Montevideo, URUGUAY - Enero 2042 (Idioma original)

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Un par de días después, el presidente uruguayo seguía sin poder creerlo.

—Qué susto cuando entró Martini en el despacho de Joacunda —dijo, hablando para sí. La pantalla gigante estaba baja y lo estaba oyendo—. ¡Pensé que sin más le contaría toda la verdad! Es decir, que tengo instalados una cámara y un micrófono en el despacho de ese loco... Pero por suerte no le dijo nada de eso —Sisox revoloteó los ojos. Ya había escuchado varias veces lo mismo—. Ahora... ¡Que sean hermanos! ¡Por Dios, nunca me lo hubiera imaginado! ¡Ya entiendo por qué Joacunda habla el español rioplatense a la perfección, como si fuera argentino!

—Sé, increíble... —comentó Sisox con notable cansancio.

—¡Todo este tiempo peleándose como si fueran enemigos del alma, cuando en realidad son hermanos! Bueno, en realidad es Joacunda el que está loco. ¡Estuvo a punto de bombardear Buenos Aires, de destruir a la Argentina!

—Sí, una locura...

—Pero si son hermanos y jugaban juntos cuando eran chicos con ese cubo de Rubik y no sé qué... ¿Por qué es que se pelearon? ¿Qué habrá pasado en el medio? —se preguntó Alejandro Galván.

—Imposible saberlo... —contestó la pantalla gigante.

—Tengo que saber más de esto... ¡Pero es que Joacunda no dijo más nada! Pero estuvo bastante extraño desde entonces. ¿Y viste, Sisox, que les ordenó a sus fuerzas armadas que se detengan en donde estaban? Están como en pausa. Evidentemente se está replanteando el tema de la guerra.

—Así parece...

—Pero el tema es que si vuelven a hacer una tregua, o si se reconcilian... ¿A dónde vamos a ir a parar nosotros? ¿A dónde va a ir a parar mi querido Uruguay? Todavía tenemos los dólares que nos entregó Joacunda, y los estoy invirtiendo... No hay forma de que nos los saque, ¿no? —dijo el presidente.

—Esperemos que no...

—¡Sisox, por favor, decime algo más interesante!

—No sé qué quiere que le diga —contestó la pantalla—. Ah, espere, me acaba de llegar una noticia de último momento. Sintonice cualquier noticiero, si quiere.

Galván levantó las cejas y sintonizó el canal de su noticiero internacional favorito. Abrió bien los ojos al leer la primicia. Su reportero favorito estaba transmitiendo desde la ciudad de Buenos Aires, con la Casa Rosada de fondo.

—¡No puede ser! —exclamó Galván—. ¡Increíble!

—Y ese hombre, de tanto fumar, debe tener muy dañados los pulmones... —comentó Sisox—. Es una pena.

—¡Dios mío!

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