Reino de ciudades libres de Sukavati, ciudad de Sukavati, año 106 de la "Nueva era".
El castillo disponía de cuatro altas torres en sus vértices, rodeado por una muralla almenada y espesa, con grandes ollas sujetas a caballetes gigantes que en tiempos de asedio eran llenados con pez hirviendo para repeler a los enemigos. La puerta principal estaba hecha completamente de alerce rojo, salvo el rastrillo de rejas dobles aceradas. A diferencia de Pa-Hsien o Nubia que contaban con una inmensa caballeriza y un ejército vasto, Sukavati no poseía una guardia de muchos hombres, por lo que la protección del Rey estaba sustentada en la seguridad de su fortaleza impenetrable. La ciudad concentraba el poder en las trampas y armas, y en la forma en que estaba construido el castillo. La primera estructura que hacía de barbacana tenía salientes de maderas puntiagudas de sefirots de mil inviernos, duros como el metal. Durante la construcción se había mellado un hacha por cada punta de madera que se logró. Los herreros debían afilar todo el día para poder adelantar el trabajo.
Era un reino relativamente nuevo en comparación con los demás, que llevaban siglos de historia y ciudades monumentales, sin embargo, su organización, aunque muchos no la aprobaban, nunca les había traído revueltas internas. Por sus escasas aptitudes para la guerra, se abocaron más al comercio. El oro llegaba de las minas de Vasanta al mercado más grande del mundo, junto con los caballos, que eran verdaderos cargueros de madera, ya que durante el invierno se necesitaba mucha, y la mejor provenía de los Bosques Eternos de alerces y sefirots de mil inviernos. Descargaron una gran cantidad en la forja de monedas y continuaron su camino luego de cobrar un precio muy atractivo. Sukavati había sido el primer reino en crear una moneda única para todo Laurasia y además se ocupó de hacerla conocida también en Gondwana, donde a veces tenía más valor que las propias monedas de Kyoga. El Rey Toar, observaba detenidamente la manera prodigiosa con la que los herreros forjaban las monedas. Los forjadores sacaban del fuego el metal fundido, para luego vaciarlo en moldes con varios huecos circulares conocidos como flanes, los ponían entre dos troqueles metálicos con símbolos grabados, y de un golpe de maza pesada, los símbolos quedaban impresos sobre las monedas que luego iban a ser utilizadas en todo el mundo.
Toar era un muchacho de veinticinco años, y aunque era muy joven, ser Rey de un reino de ciudades libres no le representaba demasiadas complicaciones. Por eso pasaba mucho de su tiempo jugando con la pequeña Selket, su única hija. Había cumplido los cuatro años días atrás y Toar le había regalado una toga verde que le combinaba con los ojos. Iba a ser la Reina. En Sukavati no existía ninguna ley que le prohibiera a una mujer acceder al trono.
El Rey de Sukavati vestía siempre una túnica talar verde, un verde similar al que tenían las orugas de los Bosques Eternos y unas botas de cuero blanco. En ocaciones formales llevaba las manos enguantadas. Su piel era áspera como la corteza de un árbol y su cabello tenía una pulcritud parecida a la de los cabellos mojados. Selket era olvidadiza y frágil, y siempre quería vestir del mismo color que su padre, ese verde tan particular y que tanto le gustaba. Una paloma más blanca que la nieve de los bosques de Pa-Hsien se posó en el hombro de la niña como si se tratase de la rama de un árbol. Caminaba por entre los pastos y la tierra húmeda. No era la primera vez que desaparecía de los ojos de su padre. Una vez salió a jugar en dirección a los bosques y fue encontrada recién al día siguiente, durmiendo en los pastizales y cobijada por las almateas.
Miraba al cielo entre los árboles tratando de oírlos respirar y susurrar entre el silbido del viento.
—Aprovechan el viento para conversar. —Dijo la voz de un niño a sus espaldas.
—¿Tú también puedes oírlos? Sabía que yo no estaba imaginando cosas... —Expresó Selket con sorpresa.
—¿Cómo te llamas? —Preguntó el niño.
—Selket y ¿tú?
—Me llamo Uneg. —Respondió el muchacho sujetándose la oreja con la mano.
—Y ¿de dónde eres? —Selket era muy curiosa e insistente y le habían gustado los ojos azules del niño.
—No lo sé, de aquí, del bosque... —Se encogió de hombros.
—Pero... ¿de dónde es tu familia? ¿Tus padres?
—Yo soy de aquí, no tengo familia.
—Vives solo aquí en el bosque y ¿no tienes miedo por la noche?
—¿Por qué habría de tenerlo?
—No lo sé ¿no quieres venir al castillo conmigo? Yo soy una Princesa.
—¿Qué es ser una Princesa?
—La hija de un Rey.
—¿Qué es ser un Rey? —Preguntó el niño. No terminaba de comprender.
—Alguien por el que todos se inclinan.
—¿Para qué se inclinan?
—Supongo que para saludar.
—¿Acaso el Rey es un enano?
—¡Mi padre no es un enano! —Gritó Selket, ya la habían aburrido tantas preguntas.
—Y entonces ¿para qué se inclinan para saludarlo?
—No puedo explicarte todo, se supone que todos saben que debes inclinarte ante el Rey. —Contestó Selket con voz grave.
—Pues yo no me inclinaré, a menos que sea más pequeño que yo.
—¿Vendrás conmigo al castillo o te quedarás aquí?
—Me quedaré aquí, si quieres oír lo que los árboles hablan, ven mañana antes del atardecer, si no hay mucho viento, hasta podrás entenderlos...
—Eso es mentira... pero vendré de todos modos...
Selket regresó al castillo, los guardias le permitieron la entrada con un saludo informal, ella sonrió como siempre, como su padre le enseñara.
—Padre... —Dijo la niña al entrar. La mirada de su padre no era agradable. Una mueca de enfado le tensaba los músculos de toda la cara.
—Antes que digas cualquier cosa, no me gusta que te ausentes del castillo sola, te he dicho cientos de veces, si vuelves a hacerlo voy a tener que castigarte y no quiero hacerlo. —Regañó Toar con el ceño fruncido. La niña agachaba la cabeza penitente—. Ahora dime. —Quiso oírla Toar, esperando algún petitorio.
—¿Podré casarme pronto?
—Pronto no lo creo, debes esperar un poco más, todavía no he arreglado una boda apropiada para ti o ¿qué? ¿Ya quieres casarte?
—Sí, quiero hacerlo. —Respondió Selket con firmeza.
—¿Con quién? —Sonrió Toar.
—Con un chico que conocí en el bosque.
—Un niño del bosque... y ¿quienes son sus padres?
—No tiene, o eso dijo.
—Una Princesa no puede casarse con un niño del bosque sin familia, no es propio...
A Selket esa noticia no le había caído bien. Según su padre no podía casarse con quien amaba. «Mi padre no sabe de casamientos.» Llegó a esa conclusión. «Si supiera algo, estaría casado».
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Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)
Fantasía(COMPLETADA)-El heredero al trono ha sido desterrado a un reino lejano y deberá regresar a reclamar lo que le pertenece mientras se enciende la montaña y se inicia las cacerías de dragones de las cuales nunca nadie ha regresado en los últimos mil añ...