Imperio de Pa-Hsien, Bosques Blancos, año 110 de la "Nueva era".
Ocho años habían pasado desde que encallara el barco en el que venía. El invierno había sido duro y los primeros días cálidos comenzaban a aflorar en los Bosques Blancos de Pa-Hsien. El anciano condujo a Jigoku a uno de sus sitios favoritos. Se sentó y esperó a que el muchacho lo imitase, pero éste permaneció de pie, quizás aguardando una orden o quizás solo le placía quedarse de ese modo.
—Mira a Camhael, —dijo el maestro acariciando al gigantesco y viejo lobo gris—. Ha quedado ciego en un combate ¿te atreverías a afirmar que tú puedes ver mejor que él? —Preguntó.
—No Señor. —Respondió Jigoku.
—Cuando llegue el día en que abras verdaderamente los ojos, entonces podrás arrancártelos, ya no los necesitarás más.
Jigoku se quedó pensando en las palabras del viejo, aunque no alcanzaba a comprenderlas bien, tenía una sensación extraña con respecto a ellas, como si de pronto tuviera ante sí, una llave que abriera la puerta hacia un tesoro.
—Entonces te pregunto ¿te atreverías a afirmar que yo, por ser más viejo, puedo ser menos letal en el manejo de la espada?
—No Señor, no lo afirmaría.
Los dedos del anciano danzaban sobre las cuerdas del arpa, entonando las más inspiradas melodías que haya tocado en su vida. Detrás de ellos se elevaba una pequeña cascada de aguas cristalinas proveniente del deshielo de los peñascos, regadas por los tenues rayos de sol de la mañana que se escurrían entre las hojas de los árboles, dando paso a una de las más bellas escenas que ojos algunos hayan presenciado. Y en el centro de ese espléndido cuadro, un anciano de larga barba blanca dibujaba notas en el aire.
—¿Oyes la melodía, muchacho? —Continuó tocando— muchas personas creen que no se puede mantener la pasión sin la mirada o el rostro de una mujer, pero yo pienso que es mentira, pues la pasión no parte de la mujer, sino de la necesidad de hallar su tristeza, y una de las mejores maneras de dar con la tristeza, es a través de la música —Continuó tocando, arañando el instrumento suavemente.
—Cada sinfonía —prosiguió— es similar a un combate, si te equivocas en una nota, la canción pierde su armonía, si te equivocas con la espada pierdes tu vida. Que tu vida tenga más valor que una canción, eso solo está a tu juicio; al mío, no representan diferencia alguna: cualquier vida vale lo mismo que cualquier canción, ambas merecen ser respetadas por igual —los dedos del anciano se detuvieron.
—Qué hermosa canción. —Halagó el muchacho.
—No hay canción, ni palabra, ni mano de guerrero, ni beso de doncella que pueda rozar la pureza de la belleza, solo intentamos no perdernos de verla pasar en el instante en que lo hace. —Acarició a su viejo lobo gris, dejó el arpa y abrió un viejo libro que tenía en un costado.
—Hoy hablaremos de Vęctio. —Agregó mientras desglosaba las páginas.
—¿Quién es él? —Preguntó Jigoku no muy interesado.
—Vęctio es el menor de los tres hermanos, el testigo de la impermanencia, la esencia de lo no-manifestado, se anula al manifestarse la vida, manteniéndose dentro de lo no existente. La esencia Vęctio es necesaria, si él no aparta lo no-manifestado y no arrastra toda la inexistencia con él, lo existente no podría llevarse a cabo. ¿Comprendes hasta ahí?
—Comprendo perfectamente mi Señor.
—Entonces eres un muchacho demasiado listo, me llevó años entenderlo.
—En el momento en que Vęctio se retira, hace irrupción un objeto encargado de esparcirse por la creación de Ardelac, dándole los cambios necesarios, y elaborando lapsos entre estos: el tiempo. —Continuó leyendo— Al iniciarse el universo, los hermanos Mǽimoth, Ardelac o Adramelac como lo llaman los antiguos, y Vęctio se separaron para dar comienzo al movimiento inicial de los tiempos. Vęctio desapareció porque es él, quien impide todo comienzo y todo fin. Amante de la paz de la inexistencia, Vęctio se relega. Y Ardelac, el mayor de los tres hermanos toma el control de la vida y elabora la muerte para marcar la diferencia entre las deidades y las criaturas. Crea los soles y los mundos, y establece un orden natural de ciclos para que se desarrollen sus criaturas. Furioso por su creación, Mǽimoth arroja una semilla entre todas las que iban a dar origen a los árboles y plantas, que acabaría con todo el resto de la creación, pero sin querer es comida por un animal al que más tarde se le llamaría hombre, y esta semilla le daría poder sobre las demás criaturas.
Jigoku no pudo evitar expresar el aburrimiento que sentía y bostezó.
—¿Crees que soy un viejo estúpido por creer en estos dioses que nunca has visto?
—Usted me enseñó a no mentir, Señor, y también me enseñó a nunca faltarle el respeto, Señor.
El viejo maestro sonrió por un momento y se disgustó al otro.
—Yo quisiera aprender a usar la espada como usted la usa y a tocar el instrumento como usted lo hace. —Solicitó Jigoku.
—Tu entrenamiento comenzará cuando aprendas la historia de todos nuestros dioses antiguos; luego, te dejaré elegir si crees o no en ellos, pero mi deber es enseñarte tal y como mis antepasados y maestros lo hicieron conmigo.
Camhael seguía vigilando sus espaldas, antes tenía otro nombre según le había contado el viejo sin nombre, pero ni bien quedó ciego fue rebautizado. Según la tradición Camhael significaba "El que ve a Dios". Era un sirviente que había quedado ciego cuando intentó leer en los ojos de Ardelac su propio destino, que era justamente mirar en sus ojos y quedar ciego. Luego, el Dios del Sol desapareció de la vista de todas las demás criaturas celestes y solo podía ser visto por él.
A pesar de su mala predisposición, Jigoku aprendió todo lo concerniente a esos dioses que consideraba absurdos. Se había quedado leyendo en la caverna a la luz de una candela de resina. El día había amanecido como si el fin de los tiempos estuviera por caer sobre la tierra, el cielo estaba oscuro y tormentoso.
—No creo en ninguno de ellos —dijo al levantarse y tomar una taza de sopa junto a su maestro.
—No podría asegurar si estás acertado o completamente equivocado al tomar esa decisión, deberás vivir con ella por el resto de tus días. —Afirmó el maestro apartando su barba para beber sin mojarla.
El muchacho bajó la mirada comprendiendo las palabras de su maestro.
—Por la mañana te ejercitarás, por la tarde aprenderás a usar tu espada y desde el atardecer a la noche, aprenderás a tocar música. Cuando domines las tres, podrás ejercerlas con la continuidad y en el orden que tú escojas, mientras tanto...
—El maestro dice, el alumno hace. —Espetó Jigoku, adivinando las intenciones de su maestro. El alumno había comprendido la consigna. El maestro sonrió con orgullo.
—Dos cosas son importantes, que aprendas a matar a tus enemigos y que aprendas a hacer nuevos amigos. Es la única forma de recuperar lo que es tuyo. —Concluyó el anciano.
—Lo que es mío, no lo entiendo. —El muchacho frunció el entrecejo.
—Eres el fiel reflejo de tu padre.
—Mi padre... —Por un momento la mirada de Jigoku se cristalizó.
—La última vez que lo vi, él tendría tu edad...
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Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)
Fantasi(COMPLETADA)-El heredero al trono ha sido desterrado a un reino lejano y deberá regresar a reclamar lo que le pertenece mientras se enciende la montaña y se inicia las cacerías de dragones de las cuales nunca nadie ha regresado en los últimos mil añ...