CAPÍTULO XLIX UNA REINA SIN REINO

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Reino de ciudades libres de Sukavati, princiapdo de Vasanta, año 123 de la "Nueva era".

Las playas de Vasanta no eran tan cálidas como las del otro lado de Pie del Valle, pero tampoco eran frías. Medr investía un espíritu libre, le gustaba correr, practicar con espadas y las luchas cuerpo a cuerpo, cabalgar en las mañanas y hacer el amor con Victoria por las noches.

La cena estuvo servida ni bien el sol se ocultó. Maahiset era siempre la invitada de honor. La habían liberado de las minas y ahora la estaban agazajando sobremanera, se sentía tan en deuda que incluso la incomodaba. Debía pensar varias veces antes de hacer algún comentario por miedo a no caer en gracia, debía cuidar su forma de actuar, todos los detalles contaban para decepcionar a personas a las que no quería decepcionar. A Medr le gustaba que estuviera allí, a Victoria solo la incomodaba ciertas veces en las que quería estar sola con su esposo, pero por lo demás estaba contenta de tenerla como huésped.

—Por la mañana mi esposo la llevará a las playas de Vasanta, necesita vivir Señora, olvidarse de lo que alguna vez fue, empezar otro camino. —Comentó Victoria con voz serena y metió un bocado de carne con aderesos de especias en su boca. Masticaba con suavidad, era hermosa y delicada.

—Es muy amable mi Princesa. —Reconoció Maahiset. Estaba recién salida de tomar un baño, sus cabellos amarillos como el sol caían pesados sobre sus hombros mojando las escotaduras del brial de seda blanca que llevaba.

—Solo trate de no cautivarlo, usted tiene un cuerpo exquisito y no quiero que se vea tentado. —Rió Victoria.

—No creo que pueda competir con usted ni en edad ni en belleza, además usted es una Princesa en una ciudad hermosa, yo soy solo una mendiga en su castillo, despreciada por todo el mundo porque creen que abandoné a mi pueblo y lo dejé morir, vendida como esclava, castigada como a un animal para trabajar en las minas... —los ojos de Maahiset se pusieron brillosos y los de Victoria también, Medr trató de seguir comiendo, pero sus dedos nerviosos sostenían temblorosos el tenedor de dos puntas y el cuchillo de mango de marfil de colmillo de almaqah.

—Ya basta. —Susurró la Princesa conmovida—. Empiece otra vida aquí, tiene mi protección, le prometo que nunca más nadie la lastimará.

Maahiset quiso creer en esas palabras. Dos lágrimas brotaron, una de cada ojo.

—Lo lamento tanto, he arruinado la cena. —Se disculpó la barda.

—No ha arruinado nada, solo espero que la muerte del Señor de las Minas le haya cruzado alguna línea de fuego en su brazo.

—Las bardas no podemos hacerlo, nuestras cicatrices no perduran en el tiempo, estamos destinadas a olvidar, y ese olvido se transforma en perdón con el tiempo.

—Y eso hizo a su pueblo desaparecer... —Concluyó Victoria. Su comentario había sido cruel, pero supuso que lo necesitaba.

—¿Perdonar o no recordar? —Preguntó Maahiset.

—Ambos...

*

La mañana cayó sobre Vasanta como una manta sobre la cama. El olor a pan nuevo y caliente acompañaba el despertar de las personas. Los gallos cantando, los tenderetes de la plaza incorporándose con cacharros y los herreros martillando con el sol tímido pegando en los rostros sin lastimar.

El viento hacía danzar el cabello negro de Medr. La playa de Vasanta se abría rodeada de un parque verde de arbustos de hojas grandes y redondas. El mar de Tiwaz era uno de los más azules que existían.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora