CAPÍTULO IX SOBRE EL PAPEL

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Reino de Luyef, ciudad de Keops, año 104 de la "Nueva era".

Luyef era un reino de extensos campos sembrados y gran actividad comercial. Entre los habitantes del puerto Kudel, nobles y señores, todos juntos sumaban una de las más amplias flotas pesqueras que recorrían el mar de Iumâ hasta las costas de la Isla Alejandría. Sus vastas praderas de pastos tiernos que permitían de igual manera la pastura de animales como así también la utilización del suelo para el cultivo, enriquecían tanto a los señores como a los arrendatarios. Habían desarrollado un sistema de riego abriendo canales artificiales del río Verdandi que atravesaban las zonas sembradas y obtenían una excelente producción de granos y frutos, aunque estos últimos no podían compararse ni por lejos con los de Sukavati. La mayor parte de sus bosques habían sido talados para la utilización de la madera en la construcción de cabañas y muebles, pero los principales consumidores de madera eran los astilleros cerca del puerto.

El arte era preponderante en todo Luyef, se apreciaba ya en sus formidables estructuras arquitectónicas como en las pinturas que exhibía el palacio real en su interior. El castillo de Keops estaba construido sobre las cimientes de una no muy pronunciada formación de rocas, se podía divisar desde allí cualquier sitio de la ciudad. Alrededor la conformaban una serie de conjuntos de edificios y patios de piedra, con enormes canteros que refugiaban plantas decorativas, helechos, rosas y amapolas. Contaba en el recuesto con siete escalinatas talladas en las rocas sólidas y descendía por el otero convirtiéndose en un poblado de casas entejadas hacia el sur y en aldeas de vistosas cabañas hacia el norte.

—¿Qué hace Señora? —Preguntó la mujer. Estaban viviendo los tres en una habitación no muy amplia, que alquilaron a un posadero ni bien llegaron a Keops. Le habían advertido que de ninguna manera aceptarían vivir en el piso de arriba de la posada donde las prostitutas recibían a sus clientes. De modo que el hombre los condujo a una propiedad que poseía a unas pocas calles de allí. Más acorde para una antigua Reina de un reino inexistente.

—Ya no soy Señora, solo Maahiset —corrigió—, escribo las crónicas de lo que ocurrió en Pie del Valle.

—¿Por qué lo hace? Usted todavía no se ha ido de Pie del Valle, usted está aquí, pero en realidad está allá. Debe dejarlo ir. Empezar de nuevo aquí en Keops, encontrar nuevamente su camino.

—Me corresponde porque fui la Reina y debo dejar constancia de lo que pasó con el espejo, con Pie del Valle, con las criaturas y con las cuatro bestias que el Mago encerró dentro de esas serpientes.

—Y eso ¿de qué servirá? —Las preguntas de la mujer no eran insultantes, sino más bien, apacibles, como si intentase hacerla ver una verdad que la antigua Reina desconocía.

—No me toca a mí juzgarlo, solo decir la verdad, las generaciones venideras se encargarán de ello.

—Cuando hable de bestias de la oscuridad encerradas dentro de serpientes y de espejos mágicos, nadie creerá que es la verdad.

—Sin embargo, lo es... —Maahiset comenzaba a perder la paciencia, los viejos podían ser muy molestos cuando se lo proponían.

—¿Cómo se llamará? ¿Ya tiene un título?

—No lo sé, ¿qué sugieres? —La Señora de Pie del Valle dibujó una sonrisa falsa, que le salió bastante bien para ser una barda que no mentía.

—¿Qué fue más importante: la caída de Pie del Valle o la llegada del espejo?

Maahiset continuó escribiendo sin responder a esa pregunta. La mujer la dejó en paz y se fue a sentar sobre una silla de madera apostada en el balcón de la casa, descorrió los cortinados corroídos y agujereados y se quedó viendo a la muchedumbre de Luyef, era una ciudad bastante tranquila y pintoresca. Pero sí, mucho más fría y desanimada.

Hacía poco menos de un año que estaban en Keops y todavía no había podido encontrar a ningún habitante de Pie del Valle entre los luyefenses. Era una ciudad muy grande para poder saber de todas las personas y además, seguramente, si algún barda estaría viviendo allí, sería el campo el lugar adecuado donde buscarlo.

Terminó de escribir las crónicas. No era mucho lo que tenía que contar, los hechos se redactaban por sí solos...

Llamó al libro: "La maldición del espejo de Pie del Valle". Y lo llevó a la biblioteca. Los bibliotecarios lo recibieron y le prometieron transcribir dos copias, una de las cuales estaría siempre dispuesta para cuando ella la solicitase. Quizás ese era el cierre que necesitaba, ahora podía dejar atrás todo lo que tuviera que ver con Pie del Valle. Empezar a vivir sin la responsabilidad de tener a todo un pueblo sujeto a su mando y bajo su tutela. Empezar a ser libre. Que sus decisiones no afecten a nadie más que a ella.

Pero no sería sencillo. Ella había nacido para eso. Ella era Maahiset, hija de bardas, Señora de Pie del Valle, de no ser por ese espejo y esas bestias, su reino se hubiera convertido en uno de los más grandiosos. Había nacido para ser Reina, para tomar decisiones. Recordaba cada detalle de los años anteriores a la llegada del espejo, su abuela había insistido en que los riegos eran un insulto para los dioses, que debían "esperar la lluvia". Y ella ordenó que se dragara el río Aker, y se crearan canales para que la tierra se mantuviera húmeda y no se perdieran cosechas enteras por las sequías. Gracias al regadío mediante este sistema de canales y de la noria, fue tanto lo que se cosechó, que pronto se pudo financiar la construcción de un acueducto que llevara agua directamente desde el manadero de Alümapu a las letrinas de toda la villa, a los bebederos y riegos de cultivos. Ella había nacido para eso. Y ahora debía soltarlo...

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora