CAPÍTULO XXXIX SEÑORES DE LA SAL

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Musspell, ciudad de Sunica, año 118 de la "Nueva era".

El calor era tan intenso que los tres hombres estaban mojando las ropas con su propio sudor. Aunque el salón era amplio y fresco, esta vez no alcanzaba para contener el aire caliente con olor a arena reseca. El humo del monte Agni dibujaba una cabellera rizada y gris en todo el cielo. Y las historias de los dragones que arrasaban el Musspell se volvían a oír cientos de veces al día. Después de las salinas había algunas ruinas de lo que quizás hubía sido una ciudad en una época remota. Sus piedras estaban tiznadas de negro y derretidas como si algo muy caliente las hubiera alcanzado.

—El Rey Quzah ha muerto, todos los cabezas de familia deberán asistir a jurar lealtad al nuevo Rey y heredero. —Dio el anuncio Vör, el hombre más anciano de la ciudad, de más de noventa años, que sin embargo no era parte de la familia ni de los intereses de esta, pero era siempre llamado a dar su opinión en los asuntos concernientes al futuro de Sunica.

—Quzah ha sido un buen Rey, cobraba impuestos justos, era austero y usaba el oro del reino para el reino y no para gastarlo en banquetes y fiestas como lo han hecho reyes anteriores, todos nos hemos enriquecido gracias a este Rey, debemos ir a mostrar respeto por el muerto y jurar a este nuevo. —Afirmó Yarovit, el Administrador de la familia. Un hombre obeso de carnes flojas y sudorosas. Usaba perfumes muy pronunciados que rara vez lograban ocultar los olores propios de su hedor.

Nihuel Pichuiman era el Jefe de la familia más rica de Gondwana, vestía costosísimas túnicas de seda traídas de Laurasia y montaba los mejores caballos del reino. Se limitaba a oír a todos los consejeros familiares antes de tomar cualquier resolución. Así lo había hecho durante años y todo había salido siempre como lo esperaba. Era un hombre paciente y calculador, pero ahora tenía unos recuerdos desdibujados de Ankalli prediciendo lo que acababa de suceder, sus estrellas no eran para nada desestimables.

—Es un muchacho que siempre ha estado al lado de su padre, si prestó atención a sus palabras, entonces será buen Rey. —Dijo el hombre más anciano de la ciudad.

—Y ¿si no prestó atención a sus palabras? —Preguntó Yarovit.

—No le daremos un solo saco de sal más de la que exigía su padre. Tenemos más hombres para defender Sunica que el ejército de Kyoga. —Inquirió Nihuel.

—Hombres, no soldados —Corrigió el Administrador.

—Hombres fuertes del desierto, no mujercitas empolvadas del castillo, con armaduras adornadas con flores...

—Y espadas. —Interrumpió y agregó.

—Somos ricos y esta paz nos estuvo cegando y haciéndonos creer que iba a durar para siempre y ahora la incertidumbre nos está consumiendo —aseguró el Jefe de la familia.

—Y ¿qué sugieres? —Preguntó cauteloso Vör.

—Preparar un ejército. Entrenar a nuestros hombres más fuertes. Comprar armas a Luyef, ellos pagan precios muy altos por la sal de los hamkarios, podríamos aprovechar eso para hacer un trato.

—Hamkar no lo tomará a bien. —Aseguró el anciano mirando a Nihuel y esperando que éste oyera sus palabras con atención.

—Hamkar puede tomarlo como le parezca. Son un pueblo de comerciantes con mercenarios pagos. —Se antepuso Nihuel.

—Al igual que nosotros —el Administrador se paseaba al costado de la mesa—, es extraño, te expresas como si ya tuviéramos un ejército poderoso, de hombres hábiles y fieles, y pudiéramos enfrentarnos a cualquiera.

—Los hamkarios no tienen por qué enterarse de nuestros asuntos... —El tono de Nihuel se tornó impaciente.

—¿Conoces a alguien en este mundo que pueda mantener la boca cerrada? —Preguntó Yarovit con astucia.

—No, no lo conozco, podemos pagar por el silencio, pero ya sabemos cómo ese silencio puede ser comprado por un mejor precio. —Nihuel se sentía frustrado, ninguna de sus ideas parecía gustarle al Administrador—. Por lo visto ninguna de mis ideas te convence, entonces ¿qué sugieres que hagamos?

—Oh, haremos lo que tú dices, solo pido que sea con más cautela.

Algunos platos y bebidas fueron servidos. Nihuel recuperaba la calma. No estaba acostumbrado a que se lo contradiga, al menos no por su propia gente.

—No han llegado "Los Videntes" ¿Algo los detuvo? —Notó el Administrador, quizás la opinión de alguno de ellos esta vez hubiera sido necesaria.

—"Los Videntes del Desierto" salieron a la cacería de dragones. —Informó el anciano.

—Idiotas. —Renegó Nihuel.

—Todos los que vieron las ruinas de la salina creen en dragones. —El anciano se sintió insultado, él también creía en dragones.

—No fueron dragones, fue el volcán, la lava llegó hasta aquí y sepultó ciudades enteras. La gente inventa esas historias para no admitir la verdad.

—¿Cuál verdad? —Preguntó el anciano Vör de mala manera.

—Que fueron unos idiotas al levantar ciudades que pudieran ser arrasadas por el volcán. —Respondió Nihuel agudo y displicente.

—Esta ciudad puede ser arrasada por el volcán.

—Las últimas erupciones no llegaron a la mitad del trayecto hasta aquí, esta será una vez más de las que mueran cientos de ignorantes al ir detrás de cuentos de dragones, creía que solo los niños podían atender con seriedad a esas idioteces, pero al parecer...

El Administrador caminaba al costado del Jefe de familia, intentaba hacer tiempo para poder quedarse a solas con él. Al fin el anciano se retiró, un poco disgustado, y entonces pudo quedarse a solas con Nihuel.

—Me gustaría entender todo el plan, y no parte de él solamente, sino mi tarea de aconsejar a la familia siempre se verá truncada, o debería solo dedicarme a los números que son mi especialidad. —Dijo Yarovit.

—Perdón, es que hay cosas que solo tiene que saber el Jefe de la familia y son por el bien de la familia. —Respondió Nihuel.

—Entonces sí, tienes un ejército listo. —El Administrador Yarovit esbozó una sonrisa orgullosa.

—Sí, lo tengo.

—Y la razón por la que no estás del todo seguro es que no cuentas con las armas...

—Esa es la razón, los estoy entrenando hace cuatro años. —Admitió Nihuel.

—Y ¿se puede saber por qué no has comprado armas?

—Necesito que los otros jefes tengan miedo y que financien la compra de armas, no puedo hacerlo todo yo.

—Si lo haces tú, el ejército sería tuyo y tendrías el poder sobre todo Musspell.

—El ejército será mío y tendré el poder sobre todo Musspell, solo que no quiero pagarlo...


Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora