CAPÍTULO LXI EL LIBRO ROJO

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Reino de Luyef, ciudad de Keops, año 127 de la "Nueva era".

Habían pasado veinticinco años desde que los demonios de la noche acabaran con Pie del Valle. Quizás ese matrimonio con el que huyó fueran los últimos bardas que quedaran, aunque algo le decía que no. Por eso continuaba su búsqueda. Keops debió albergar al menos a una decena de ellos. Y después de lo que le había sucedido, era entendible el por qué se mantenían ocultos. Salvo que ella no podía ocultarse y entremezclarse entre los luyefenses, sus orejas no se lo permitían, eran un sello inconfundible que la delataban como extranjera.

Aunque todas las criaturas de la noche habían sido asesinadas, todavía se oían rumores al norte y oeste de Pa-Hsien acerca de que allí seguían vivas y seguir vivas significaba que seguían asesinando.

Debía encontrar la manera de conseguir una audiencia con el Rey Urtzi. Era una tarea difícil, nunca estaba de humor y no se le daba bien recibir a nadie, pero a una Reina no se le podía negar una audiencia. Pero ella ya no era la Reina de nada.

Siempre sería la Reina.

Por las mañanas el Rey paseaba por los jardines leyendo y releyendo su preciado libro. Las historias de la Pirámide Roja le tenían fijo en una lectura que devoraba. Sabía que a los imbéciles de sus consejeros no se les ocurriría la manera de poder entrar, «debería colgarlos a todos.» —Pensaba. No obstante, sus pensamientos estaban fijados en un solo objetivo que lo mantenía desvelado. Tropezó con una piedra, sumido en esos pensamientos y el libro se le escapó de las manos. Cayó justo a los pies de la muchacha. Él lo levantó del suelo y mientras lo recogía, advirtió las rodillas desnudas de la mujer. Se sintió algo apenado, si la hubiese visto le hubiera exigido que fuese ella quien levantase el libro, incluso la hubiera culpado de su tropiezo. Se incorporó algo tenso.

—¿Sabes quién soy? —Preguntó dispuesto a reprender a la muchacha.

Maahiset estaba absorta en la búsqueda de un recuerdo, habían pasado veinticinco años, pero cómo olvidar el nombre de la persona que la salvó, que intentó salvar a su pueblo, cómo olvidar cuando esas serpientes que parecían instruidas por él, devoraron a las cuatro bestias mayores. Había leído el nombre en el libro que el Rey llevaba consigo.

—Usted es el Rey, mi Señor —dijo Maahiset poniéndose de rodillas—, sepa perdonarme, no lo había reconocido.

—¿Por qué tienes las orejas de esa forma? No eres una mujer corriente, pareces una barda. —Advirtió Urtzi descorriéndose de la cara un mechón de cabello carmesí. Los guardias se acercaron lentamente al Rey. Su deber era protegerlo y sus órdenes eran no molestarlo, era muy difícil para ellos cumplir con dos mandatos que se contraponían uno con el otro, sin embargo, trataban de llevarlos a cabo a ambos, vigilaban desde algunos codos al Rey, manteniéndose alertas, pero sin entorpecer sus actividades y bridándole una pequeña privacidad.

—Soy Maahiset, Señora de Pie del Valle.

—He sabido que tu pueblo fue devastado por esas criaturas extrañas, bueno ustedes los bardas también lo son, —dibujó una sonrisa burlona en la comisura de la boca— ¿qué haces aquí? —Preguntó clavando los ojos azules en los de la barda.

—Vivo en Keops desde que mi pueblo fue devastado y pasé todo este tiempo tratando de que vuestro padre escuchara mis súplicas y me ayudara a levantar mi ciudad y a encontrar a mi pueblo, estoy segura de que están aquí, los sobrevivientes no irían a Melqart.

—¿Quién quisiera ir a Melqart? —Se bufó el Rey, dejando escapar una carcajada tímida—. Me temo que no puedo serle más útil de lo que mi padre fue, en este momento tengo otras ocupaciones que un pueblo perdido. —Apretó sin querer el libro contra su pecho.

—"La Pirámide Roja" de Zervan. —Maahiset acarició el libro. —Lo he conocido, he peleado a su lado.

—¿A quién? —Preguntó el Rey emocionado.

—Al Mago que escribió ese libro que atesora contra su pecho. —Maahiset hizo una reverencia y saludó al Rey, se dio la vuelta e intentó alejarse falsamente.

—¡Un momento! —Ordenó Urtzi— ¿no me estás engañando? Eres una barda, su código de honor no les permite decir palabras que no se condigan con la verdad.

—Usted lo ha dicho, y yo soy la Reina de las bardas, no he mentido en mi vida y no voy a comenzar a hacerlo ahora, no podría recuperar a mi pueblo basándome en mentiras.

—Si me dices adónde puedo encontrar a Zervan, me llevas con él, y me ayudas a conseguir una entrevista, te ayudaré a buscar a tu pueblo y pagaré la reconstrucción de Pie del Valle.

—Ya era un hombre viejo hace veinticinco años, puede que esté muerto, pero también puede que haya escrito otros libros y que estén en el lugar donde lo he hallado. —Supuso Maahiset.

Urtzi pronunció una mueca burlona.

—Ya era viejo cuando escribió este libro que tiene más de cien años, Zervan no está muerto, puedes creerme. —El Rey tomó de la mano dulcemente a la bella Maahiset, saboreó su cuerpo escultural y se fijó algunos instantes en esas tetas tan redondas que poseía, pero dejó escapar esos pensamientos. — Venga conmigo, no se separe de mí.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora