CAPÍTULO LII REBELIÓN

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Reino de Kyoga, ciudad de Kyoga, año 125 de la "Nueva era".

—La cacería de dragones dejó mucho oro en Kyoga, pero la ciudad se atestó de ladrones, el norte se niega a colaborar con hombres, en el Niflhei se aproxima una guerra que quién sabe en qué terminará, una guerra que viene desde hace mil años y que no acaba nunca y ahora Lorelei, el encargo de mi padre, el único encargo que mi padre me hizo, fue tomada desde adentro sin que nos diéramos cuenta... —Crono golpeó la mesa de mármol con una fuerza que casi la hace partir— Talo siempre fue un incompetente, miserable estúpido ¿cómo hizo mi padre para mantener todo esto en pie? O solo protegía una mentira que nunca estuvo en pie, nunca fue el Rey de nada, solo intercambiaba acero por sal al Musspell y pieles por frutos al sur...

—Puede creer eso, mi Rey, o puede creer que su padre solo se sentaba y gobernaba, era él, con eso bastaba y era respetado porque nunca se lo vio dudar, y la gente se sentía segura bajo su mando, y esa seguridad, que no era otra cosa más que una sensación, mantenía al reino en pie. Si las personas lo ven dudar, si ven que tiene miedo, ellos también lo tendrán y el miedo puede hacer que los pueblos débiles tiemblen y que los fuertes se aprovechen, y esto se volvería un desastre incontrolable que acabaría en una guerra total. —Aseguró el General Rahab.

—Esto ya es un desastre incontrolable y acabará en una guerra total. —Se bufó Crono. Pero algo de todo eso era cierto, no debía titubear. Mantener la confianza era indispensable.

Pensó un momento.

—¿Cómo Carahue, Sunica y Lamecura no obedecen? ¿No tienen miedo al castigo que se les pueda dar? —Preguntó.

—Parece que no, mi Señor y eso es lo peligroso. —Dijo el General. Sus ojos se escondieron en los cuencos avejentados por el marco de un cabello blanco, peinado de una ceniza espesa.

—Si no tienen miedo es porque se sienten seguros de que nada les sucederá, o que podrán responder a las represalias. —Conjeturó Crono.

—¿Está sugiriendo que los pueblos de Musspell se están armando? —Indagó Anguira, vestido, como vestían todos los magos de Kyoga en ocaciones formales, una túnica negra con bordes esmeralda que se cruzaba al pecho con broches verdes de metal.

—No, —a Crono se le escapó una risa burlona— estoy sugiriendo que ya están armados...

Durante algunos instantes, el silencio reinó en la sala.

—¿Qué haremos con ellos? —Preguntó Nanautzin rompiendo el mutismo incomodo.

—No haremos nada, nuestra prioridad es Lorelei...

—No vimos venir el golpe. Tomaron la ciudad de manera magistral, la invadieron tan lentamente que era imposible preveerlo. —Comentó Zao-jun, el tesorero real. Su voz no era muy solicitada en los asuntos de guerra, pero era un hombre consiso y exigente que por lo general daba aportes acertados.

—Lo habíamos previsto... solo que no hicimos nada al respecto, esperábamos otro tipo de invación. No mataron a ningún hombre, tomaron a todos los soldados prisioneros y se los llevaron a Piraha. —Crono se sintió un idiota al admitir esto, pero era la verdad, necesitaba decirla y que la oyeran, tanto como que se sintieran igual de estúpidos que él.

—No deberíamos centrarnos en Lorelei, sino en liberar a nuestros hombres de Piraha ¿Cuenta Eluney con la cantidad de hombres suficientes para defender Lorelei y Piraha juntos? —Preguntó Rahab.

—No, pero sabe que tampoco nosotros contamos con la suficiente cantidad de hombres para recuperar una e invadir la otra. —Argumentó Nanautzin.

—Ese fue el único error de mi padre, creer en la paz, en una paz eterna, dejó de reclamar niños para formar soldados y ahora nuestro ejército es una broma mal contada. —Seguía despotricando contra su padre, desviar las culpas era una estrategia segura para evadir las suyas.

—Puedes pedir hombres adultos ahora. —Sugirió Anguira sabiendo que iba a ser rechazada su idea.

—No es lo mismo, a un hombre adulto no se lo puede mandar a su propia ciudad a asesinar a rebeldes que sin duda serán sus parientes o amigos. A un niño se le puede hacer olvidar hasta de sus padres y hermanos. —Crono intentaba apaciguarse.

—Creo que la única discusión que deberíamos tener es sobre a qué le prestará más importancia Eluney, si a Lorelei o a Piraha. No podremos atacar ambas y él no podrá defender ambas. Si somos más inteligentes atacaremos la que esté desprotegida. —Aseveró Rahab.

—Necesitamos búhos que nos informen. —Indicó Zao-jun.

—Un búho no llegará hasta Lorelei y mucho menos a Piraha, lo asesinarán en cuanto salga de la montaña.

—Necesito que me dejen solo, sus consejos son tan inútiles como ustedes. —Crono dirigió una mirada rígida al centro de la mesa—. ¡Largo!

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora