CAPÍTULO LXVIII SIN CICATRICES

5 1 0
                                    

Imperio de Kyoga, ciudad de Kyoga, año 128 de la "Nueva era".

Los barcos de Rudiano arribaron al puerto de Kyoga, y los soldados descendieron encabezados por Ankalli. Llegar al castillo era algo difícil, pero no para uno de los comerciantes más ricos de la ciudad, el oro compraba guardias, senescales, cancilleres, comandantes y mayordomos. No tardaron mucho en ser recibidos por uno de los más influyentes de los consejeros reales: el Magister de Armas, General Rahab.

—Yo soy... —intentó presentarse Rudiano.

—Sabemos quién es, sus tretas para evitar pagar los impuestos de aduana son tan famosos como sus barcos transportando criminales y objetos robados. —Interrumpio el General Rahab.

—Soy Ankalli Jefe y Señor de Carahue, traigo mi ejército para ponerlo al servicio del Emperador Crono.

—Muy bien —dijo el General— su contribución no será olvidada, sus hombres quedarán bajo mi mando a partir de ahora.

—Mis hombres solo me obedecen a mí, y yo marcharé junto a ellos cuando conozca las estrategias del consejo, yo soy el Señor de Carahue, solo debo obediencia al Emperador, ningún soldado me da órdenes o dispone de mis hombres, ahora vaya de inmediato e infórmele a Crono que estoy aquí.

El General Rahab se sintió ofendido y miró a Rudiano, que agachaba la cabeza, avergonzado por el desparpajo de Ankalli, pero a su vez contento por ponerlo en su lugar. No se sentía amenazado, hasta donde sabía, el Gobernador de Carahue tenía más hombres que los que se veían en Kyoga.

—Me parece que a estos capitalinos no les gusta que se les hable de esa manera. —Aconsejó Rudiano.

—Le agradezco el consejo, el haberme traído, y el ayudarme a entrar al castillo. Puede irse si lo desea. Sus servicios ya están pagos ¿No es cierto?

—Absolutamente, espero volver a verlo.

Rudiano estrechó la mano de Ankalli.

—Nos volveremos a ver.

Salió del castillo escoltado por dos mercenarios que contrataba cada vez que entraba en la ciudad, su lugar era el puerto. Ahí era el hombre más importante, el más poderoso. En la ciudad era tratado como un criminal solo por ser rico.


Puerto de Kyoga.

Era una locura creer que luego de diez años, alguno de los que habían partido a la cacería de dragones pudiera regresar con vida. Era tal y como Skadi lo había sospechado, todo era una farsa estúpida.

Sin embargo, el viaje que ella planeaba emprender no era para nada similar.

Rudiano era un hombre cálido y amable proveniente de una de las familias más ricas de Kyoga. De ojos del color de la noche y piel como la tierra seca, con pequeñas manchas tan tenues que parecían transparentar, mandíbula de roca y nariz ancha. Su familia era dueña de una de las flotas de navíos más amplia de Gondwana y él las administraba prodigiosamente. Pero tener a una Princesa en su despacho era más que un agrado para él.

—Siéntese Princesa.

—Ya no soy Princesa, mi padre ha muerto y si él no es Rey, ni Emperador ¿Cómo yo puedo ser Princesa?

—Fue una cortesía, dispénseme si la he ofendido.

—Vayamos a lo que nos interesa.

—Muy bien Señora. Dígame ¿qué es lo que a mí me interesa? —Había una cierta ironía en su pregunta y Skadi no la recibiría de buena gana.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora