CAPÍTULO XLIV LADRONES Y PRINCESAS

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Reino de ciudades libres de Sukavati, principado de Vasanta, año 122 de la "Nueva era".

—¿Qué haces aquí? Si te atrapan te matarán. Fue un error llevarte a esa boda, no debí exponerte de esa manera. Te amo, no quiero que nada te suceda. —Dijo Victoria abrazando a Medr con pasión y besándolo desesperadamente.

—No me importa.

—¿Qué haces aquí? —Insistió con la pregunta.

—Soy un ladrón, vine a robarte. —Se iluminó el rostro de Medr con la sonrisa blanca y perfecta de la Princesa. No pudo resistirse y la besó con ímpetu, ella quiso salirse, pero él la presionó contra su cuerpo apretándola contra el tapiz de la pared, la muchacha sintió su hombría dura en la entrepierna por debajo de las ropas y luego de algunos besos, suspiros y jadeos se sintió húmeda y lo apartó de sí.

—Por favor, te amo, no quiero que nos encuentren antes de que acceda al trono, no podré protegerte antes de ser coronada, ya tendremos tiempo para estar juntos. —Dijo Victoria con cautela.

Medr se apartó entendiendo lo que la Princesa le estaba diciendo. La besó por última vez apretándole una teta con la mano y acariciándola en la punta, y se fue. Descendió por uno de los pasillos de Vasanta y cayó volcando un orinal, de los que se colocaban en las esquinas y que luego se los recogía y utilizaba en el teñido de telas.

—¡Allí está! —Gritó el soldado mientras emprendía la carrera. Uno más apareció por detrás de Medr y dos más venían por delante, sin darle opción a que corriera por el pasillo hacia ningún lado. Sabía que, si intentaba huir, los soldados no dudarían en matarlo y de hacerlo, no tenía muchas posibilidades de escapar, por no decir ninguna. De modo que levantó sus brazos abriendo las palmas y se dejó conducir en dirección a los calabozos.

El Comandante alzó la vista hacia el edificio real para tratar de determinar de dónde había descendido el hombre que sus soldados llevaban.

—¡Un momento! —Ordenó el Comandante. Se acercó al prisionero y comenzó a olerlo—. Es un perfume muy fino el que lleva puesto.

—Soy un hombre respetable, creo que me confunden con alguien más...

El Comandante cortó con una daga corta que llevaba al cinto, una pieza de la camisa de Medr.

—Esta ropa es muy costosa, cuando me liberen, veré que usted la pague.

—Llévenselo. —Ordenó estridente.

La tienda del perfumista estaba en el centro de la ciudad. Las estanterías de madera y vidrio albergaban cientos de perfumes de diferentes tamaños y precios. El Comandante entró en la tienda y el hombre viejo se puso de pie, algunas señoras nobles estaban deleitándose con las nuevas fragancias del escaparate más caro del lugar.

—¿Reconoce esta fragancia? Señor. —El Comandante le alcanzó el trozo de tela al perfumista.

—Es una de las fragancias más exquisitas que existen.

—¿La reconoce? ¿Es suya?

—Por supuesto que es mía, la reconocería, aunque me cortaran la nariz, de ninguna manera podría olvidarla, la hice para mi clienta más importante. —Aseguró el perfumista con orgullo.

—¿Quién sería esa clienta?

—La futura Princesa...

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora