CAPÍTULO XXIX MÁSTIL DE HUESOS

11 3 0
                                    

Niflhei, pueblo Yankton, año 113 de la "Nueva era".

Se sentaron al fuego, Abelio escupía a cada rato al piso, algunas veces tenía borras de sangre, como hebras deshilachadas salidas de su garganta putrefacta. La mujer que lo acompañaba se sentó a una distancia prudente y comenzó a sacar varios aminiculos extraños de un motebag.

—Ninguno de mis hombres quiso pisar tierra. No les gusta el frío. En la "Isla Calavera" estamos acostumbrados a playas con mucho calor y mujeres con poca ropa. Aquí la humedad te pudre los huesos y el frío te quema la piel. —Aseguró Abelio Sirrah.

—Sé que es duro, pero no es igual en Gilgamesh. —Trataba de convencerlo que el lugar que iban a conquistar era también un paraíso como las playas de Isla Negra.

—Me temo que ninguno de mis amigos va a acompañarnos, siquiera Sirius tiene interés en esta tierra congelada de mujeres pálidas. Hay solo dos cosas que puedes prometerle a un pirata: oro y mujeres, no castillos ni ciudades. No permanecemos nunca por mucho tiempo en ellas.

La mujer miró con el rabillo del ojo al pirata, su discurso estaba siendo demasiado largo, ella se quitaba algunos pelos de las cejas con una pinza diminuta, pero mantenía su atención en las palabras de Abelio. Era una muchacha que no superaba los veinticinco años, de cabellos teñidos de naranja, ojos celestes profundos y piel del color de la miel; llevaba puesto una armilausa amarilla, abierta en pico por delante y por detrás, ceñida por un cinturón de cuero y metal con apliques de oro sobre una piel trabajada y recortada que le llegaba al cuello. Calzas de cuero negro y tulipas de behemot. Podía notarse que no se encontraba muy a gusto vestida así, acostumbrada al calor de la Isla Negra.

—En la "Isla Calavera" estaba cogiendo con dos putas y bebiendo aguamiel hasta vomitar, está bien que por las noches debes cuidarte de orinar en la oscuridad porque algún caníbal te la comería cruda, pero yo soy el único tonto que sale de esa isla a congelarse durante días caminando hasta llegar aquí. —Continuó Abelio.

—Claro que el único problema no son los caníbales, sino los mercenarios de señores de la sal de Hamkar que prometieron cazarlos y descuartizarlos a todos ustedes, los navíos reales de Luyef que siempre están patrullando las costas de la isla y eso sin mencionar a los barcos de Pa-Hsien donde si los atrapan, suicidarse sería lo más sensato que pudieran hacer. Ustedes los piratas quieren convencerse de que la vida que hacen es envidiable, pero nadie envidia que tu cabeza tenga precio, vivir escapando y con miedo. —Respondió Inakayal desacreditando las palabras del pirata.

—Yo no tengo miedo.

—Por supuesto que lo tienes, pero si me ayudas ya no tendrás que escapar, podrás convertirte en un Ser, respetado por todos, y con tierras y fortuna.

Abelio Sirrah escupió al piso nuevamente.

—¿Quién es la mujer detrás de ti? —Preguntó Inakayal.

—Es mi esposa.

Ella dejó de limar sus uñas con la piedra esponjada y le dirigió una mirada soez.

—Fue mi esposa. —Corrigió—. Ahora quiere dos cosas: oro y asesinarme.

—Te equivocas... —Dijo la Señora enterrando una especie de pica de vidrio volcánico en la nuca de Abelio. La punta salió a través de su cuello sin que ella hiciera más esfuerzo que el de empujarla levemente— en el orden de prioridades. Primero quiero asesinarte, luego el oro.

Inakayal se quedó mirándola. Sus generales desenvainaron las espadas y las presentaron cruzadas al frente, preparados para matarla en cuanto su Jefe hiciera el más ínfimo gesto. Ella volvió a sentarse y continuó esculpiendo sus manos, quitando las callosidades que se formaban alrededor de las uñas con otro aminiculo extraño.

—Un momento... —Inakayal extendió los brazos hacia los costados— tranquilos. —Trataba de contener a sus soldados— ¿Por qué lo mataste?

—Porque era un inútil, inútil para ti, inútil para mí. —Respondió la dama.

—Iba a traerme a sus hombres para saquear Gilgamesh.

—No iba a traerte nada, la primera vez que vino aquí, yo fui quien lo envió y desde ese día solo ha estado bebiendo en la isla. Es mi barco el que está anclado en tus costas, y son mis hombres los que lo tripulan...

—¿Quién es usted?

—Sirius, Candel Sirius. —Respondió la mujer.

—¿Entonces usted traerá a sus hombres a pelear, nos ayudará a saquear Gilgamesh?

—No serán solo mis hombres... con ellos no bastará.

—¿Y quienes serán?

—Caníbales de la Isla Negra...

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora