46. ¿Novios por fin?

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Carolina

Me había prometido no sucumbir tan fácilmente, no quería que esperara tenerme aquí con los brazos abiertos, no quería volver a caer en su cama así como así. Pero mi entereza se derrumbó al igual que sus barreras. Por primera vez Agustín Bernasconi, el cabrón de mi hermanastro, se abría ante mi y dejaba mostrar al de debajo: un simple hombre que tenía miedo de volver a enamorarse, pero que aun así, se dejaba llevar.

Quería decirle sin palabras que yo no iba a abandonarlo, que podía enamorarse de mi, que yo lo amaba. Bueno, resultó un remolino de emociones y sentimientos que acabó en un grandioso clímax, el mejor de todos. No era solo sexo, por Dios que no, nuestras almas hicieron el amor.

Se derrumbó y su peso sobre mi me gustó. No pude evitar abrazarlo, demostrarle que no iba a irme jamás. ¡Como si pudiera! Tendría que hacer mucho esfuerzo para apartarme de su lado después de esta noche. Reí por sonar tan patética, pero juro por Dios que no me importaba. Él alzó su miraba me sonrió y la cara se me iluminó ¿se me notaría tanto enamoramiento? ¿mis ojos delatarían mi plena felicidad? ¿y él? ¿me llegaría a amar de la forma como yo lo amo a él?

Se acercó y sus labios atraparon los míos en un beso cálido y suave. ¿Sería esa una respuesta? De nuevo volvimos a entregarnos el uno al otro.

Estaba sobre él, podía ver el placer su rostro sobre la almohada. Era mío, mío completamente. Tomé su rostro entre mis manos y me miró, quería gritarle que lo quería, que lo amaba y que me amase de vuelta, pero sería apresurar las cosas. Sólo me limité rozar sus labios mientras me movía en círculos sobre su miembro, el gimió y me besó con fuerza. No iba a cansarme de esto jamás. Mordí su labio inferior y gruñó perdiendo el control. Temblamos en brazos del otro, los gritos podían escucharse hasta el pasillo y no me importaba, solo existíamos Agus y yo. Me tomó de las caderas embistiendo una dos tres veces y nuevamente estallamos arrantrandonos por un glorioso orgasmo, esos que solo él sabía darme. Me abrazó suavemente mientas nuestras respiraciones volvían a la normalidad y me abrazó con si tuviera miedo a romperme, era irónico por la fuerza en que me había tomado hacía un momento, pero se sentía tan bien y nunca había sentido nada igual... En ese instante las palabras de mi madre vinieron a mi cabeza:

«Hacer el amor es diferente, entregarte a quién te ame y sepa valorar lo que le entregas, que es algo muy valioso.. Y viceversa.»

Nunca había tenido tanta razón.

***

Horas después los rayos del sol me despertaron, me estiré sobre la colcha y lentamente abrí los ojos. Agus estaba a mi lado aun dormido, su respiración era pesada y por unos momentos solo me limité a observarlo. Sus pestañas eran largas y gruesas, pero lo que más me encantaban eran sus ojos, aunque en ese momento no pudiera verlos, siempre los tenía en mi mente. Su nariz fina y en la punta un poco redondeada era perfecta, le descubrí unos cuantos lunares ahí.. Su labios, uff, su boca hacía maravillas sobre mi cuando me besaba y cuando se curvaban para sonreírme. Su barbilla cuadrada estaba afeitada y no pude controlar el impulso de besarle y besarle de nuevo más y más abajo hasta llegar a su cuello. Sentí que aspiró y se movió.

—Buen día, dormilón.

—Buen día, hermosa —me dio un pequeño beso en los labios— ¿que hora es?

Miré sobre la mesita de noche.

—Las 10 de la mañana.

—Joder, estoy agotado —se estitó sobre la cama pero me atrajo con él, yo reí.

—A de ser el jet lag. En México son las 4 de la mañana.

—O que una personita me mantuvo despierto toda la noche.

Mi Hermanastro | AguslinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora