CAPÍTULO LIV CIELO

5 2 0
                                    

Musspell, ciudad de Carahue, año 125 de la "Nueva era".

Ankalli contemplaba la noche desde el muelle, su padre lo hacía a menudo, era uno de los pocos recuerdos que tenía de él antes de que se marchara, la lluvia de estrellas de esa noche que fue la última vez que lo vio. Esperaba noche tras noche, otra similar que lo trajera de regreso.

Zenenet bajó del barco a mitad de la noche. Ankalli estaba de pie en el muelle y Rudiano lo saludó cordial, no era la primera vez que lo veía al pasar desde uno de sus barcos, allí parado como si estuviera en medio de una espera eterna, sostenida por una esperanza muerta o al menos agónica.

—Sabía que ibas a estar ahí. —Dijo Rudiano.

Ankalli sonrió, le agradaba Rudiano, era un buen hombre de los que ya no quedaban en el mundo.

—La niña lo busca, —señaló a Zenenet— tiene algo bastante interesante que decirle, sobre su padre —los marineros ayudaron a amarrar el navío y condujeron a la señorita hasta tierra.

Al Jefe de Carahue se le iluminó el rostro, «algo sobre mi padre» debía asegurarse.

—¿Algo sobre mi padre o sobre el padre de ella? —Preguntó con añoranza.

—Sobre Calfucurá, ¿no era ese su padre?

—"Es" mi padre, nadie dijo que está muerto. —Corrigió Ankalli.

Zenenet se sentó en una silla de cuero negro, no pudo identificar a qué animal pertenecía y no quiso perder el tiempo preguntando. Sacó los libros de su alforja y los colocó sobre la mesa de roca irregular, no era una mesa, no se podía asentar nada encima de ella sin que se cayera. Ankalli solo la observaba. Miró de reojo los ejemplares: "Ellos-los-que-nacieron-antes-que-la-tierra" y "La estrella del norte".

—¿Conoció a su padre? Señor —Preguntó la joven.

—Supongo que Rudiano te habrá contado toda la historia. —Respondió Ankalli dirigiendo su mirada gris hacia un costado. Y la regresó de inmediato al rostro de la muchacha. Pensó en besarle la boca, pero luego apartó esos pensamientos.

—Es un hombre muy amable, me contó lo que necesitaba saber.

—¿No tienes miedo de viajar sola en un barco de bucaneros, oportunistas y criminales que escapan de la ley de Kyoga, y de quedarte sola en un lugar que no conoces con hombres que podrían violarte mil veces como a una esclava, cortarte en pedazos, y comerse las partes más blandas de ti? —Trató de intimidarla.

—Nada de eso me sucederá Señor ¿conoció a su padre? —Zenenet abrió el libro. Alkalli quedó sorprendido de la confianza que tenía de que no le pasaría nada.

—¿Quién es usted? —Preguntó Ankalli algo perturbado.

—Soy Zenenet.

—Eso no me dice nada.

—¿Conoció a su padre? —Insistió la muchacha con la pregunta.

—No sé si lo conocí bien, tenía diecinueve años la última vez que lo vi, él esperaba una señal en el cielo, la señal apareció, una lluvia de estrellas en la noche negra y luego de eso se fue. Nunca se despidió y no lo volví a ver, quiero suponer que está muerto, no puede abandonar a su hijo, su único hijo al que le repetía que lo amaba, así sin más y no regresar.

—Y ¿si no pudiera volver? —Preguntó Zenenet.

—¿Por qué no podría volver?

—Porque no se lo permitieran.

—Iría a buscarlo y lo traería conmigo. —Aseguró Ankalli con solidez.

Zenenet sonrió.

—Entonces iremos a buscarlo. Sé donde está, lo llevaré con él.

Ankalli la miró asombrado al mismo tiempo que desconfiado.

La decisión debía ser tomada rápidamente. Los hombres de Rudiano estaban terminando de acomodar las cargas que se subieron en Carahue, tan pronto estuvieran preparados, zarparían hacia Laurasia.

—¿Cómo es que sabes dónde está mi padre? —Preguntó el hombre iracundo. No podía terminar de comprender y eso lo enfadaba.

—Subiré a ese mismo barco con o sin usted y buscaré a Calfucurá. —Amenazó la doncella.

Ankalli lo meditó por algunos instantes, frunció la barbilla. Debía abandonar a su gente de un momento a otro.

—Qué demonios, vamos. —Decidió al fin.

Mandó a llamar al Consejero Yaco y lo dejó al mando de Carahue.

—Voy a traer a mi padre de regreso. —Aseguró Ankalli, Yaco se emocionó, pero trató de disimularlo. Miró a la jovencita que subía al barco sin mirar atrás e intentó entender lo que pudiera estar sucediendo, pero no encontró respuesta en derredor.

—No entiendo lo que está sucediendo. —El rostro de Yaco diagnosticaba la incertidumbre.

—Te contaré a mi regreso. Cuida a mi gente. —Pidió Ankalli.

—Haré mi mejor intento.


Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora