CAPÍTULO V ARREBATOS

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Niflhei, ciudad de Gilgamesh, año 103 de la "Nueva era".

Descendió del caballo haciendo un esfuerzo descomunal por no caerse, mientras su escudero tomaba las riendas del corcel. Un Rey no podía quedar en ridículo. En su paso por Lorelei había fijado la vista en la brújula solar y estuvo un buen rato tratando de acordarse de qué manera funcionaba. Y ahora, entrando a la ciudad helada, al fin recordó que la sombra solo direccionaba hacia el este u oeste. Su charla con el recién designado Virrey no había sido del todo agradable, nadie de la fortaleza de Kyoga querría pasar sus días en el desierto helado, y estaba consciente de que lo que debería tomarse como un honor, era tomado como un insulto y una degradación, y más por un hombre orgulloso y huraño como Talo. Las puertas de tres capas de metal de Gilgamesh se abrieron permitiendo el paso de la escolta real. Quzah estiró las piernas, desprendió de los ganchos del gorjal de su espalda, la capa púrpura y se dispuso a un andar tranquilo, pero a su vez imponente, caminaba como un Rey debía hacerlo, con el señorío como una manta que lo envolvía por completo.

Suyai desenredó sus cabellos azulados con los dedos y miró a Quzah comer. La chimenea humeaba un color cobrizo de los troncos de alerce rojo y las brazas chispeantes continuaban calentando la sopa que bebían con unos cucharones de plata, mientras un juglar y un bufón animaban la velada.

—Podría hacer que uno de mis mejores cocineros lo hiciera, pero me gusta cuando mis invitados son importantes, brindarles la hospitalidad de mi propia mano. Mostrar que no soy un desvalido por ser el Señor.

—Solo quisiera un poco de silencio mientras como. —Pidió Quzah con amabilidad.

—Es suficiente. —Ordenó Suyai y los hombres se retiraron, el juglar dejó de tocar la cítara y el bufón dejó de cantar desafinando en cada nota.

En la mesa del comedor real de Kyoga, Quzah estaba acostumbrado a otra cosa, hablar con sus hijos, enseñarles cómo se reinaba sobre un pueblo rebelde o sumiso, sobre una guerra o un asedio de desgaste. Los banquetes se cocinaban desde muy temprano, y a la hora de servirse parecían verdaderas obras de arte. "Lo que cada cual se servía en el plato debía terminarlo, no podía levantarse de la mesa hasta no acabarlo", esa regla de oro para sus hijos les ayudaba a recordar que la comida no se tiraba y que la austeridad era el arma más importante de un Rey. Y jamás permitía que se regaran las comidas con vinos o cervezas que enlentecieran los sentidos, sus hijos debían estar atentos a todo lo que se hablara en la mesa. Allí aprendían a ser los hombres y mujeres que debían ser.

—La gloria y el poder son lo más añorado por los débiles. Yankton, Piraha y Khoisan fueron débiles siempre, sus hijos son débiles y todos los que sobrevengan serán débiles... —Afirmó Suyai—. Intentarán invadir la ciudad y morirán a las puertas de ella una y mil veces.

—No puedo reinar en paz, ni hablar de ella en el norte de mi reino, si en el sur se están matando por un odio que es más viejo que el mundo. El tiempo no transcurre tanto para ser vivido, como para ser olvidado... ¿Cuánto pueden sostener este odio?

—Todo el tiempo que sea necesario sostenerlo, como ve, el odio no pesa...

Suyai era un hombre de treinta y tres años, pero con el carácter de un viejo amargado. Siempre vistiendo pieles de animales albinos sobre una saya o jubón de lino o de seda de color blanco, le gustaba el contraste que el blanco lograba con el azul de su cabellera y el rojo intenso de sus ojos.

—Lo he recibido como a un invitado, pero aquí nadie más que yo da las órdenes, pueden todos los ejércitos de Kyoga, Niflhei y Musspell intentar invadirnos y todos quedarán sepultados en la nieve junto a los que antes lo han hecho —respiró para seguir hablando—, nosotros mantendremos el pacto que ha existido por siglos: pagamos impuestos a Kyoga y Kyoga nos da maderas, seda, cebollas, aceros, cervezas y quesos, pero aquí todo Rey de Kyoga es un invitado más. Dejamos que la gente crea la mentira del imperio para que Gondwana no se caiga en los pedazos que falsamente la sostienen.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora