Niflhei, ciudad de Gilgamesh, año 110 de la "Nueva era".
Rara vez un Rey entraba en las cocinas. Casi no existían razones para que lo hiciera. A no ser que una de las comidas hubiera estado tan mala como para matar en persona a la cocinera, pero para eso había ejecutores y verdugos, guardias que se encargaban de traerla ante el Rey, y no que él mismo tuviera que presentarse ante ella. Suyai llevaba cargando consigo a un niño en una cuneta de mimbre bastante estrecha.
—Nunca quise tener un hijo, y cuando tú naciste y tu madre murió, supe que éste era mi castigo. —Le hablaba al pequeño mientras las nanas miraban hacia el suelo y alguna de ellas cada tanto observaba la cuna con el rabillo del ojo—. No quiero oírlo llorar, aléjenlo de mi vista, tráiganmelo cuando haya cumplido la mayoría de edad, y veremos si sirve para algo.
—¿Tiene un nombre señor?
—No, pónganle el que quieran, yo no lo llamaré por el nombre... —Contestó el Rey Suyai apretando sus ojos rojos.
Según las leyes de Kyoga, un hombre alcanzaba la mayoría de edad a los dieciséis años. De modo que no vería a ese niño por un buen tiempo, con eso le bastaba a Suyai. Se retiró de la cocina y se adentró en las habitaciones por el pasillo lateral derecho.
—Es un bebé encantador, —dijo la criada de los ojos negros y granos purulentos en la cara— mira lo hermoso que es, todo rosado... —Le pellizcó una pierna y lo hiso llorar.
—Es el hijo del Rey, y el Rey lo desprecia, nos lo dejó a cargo para que lo criemos. —Explicó la nana mayor quitándole al niño de las manos y colocándolo en la cuna nuevamente.
—Para que lo criemos como a cualquier cosa, menos como al hijo del Rey y heredero al trono, para negarle ese derecho. —Aseguró la criada de ojos negros—. No te preocupes, heredarás el trono de todas formas...
—Deja de hablar así —la apartó de al lado de la cuna— si alguien te escucha estarás muerta.
Suyai recorría los flancos de la fortaleza, se aseguraba cada noche que los engranes de la puerta se aceitaran; que las maderas que estuvieran flojas se reforzaran; que cada mecanismo, funcionara correctamente y que cada soldado estuviera en su puesto. Mandaba a escaladores expertos a intentar llegar a la cima de las murallas y si alguno lo conseguía, inmediatamente enviaba albañiles y constructores a que forjaran nuevamente la roca e imposibilitaran la escalada.
El trono era un monumento de rocagema blanca con inscripciones en el antiguo lenguaje de Akashagarba, ubicado sobre una plataforma a la que se accedía luego de escalar cinco escalones que los gameshis habían transformado en quince, debido a que la altura desproporcionada de cada uno de ellos impedía subir a ningún hombre. Verdaderos gigantes habían creado y vivido en el salón del Rey. La habitación contigua albergaba el comedor de sillas de roca que tenían escalones adheridos para poder sentarse sobre ellas, y una mesa tan o más alta que un hombre adulto.
El Rey Suyai se sintió un insecto delante de esas majestuosidades, bebió un sorbo de vino tan largo que casi lo ahoga. Sintió un calor en la garganta al terminar de tragar. Los vasallos y guardias permanecían en silencio, el copero servía una y otra vez.
—Tráiganme a las cocineras que tienen al niño —ordenó el Rey y uno de los vasallos hizo una reverencia exagerada por el miedo que le tenía a ese Rey y salió lo más a prisa que sus pies le permitían.
La cocinera se presentó precediendo al vasallo con el niño en brazos.
—¿Acaso eres idiota, mujer? Te he dicho que quites a ese niño de mi vista y lo traes ante mí...
La mujer estaba aterrada, se postró de rodillas colocando al niño contra su pecho.
—Le suplico me perdone, Su Majestad, su vasallo me ordenó que me presentará con el niño. —El hombre la miró con odio y los ojos se le llenaron de lágrimas. Suyai hizo una seña a los guardias para que tomaran al vasallo.
—¿Yo he pedido al niño? —Preguntó Suyai clavando la mirada de fuego sobre el rostro pávido del hombre. Temblaba y tartamudeaba sin que una palabra inteligible saliera de su boca. El Rey asintió con la cabeza y el guardia real golpeó con el brazal en plumata en la oreja del vasallo. El golpe lo dejó aturdido.
—Dije que trajeras a las cocineras que tienen al niño, no al niño. Por lo visto no escuchas bien, debes tener las orejas tapadas, vamos a ayudarte con eso.
—¡No! Mi Señor, piedad... —lloraba— piedad, Majestad, se lo ruego. —La desesperación de quien ya se sabía perdido lo invadió por completo. El guardia lo atrapó con fuerza, mientras el segundo soldado le rebanaba las orejas con una daga filosa. La primera fue cortada sin complicaciones, la segunda trabó la daga, alguna grasa dura o nervio, y tuvo que jalar con más fuerza provocando al desdichado un dolor agudo. La cantidad de sangre que escurría de las orejas del hombre no permitía ver lo que era.
—Sáquenlo de aquí —ordenó mirando a la cocinera que estaba tan asustada que se había empapado en sudor—. Quiero que castres a ese niño. Un eunuco sería más provechoso para el reino, quizás eso lo convierta en algo útil.
—Sí, Su Majestad. —Asintió el guardia limpiando su daga en el jubón del vasallo, antes de guardarla en la vaina al cinto.
—Y ordena a las criadas que vengan a limpiar este desorden. —Señaló con el mentón hacia la sangre desparramada en el suelo.
—Ser Tāmati, asegúrese de que se cumpla mi pedido. —Fue la última orden de Suyai.
El Comandante de la guardia real salió detrás de la cocinera.
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Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)
Fantasy(COMPLETADA)-El heredero al trono ha sido desterrado a un reino lejano y deberá regresar a reclamar lo que le pertenece mientras se enciende la montaña y se inicia las cacerías de dragones de las cuales nunca nadie ha regresado en los últimos mil añ...