CAPÍTULO XII CANCIÓN PARA DORMIR

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Imperio de Pa-Hsien, ciudad de Pa-Hsien, año 105 de la "Nueva era".

Salvo en el invierno, donde los días eran demasiado cortos, Pa-Hsien era siempre luminoso a pesar del aura sombría que recubría a todos los pueblos del reino y más a quienes vivían en el templo.

Recordó los gritos de su padre cuando cerró esa celda para siempre, mientras afilaba el diminuto cuchillo contra una piedra de roca-de-gema. No había vuelto allí desde entonces. Quizás había sido un alivio haber perdido la llave y dejar todo eso en el olvido. No necesitaba a esos animales, las bestias de la noche mantenían a la gente temerosa y las hacía pensar en otro enemigo, un enemigo común que desviara la atención de sus acciones.

La niña de Kaltesh ya tenía varios de esos cuchillos clavados en el abdomen, piernas y hasta uno en la mejilla. Había dejado de suplicar desde que el primero se le ensartó un poco más arriba de la rodilla derecha. No eran lo suficientemente largos como para matarla, pero sí para hacerla delirar de dolor. Las heridas le latían como el corazón, y la agonía parecía interminable. Si continuaba clavándole cuchillos, la desangraría y allí todo acabaría.

Lamastu entró sacudiendo su barriga y riendo a la habitación real, tenía la cabeza recién afeitada como se exigía a todos los sacerdotes y vestía siempre una larga toga roja de bordes dorados, entrelazada en su espalda con finos cordones de cuero de almatea, y envuelta en un ceñidor de hebilla de oro, tapado casi en su totalidad por la prominente barriga.

Odiaba que el Emperador no tuviera dos guardias en su puerta «Idiota, se cree inmortal» —pensaba mientras observaba la daga clavarse al costado de la oreja de la niña aterrorizada y agónica.

—¿Puedo? —Preguntó Lamastu estirando su mano. Bolthorhn le entregó el cuchillo y fue a servirse un trago de vino en una copa de metal con incrustaciones de jade y zafiros vasantinos.

—Termínala, ya no me divierte. —Reseñó el Emperador mientras bebía.

—Una kalteshi, hace tiempo no teníamos una tan bonita y tan pequeña. —Se saboreó el Sacerdote—. ¿Cuántos años tienes? —La niña no respondió.

—Tiene dieciséis —dijo Bolthorhn, y eso enfadó a Lamastu que quería arrancarle la respuesta a golpes. Se acercó con furia a ella y le ensartó el puñal en la entrepierna. La niña se desplomó sin que las ataduras la dejaran caer y sintió un dolor tan terrible que le hizo girar los ojos hacia atrás y perder el conocimiento. Bolthorhn se echó a reír mientras Lamastu lamía la boca y nariz de la muchacha.

—¿A qué has venido a mis habitaciones privadas? —Preguntó el Rey ansioso y recio.

—Tenemos tres recaudadores que no han regresado, eso significa...

—Sé lo que eso significa... ¿Qué dice Vilu? —Interrumpió prepotente.

—El general dice que son las Criaturas de la Noche, ellas no entienden el gravísimo crimen de robar o asesinar a un recaudador. —Explicó Lamastu tratando de disimular el odio que sentía por ese Rey, Emperador o simplemente un maldito.

—Que se reúna conmigo en la noche, que me espere en el comedor principal. —Ordenó el Rey.

—Sí Señor.

—Y llévate esto de aquí. —Señaló al cuerpo que estaba más cerca del cadáver que de una mujer.

—Señor. —Reverenció el Sacerdote. Cortó las cuerdas que sujetaban los brazos de la niña y se retiró en silencio y odio cargándola en brazos.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora