Capítulo 17.

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Capítulo 17

17- «Pude ver al hijo de Lily y James. Estaban asustados y fue complicado reunirnos, pero Harry... oh, Dios mío, Sirius, es un bebé maravilloso...»

-De Leah para Sirius, 3 de agosto de 1980.

Los ojos de Draco brillaron con más intensidad cuando se cruzaron con Hermione y ella supo que el joven no había reparado en su presencia hasta ese preciso momento. Le devolvió la mirada, tan firme como sus ojos se lo permitían.

El rubio pareció achantarse un poco.

—No quiero problemas, Potter. No más de los que tengo, al menos. Pero el campo es nuestro hoy y no vas a ser tú quien nos lo quite.

Tan solo la presencia de ese trío dorado ya le ponía con los nervios de punta, lo llevaba hasta el límite. El glorioso Potter, que parecía hacerle un favor a todos solo por dignarse a posar una mirada en ellos, el trepa de Weasley, cuyo mayor talento era comer quince alitas de pollo durante la cena y... esa maldita Granger. La joven que había presenciado su mayor debilidad, que lo había abrazado y consolado entre sus brazos como si él fuera un bebé. Jamás nada lo había humillado tanto como recordar el momento de intimidad con esa inmunda sangre sucia.

A regañadientes, Harry sacó un pergamino de entre los pliegues de su capa roja y se lo mostró claramente a Malfoy. En él decía que durante toda la tarde, ellos tenían derecho para entrenar quidditch allí. El documento estaba firmado por McGonagall.

—Lo siento, Malfoy —dijo Harry con aspecto de no sentirlo en absoluto—. Hoy tendréis que entrenar en otra parte. ¿Por qué no os quedáis en las mazmorras y no salís de allí hasta el próximo curso?

Draco se estremeció. Jamás lo habría admitido en voz alta, pero se moría por hacer aquello que decía Potter: encerrarse en la sala común de las mazmorras y no salir nunca más de allí. Apretó los labios, molesto ante la humillación.

—¡Perdeos! —gritó alguien del equipo de Gryffindor que ya estaba esperando a su capitán y había visto a las serpientes cargados con sus uniformes de quidditch.

—¡Eso, marchaos de una vez! —secundó otra voz.

Draco apretó el palo de su escoba y sus nudillos pálidos adoptaron un tono aún más blanco. Miró a Zabini, que se encontraba a su lado y éste asintió con la cabeza imperceptiblemente, comunicándole que la mejor idea era marcharse de allí.

Pero entonces lo hizo, se giró de nuevo hacia Potter y vio a Hermione Granger, observándolo orgullosa, con su piel brillante y los ojos castaños posados en él, como si lo desafiara. Como si se creyera con derecho de mandar sobre él después de lo que había visto. Quiso sacar su varita y apuntar hacia ella, no vacilar ni un segundo antes de lanzar un hechizo. Quiso gritar y liberar toda la tensión que acumulaba en su interior desde hacía años.

Ante la sorpresa de todos, el joven rubio cerró los ojos y murmuró:

—Pronto Él habrá acabado con todos vosotros, malditos traidores a la sangre.

Sólo hizo falta un instante para que Harry y Ron intervinieran, saltando hacia Malfoy como si fueran dos leones atacando a una gacela. Malfoy se armó con su varita, sosteniéndola firmemente con su mano derecha, la mano no vacilaba y Hermione sintió verdadero terror al pensar que en cualquier momento él podía formular un hechizo que no sería precisamente inofensivo. Por primera vez veía capaz a Malfoy de lanzar una maldición imperdonable, de inmolarse a sí mismo de ese modo tan absurdo.

Vio que Harry y Ron estaban a punto de llegar al rubio y también distinguió el rostro oscuro y elegante de Blaise Zabini tratando de evitar el enfrentamiento.

La estrella más oscura. §Dramione§Donde viven las historias. Descúbrelo ahora