24.

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Al ver a Lena quise levantarme y huir pero no tenía las fuerzas. Lo que menos quería era que me encontrara aquí. Se había quedado de pie en la puerta y me estudiaba con la mirada, miró el calentador junto a la pared pero no dijo nada, al contrario se quitó la chaqueta mientras se acercaba. Seguramente hacia mucho calor. Llevaba una camiseta negra debajo y sus muñecas no estaban a la vista. ¿Habría cortes nuevos?

—Oye, eh...
—¿Qué tiene? —murmuró cortando a Becca. Mi garganta se secó cuando se sentó a mi lado.
—Kara ha tenido un problema desde que era pequeña, una enfermedad que es difícil de controlar.
—¿Y qué hace aquí? ¿Por qué no está en un hospital?
—Eso es lo que yo sugerí pero no quisieron hacerme caso —contestó Maggie desde el otro lado. Lena la ignoró y volví a cerrar los ojos. Tenía mucho frío.
—Solo mi madre conoce la manera de...
—¿Su madre dónde está?
—Entiendo que Kara sea importante para ustedes —empezó Alex perdiendo la paciencia, supuse que también se dirigía a Maggie. —Pero sabemos qué hacer en esta situación y ustedes no, así que por favor dejen de preguntar.
—Yo no veo que estén haciendo nada —replicó Maggie. Siguieron peleando pero Lena y yo estábamos en otro lugar. Sentí unos dedos acariciar la palma de mi mano y la observé, con cierta confusión tocaba despacio la piel de mi muñeca y luego el antebrazo.
—Tienes frío —susurró. Se levantó y sin más comenzó a desvestirse. Cuando se quitó el pantalón Alex se acercó.
—¿Qué haces?
—Le daré calor, pueden esperar afuera si quieren.
—No me parece que...
—Me da igual lo que les parezca, Kara se está congelando y lo único que hacen ustedes aquí es empeorarlo todo con sus discusiones.

Se terminó de sacar la camiseta y se volvió hacia mí, no habían marcas nuevas pero las cicatrices eran visibles y los ojos de Alex y Maggie habían caído hasta sus brazos. A Lena no le pareció importar. Becca ya se había ido, creo que enojada. Quise decirle que no hacía falta que hiciera esto pero Lena ya había rodeado la cama y en menos de lo que parecía posible estaba a mi lado.

El cuarto quedó vacío. Solo yo y Lena. Mi cabeza quedó apoyada en su hombro y me permití pasar un brazo por su abdomen. Estaba caliente y era mucho más reconfortante que la estufa. Mis ojos ya no sentían el calor de antes y pude ver, con más calma, las pequeñas marcas de la piel en su pecho. Observé un pequeño collar que antes no había notado. No estaba segura de haberlo visto antes en ella o quizás lo escondía bajo la chaqueta todo el tiempo. Una cadena dorada acababa en un extraño y singular ser. Marcado en chapa un hombrecillo verde con la extraña apariencia de un duende sostenía un bastón y miraba con ojos sabios. Tenía la impresión de haber visto a esa criatura en algún lado pero no sabía dónde.

Su mano derecha frotaba mi brazo bajo las grandes frazadas cuando acerqué mi mano y acaricié el collar.

—¿Por qué estás aquí, Lena?
—No cabe la posibilidad de que me vaya de esta habitación hasta que te recuperes.
—No.
—¿No?
—Te harán daño —suspiré volviendo a cerrar los ojos.
—Otras cosas me hacen daño y no son necesariamente los golpes de mi padre.
—¿Qué otras cosas?
—Verte así.
—No inventes —moví mi brazo y me pareció sentir que rozaba una de las cicatrices de su abdomen. Lena sonrió.
—Cuando estás yendo de aquí para allá no eres consciente de lo bueno que es verte bien.
—No comprendo.
—Desde que te conozco he visto que tienes una manera peculiar de ser feliz. Siempre estás sonriendo y estás activa y llevas un sol en el rostro.
—¿Un sol?
—Es como si un sol brillante te iluminara todo el tiempo. Verte así es doloroso porque no estás riendo con tus amigas en el sofá o avergonzandote por las imaginaciones de Maggie.
—Sobre eso...
—Trata de descansar, Kara. —varios segundos pasaron y respiré hondo casi en su cuello. Me sentía más tranquila.
—Tú eres mi sol amarillo.
—¿Qué dijiste?
—Que no quiero que te vayas —se lo pensó un gran rato.
—¿Kara?
—¿Mhmm?
—Nada, olvídalo.
—Dime qué ocurre —murmuré a escasos centímetros de su rostro. Mi cuerpo podía seguir doliendo pero Lena llamaba toda mi atención. Se lo pensó un rato, creí que no volvería a hablar cuando me miró otra vez.
—Te lo diré cuando estés mejor.
—No lo harás y aprovecharas que olvidaré la mitad de esta conversación.
—Cuando te diga lo que quiero decirte quiero que estés totalmente consciente y seas tú misma. Así que espera.
—Estoy consciente.
—Estás media consciente.
—Media consciente —repetí. Por mi mente muchas cosas se mezclaban y me hacían irme de la realidad. —Maggie tiene razón.
—¿Sobre qué?
—Yo también te prefiero a ti antes que a Mike.

My Yellow Sun; Supercorp.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora