CAPÍTULO VII SELLADO Y SEPULTADO

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Reino de Afmapu, ciudad de Nubia, año 103 de la "Nueva era".

—Las midgard se conocen desde tiempos inmemoriales. Lug ManosPiedras fue un hábil cazador de cobras del desierto, se decía que los visitaba a menudo tanto el de Musspell, como el de Seth. Se decía, también, que poseía la capacidad de encantar a las serpientes. Una midgard le había mordido el brazo y él pudo zafarse cortándola con su espada de vidrio volcánico, pero antes de eso, le picó con el aguijón de la cola. Sin embargo, una extraña cicatriz le había quedado: todo el brazo se había convertido en piedra. El veneno que tenía en los colmillos cuando se juntó con el del aguijón de la cola le provocó esas heridas que hacían que la carne se endureciera de tal manera que parecía una roca. Asustado por desconocer las consecuencias, visitó a todos los magos de Ninlil, Vasanta y Nubia. Ninguno de ellos supo cómo curarlo. Al ver que pasaban los días y nada le ocurría, sino más bien que poseía un brazo que no podía ser herido, comenzó a utilizarlo para trabajar y dar espectáculos en las calles, haciendo demostraciones de una fuerza superior. Doblaba varas de hierro, martillaba clavos contra maderas de sefirots a puños limpios y la gente maravillada, pagaba para verlo. Un día quiso reforzar su condición. Se decidió ir en busca de otra serpiente como la que le había dejado el brazo de esa manera, para igualar el otro brazo. Se internó en el Seth durante días y noches, y al fin halló una. Colocó su brazo bueno de carnada, con la intención de que la víbora lo mordiese, sin darse cuenta de que una midgard adulta se acercaba sigilosamente por detrás. Lo engulló por completo y ese fue el fin de Lug.

»Lo que Lug ignoraba era que en espacios reducidos, la midgard puede contraer de tal manera su esqueleto hasta confundirse con una pequeña, pero una vez que abría la boca y ensanchaba su cuerpo, podía tragar una almatea de un bocado. La midgard posee un veneno en la punta de la cola y otro en los colmillos, ambos muy poderosos. Cualquiera de los dos podía dormir a una presa del tamaño de un behemot. Si la midgard se encontrara en riesgo de morir, ya sea porque el depredador que engullía despertara en su estómago o porque fuera demasiado grande para terminar de tragarlo, se mordía la cola y hacía que los dos venenos se concentraran y la petrificaran. El ácido que se formaba por la unión de estos dos venenos era tan potente que solidificaba como la piedra. —Explicaba Zervan—. Todo esto lo leí en un antiguo libro, y quise investigar sobre estas serpientes y cómo criarlas para utilizarlas llegado el momento. A veces ser un gran Mago no significa tener poderes mágicos, sino conocer lo que tenemos ante nuestros ojos y saber utilizarlo con sabiduría.

Erato permanecía cautivada, le encantaban ese tipo de historias, mezcla de verdad y fantasía, la transportaban a una niñez lejana y la sumían en sueños que ya había olvidado que tuvo alguna vez.

—¿Esas bestias no molestarán más? —Preguntó Erato.

—Mientras las rocas permanezcan lejos del espejo no tendremos que preocuparnos. —Aseguró Zervan.

—¿Qué pasa si alguien quisiera llevar esas rocas junto al espejo?

—Tendría que saber dónde se encuentra cada una de ellas.

—Podría torturar a uno de estos hombres para que se lo dijera. —La Reina de Nubia señaló a los ocho hombres que acababan de llegar. Se habían inclinado a saludarla.

—De pie, por favor —ordenó Erato haciendo un gesto con la mano—. Se les recompensará como es debido.

—Aun así, debería tener el conocimiento para desentramar la mordedura de la midgard. —Atinó Zerván.

—Y tú dices que eso no es posible. —La frase fue mitad pregunta, mitad burla.

—Alguien del Claustro Negro podría saberlo, pero el lugar está sellado hace cien años, si algún día se abre, lo sabré. —Aseveró Zervan.

A Erato no la dejaron demasiado tranquila esas palabras, pero confiaba en que Zervan podría resolver otro inconveniente similar.

Los hombres que habían regresado eran los que tuvieron el encargo de alejar las rocas con las bestias, a cuatro puntos distantes. Los que más tarde llegaron, fueron los que se dirigieron hasta Kaltesh del otro lado del río Quat. Habían esperado a que todos llegasen para presentarse ante Zervan y la Reina, e indicar que habían cumplido su trabajo.

—Habrá un homenaje en la plaza pública esta noche, todos serán agasajados por el pueblo de Nubia, deberían venir de todos los reinos a agradecer que salvamos sus pellejos —Enunció Erato sin demasiada paciencia—. Hay que realizar los preparativos. Asegúrense que todo Nubia esté allí. —Miró a sus cortesanas.

—Sí Señora. —Dijo una de ellas y se retiraron todas juntas, saludando.

—Me temo que yo no podré asistir. —Se disculpó el Mago.

—Tonterías, tú serás el principal agasajado. —Erato acarició el rostro de Zervan— es un privilegio tenerte con nosotros, eres un héroe y serás homenajeado como corresponde, yo soy la Reina de Nubia y es una orden. —El tono fue demasiado amistoso para poder negarse. Zervan odiaba obedecer, pero esta vez lo haría, al fin y al cabo, era la Reina.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora