Reino de Afmapu, ciudad de Nubia, año 108 de la "Nueva era".
Como una especie de sumidero gigante y terrorífico que parecía no tener fin, el Hoyo de Aker tragaba agua en gárgaras. La venta de sal se desarrollaba como siempre, delante de él. El terreno alrededor era un rellano templado que dejaba ver alguna que otra cabaña y granja muy a lo lejos, con varias roderas que llegaban de todas las direcciones.
Era considerado de mal gusto hablar directamente de negocios, por lo que, tanto vendedores como compradores, se sentaban desde la noche y bebían en un mesón circular, que cada vez tenía más asientos y se hacía más grande la circunferencia a medida que pasaban los años. Para ampliarla, los tablones se colocaban alrededor de la vieja mesa circular y una vez terminada la nueva, la otra era desarmada.
Se contaban historias, se reía y se bebía para lograr una especie de amistad. La sal significaba vida, y dejar a un pueblo sin sal, por haber enviado a un mal negociante, era condenarlo. Por este motivo, una vez entrado el claro que anunciaba el amanecer, comenzaban las negociaciones que duraban hasta la mitad del día siguiente. Luego se volvía a beber, se descansaba y se hacía una gran comida en varias ollas y en los asadores, y se compartían panes y quesos, frutos y vinos. El último tramo de la negociación se estaba dando y el comerciante hamkario estaba recitando las palabras de cierre de la venta, y se preparaban para hacer los intercambios. No sin antes desear prosperidad a todo Laurasia, para luego retirarse hasta el próximo encuentro.
Este encuentro, había sido por demás grato, estaban los mineros de Sukavati con sus particulares togas verdes y sombreros cónicos, los comerciantes y secretarios de Vasanta de túnicas escarlatas, los pahsienos vestidos de rojo y dorado, tal como los sacerdotes del templo, los jefes de familias de Luyef con briales celestes y henchidos, de mangas marrones y femoralias también celestes o de azules marinos, y algunos señores de Nubia, Ninlil y Kaltesh.
—Los reinos sean prósperos, las madres den hijos fuertes; los árboles, sus frutos; los animales su carne; la tierra, el trigo y la cebada; las minas, el oro y el acero; las montañas el agua; y el desierto, la sal. Haya paz en los reinos de Laurasia. —Dijo Amatsukami, como lo había hecho decenas de veces antes y tal como su padre antes que él. Siempre se terminaba con la misma frase.
Algunas figuras se cernieron alrededor de la mesa circular. Y una voz de mujer comenzó a recitar una historia. Todavía no se la podía identificar debido a la gruesa capucha que le ensombrecía el rostro.
—Mi madre me contaba una historia de un Señor que quiso tenerlo todo. Quiso ser dueño del mundo y era dueño de nada. Se había proclamado: "Señor del Desierto de Seth" y de la sal que allí existía. —La mujer que hablaba estaba ya muy cerca, tenía varios guardias alrededor que todos identificaron al instante—. En una de estas ventas, quiso cobrar cada grano de sal al igual que el oro. Nadie podía comprar demasiado, bajo estas condiciones y las familias que disponían de pocos animales y nada de trigo, sin sal, no pudieron sobrevivir. Algunos habitantes de Ninlil decidieron ir ellos mismos a buscar la sal al desierto, ya que como todos sabemos Ninlil no tiene oro y Vasanta ya no pagaría más nada con oro, porque necesitaba la sal y tenía que pagarla al altísimo precio que este hamkario pedía. —Erato descubrió su rostro. Sujetó las riendas del caballo que intentó corcovear y ocupó el centro de la reunión—. Cuando los ninlitas entraron al Seth, casi mueren de sed y de calor, pero encontraron la salina y ninguna tormenta de arena los encontró a ellos. Salieron con tantos sacos de sal del desierto que sintieron que nunca volverían a pasar hambre, pero cuando estaban dirigiéndose de regreso a Ninlil, los hombres del hamkario los detuvieron: "¿Adónde van con nuestra sal?" Preguntó el hamkario, "No la hemos robado, mira los sacos, son nuestros, la sacamos de la salina", respondieron los ninlitas. Evidentemente los sacos llevaban el sello de Ninlil. "Es nuestra salina, por lo tanto, es nuestra sal", aseguró el hamkario. "Eso es tan absurdo como decir que un río o un mar te pertenecen, la salina da la sal para quien la tome y nosotros la tomamos". El hamkario dio la orden y todos los ninlitas fueron asesinados. —Erato se bajó del caballo—. Cuando mi madre se enteró de esto, llevó a todo el ejército de Nubia hasta la misma casa del hamkario, lo desnudó en medio de la plaza, lo cortó cien veces, ni una más ni una menos, y roció todas sus heridas con la sal que tanto proclamaba. A partir de allí, mi madre declaró que toda la sal del desierto de Seth era de quien la tomara y que el precio que se debía cobrar por ella sería discutido por cada familia representante de los reinos de Laurasia y que jamás se dejaría a un pueblo sin sal. Mi madre se llevó toda la sal que ese hamkario había guardado durante años y comenzó a venderla a un precio justo y con todo el oro que obtuvo, construyó la que es hoy, la ciudad más bella del mundo. —Erato sacó de la alforja atada a la montura de su caballo, un pergamino y lo arrojó al fuego—. He recibido una carta de Hamkar y voy a contestarla en este momento: la venta de sal seguirá haciéndose en este mismo lugar mientras yo viva. El impuesto que se pagará en sal será parte para Nubia, parte para el pueblo que no haya conseguido comprar la cantidad suficiente para sobrevivir.
Amatsukami conocía esa historia, podía jurar que era de su abuelo del que hablaba, pero era muy niño cuando su padre se la contaba.
La columna de soldados de Nubia desarmó a todos los guardias y mercenarios que protegían a los compradores y vendedores de aquella reunión. Los arqueros apuntaron sus flechas y los soldados desenfundaron sus espadas.
—Mi madre era piadosa, yo no pude aprender demasiado de su piedad, sin embargo, lo que sí aprendí de mi madre es que cuando ella me castigaba yo jamás volvía a cometer ese error, así que voy a dar un escarmiento. —Los guardias de Nubia tomaron a Amatsukami de los brazos, luego de una señal de Erato. Uno de ellos sacó su cuchillo del cinturón y lo calentó al fuego durante un rato, cuando estuvo destellando al rojo, lo acercó al ojo del prisionero y se lo quemó. Amatsukami quedó balbuceando de dolor en la arena, luego de despedir un alarido que dejó sordos a todos los presentes—. Por esta vez, perdonaré el impuesto, pero nunca se volverá a mencionar este tema, y al próximo hamkario que envíe una carta o mensajero a mi castillo para sugerir algo relacionado con la sal, se le sacarán los ojos, las bolas, los brazos y las piernas.
Erato montó la yegua palomina, viró las riendas y fue seguida por toda la escolta de Nubia.
—Los reinos sean prósperos... yo velaré para que eso se cumpla. —Exclamó la Reina de Nubia.
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Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)
Fantasi(COMPLETADA)-El heredero al trono ha sido desterrado a un reino lejano y deberá regresar a reclamar lo que le pertenece mientras se enciende la montaña y se inicia las cacerías de dragones de las cuales nunca nadie ha regresado en los últimos mil añ...