trayecto, el presidente se negó rotundamente a escucharlo— ¡Déjenme solo! —gritó antes de entrar en el despacho presidencial. Cuando alcanzó su escritorio, le habló a Sisox—: Responder.

El presidente Martini apareció en la pantalla gigante.

—¿Qué se le ofrece? —interrogó Joacunda acomodándose en su asiento.

—Seguro ya está al tanto de lo que le voy a decir, presidente —dijo Martini con un notable deje de enojo—. Seguramente su cómplice ya le ha informado.

—¡¿Mi cómplice?! ¡Cuando vea a ese uruguayo le sacaré la cabeza en menos de lo que piso a una hormiga!

—No fue él el que me lo contó —dijo el mandatario argentino. La expresión en el rostro del brasilero cambió—. Mi servicio de inteligencia descubrió que usted estaba produciendo las mismas vacunas que la Argentina, y luego encontré un micrófono y una cámara en mi despacho. Uruguay ya está al tanto de que de ahora en más tiene un serio conflicto diplomático con la Argentina, pero considero lo de Brasil aún más grave. Señor Presidente, le voy a solicitar que en este preciso momento deje de producir la vacuna argentina y que me envíe en un vuelo de urgencia todas las dosis que ya ha producido.

El presidente brasileño no aguantó más, se puso de pie, apoyó sus dos manos en el escritorio y gritó:

—¡NO! ¡Olvídese de eso! ¡Brasil seguirá produciendo la vacuna, vacunaré a los brasileños, venderé las dosis restantes y me llenaré de dinero a costa suya!

—¡Paulo, por favor! —el presidente argentino de pronto cambió el trato formal a uno informal—. ¡¿Por qué te comportás de esta forma?! ¡Sabés perfectamente lo que está bien y lo que está mal!

—¡No me digas Paulo! ¡No quiero tener que dirigirte la palabra otra vez!

Martini suspiró, intentando tranquilizarse, pero la furia que experimentaba era realmente inmensa.

—Paulo, si querés que tu país sea una potencia de verdad, ¡encargate de que tus propios científicos produzcan una vacuna original, pero no me robes a mí! ¡¿Qué te creés que va a pensar todo el mundo cuando se entere de esto?! ¡Brasil va a quedar muy mal parado, terriblemente parado!

—¡NO ME IMPORTA! —gritó Joacunda con todas sus fuerzas—. ¡No sos nadie para venir a darme ninguna orden! ¡Voy a hacer todo lo posible para destruirte y no voy a parar hasta que la Argentina no exista y en su lugar haya un mar, al que llamaré Mar de Caca! ¡Y eso será genial, ahora que lo pienso! ¡Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur tendrán otra salida al mar!

—¡Paulo, basta! ¡Dejá de ser tan imbécil! ¡Hacé las cosas bien, no vas a conseguir nada manejándote así! ¡Sólo vas a hundir todavía más a Brasil! —contestó Martini.

—¡Eso nunca! ¡Brasil será siempre mucho mejor que Argentina! ¡Y ahora me tengo que ir, así que adiós!

Dicho esto, Joacunda cortó la comunicación y de inmediato videollamó a Uruguay. 

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