CAPÍTULO LXXVII DE ESPALDAS

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Reino de Luyef, ciudad de Keops, año 129 de la "Nueva era".

—Soy la Reina de Pie del Valle. Mi gente ha huido de las bestias, seguramente han visto sus orejas puntiagudas por aquí, si conocen a alguien así, por favor díganles que su Reina ha venido a buscarlos, estaré aguardando en la plaza. —Dijo al tabernero dejando una moneda de oro sobre la mesa—. Y pagaré una moneda de oro a quien encuentre a las bardas y las traiga hasta la plaza. —Agregó lanzando algunas monedas al aire. Los presentes se desesperaron por recogerlas del suelo y salieron en busca de los bardas.

Estaba dispuesta a encontrar a su gente. Tanto tiempo aguardando en ensueños el poder dar ese paso, de tener algo que la impulse a recuperar, aunque fuera una parte de todo lo que había perdido.

Urtzi era un Rey cruel y de seguro cuando llegase el momento de saldar deudas, de cumplir con lo prometido, no estaría muy a gusto con lo que él le pediría, pero ahora estaba feliz. Ahora tenía la oportunidad de volver a reunir a su gente, de volver a vivir al lugar que amaba. La recompensa por todo lo que había sufrido debía llegar alguna vez.

Era el atardecer. A Maahiset le parecía extraño que tan pocos bardas hubieran sobrevivido y al mismo tiempo le parecía extraño que alguno hubiera sobrevivido. Aguardó sentada sobre la cantera de un roble rojo que ofrecía una de las sombras más añoradas de los veranos calientes de la plaza de Keops.

Los edificios altos y los patios de piedra concentraban el calor y los olores asquerosos dentro de una misma sinfonía. Maahiset trató de ignorarlos, pero no pudo dejar de sentirse mareada, nunca se terminaría de acostumbrar a las ciudades y nunca dejaría de extrañar sus valles verdes, de aire limpio y aromas florares.

Poco a poco los no tan numerosos bardas, empezaban a llegar. La mayoría molestos con la Reina. Eran más las ansias por maldecirla que por escuchar lo que tuviera para decir.

—Hermanos, —dijo la Reina—. Debemos volver, ya no existen criaturas en el valle.

—Nos abandonaste, tuvimos que huir, mis hijos, mi esposo, todos murieron, despedazados, sus tripas regadas por todo el valle y nuestra Reina ¿dónde estaba? —Expresó una mujer sin preámbulos.

—Fui a buscar ayuda... y la traje. —Se defendió Maahiset.

—La trajo... muy tarde... Pie del Valle ya no existe. —Remarcó la misma mujer.

—¡Yo soy tu Reina! Me debes respeto no puedes hablarme de esa manera. —Gritó Maahiset con ira.

—¿Reina de qué? ¿De escombros y de ruinas? No... mejor dicho de niños, mujeres y hombres muertos, destripados... de huesos y carroña. —Miró con desdén a Maahiset—. Solo de eso eres Reina.

—Ustedes son bardas de Pie del Valle, no pueden darme la espalda.

Poco a poco, todos los bardas se fueron a continuar con sus trabajos. Maahiset se quedó conteniendo las lágrimas. Mirando hacia el suelo. No quería ver como se alejaban de ella. Le resultaba doloroso, pero entendía la decisión que su gente había tomado. Pie del Valle era un pueblo pacífico, preferían quedarse en Keops y soportar algunos atropellos e injusticias, que morir o tener que enfrentarse a las bestias nuevamente. Y ciertamente nada le aseguraba que todas hubiesen muerto o que no regresarían.

Ya sin nadie.

Emprendió entonces su viaje de regreso a Pie del Valle. Había sido rechazada y herida en lo más profundo. Montó sobre un potro imperial y se fue.

Ya sin nadie.

Todo el camino desde Keops a Pie del Valle casi mata a su caballo. Espoleaba sin descanso, no se detuvo, solo cabalgó como una loca.

Intentaba simular que no le interesaba, que no le dolía, pero ni bien estuvo en soledad en medio del camino, lloró. Lloró una tristeza indecible. No era la misma tristeza que cuando regresó de Nubia y vio todo ese reguero de muerte. Esa era la tristeza de la soledad del mundo, y esta era la tristeza de sentirse sola en el mundo.

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora