CAPÍTULO XVI ELLOS-LOS-QUE-NACIERON-ANTES-QUE-LA-TIERRA

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Niflhei, afueras de la ciudad de Lorelei, año 107 de la "Nueva era".

El viento abrió los postigos del rosetón susurrando aullidos distantes y confusos. Zenenet se despertó del golpe que la ventana de madera dio contra la pared. Había algo raro en el aire, pero la niña era muy pequeña para poder comprenderlo. Su madre la arropó cuando terminó de cerrar los postigos y le cantó un arrullo tenue que siempre conseguía hacerla dormir.

—Antes que la nieve fuera blanca

Antes que los árboles dieran flor

Antes que las distancias hicieran el mundo

Ellos danzaban sobre el aire

Antes que tú

Antes que yo

Ellos, los que siempre estuvieron

Ellos, los que aun están.

El llanto de la beba se calmó. Irmin se acercó a su esposa. Era un pescador acostumbrado al frío y a las largas jornadas soportándolo golpear incesantemente su cuerpo durante toda la pesca. La cabaña de pinos donde vivían era un lugar acogedor.

—Hay algo en esta niña, algo especial. —Dedujó la madre.

—Por supuesto que es especial, es mi hija.

—No eres tan especial —Lilit apoyó la mano en el pecho robusto de su esposo.

—Y si no lo soy ¿por qué abandonaste los lujos de la capital para venir a pasar frío y austeridad aquí?

—Porque me dijiste que íbamos a ir a un castillo a beber cerveza helada, me prometiste que era lo más delicioso del mundo.

—Al menos en eso no mentí.

—¿Siempre será seguro Lorelei? —Lilit besó el cuello de Irmin y continuó brindándole caricias suaves en el pecho y abdomen por sobre la gruesa piel de behemot negro.

—Ningún sitio será siempre seguro, pero Lorelei es un lugar neutral, nadie lo ha invadido o atacado en años, y goza de la protección de Kyoga que no es lo ideal, pero quien sea que tome el trono de la capital o del "Reino de Hielo", dejará a Lorelei en paz, siempre se mantuvo como una parada de vida o muerte; sin Lorelei, muy pocos llegarían a Gilgamesh, solo alguien interesado en que nadie llegue a la ciudad de hielo, podría atacarla. —Comentó Irmin.

—Nunca creí en los dioses de mi padre, pero creo en ti... —Dijo la mujer.

—Se les enseña a los niños a ser hospitalarios con los viajeros, los viajeros son agradecidos, y si son inteligentes nunca saquean, incendían o destruyen nada, algún día volverán a necesitar de la hospitalidad de esta ciudad... Lorelei es el mejor lugar para nosotros y para la niña. —Habló Irmin mientras la miraba con ojos soñadores.

Lilit probaba el estofado de conejo con una cuchara de madera, era una mujer blanca de cabellos amarillos que ya rosaba los treinta y cinco largos inviernos. Zenenet sonreía al aire, alzaba las manitos y abría los ojos como si alguien le hablara, como si alguna especie de ser invisible en verdad estuviese jugando con ella. La mujer se quedó observándola tan detenidamente que por poco y se le quema toda la comida, tuvo que volver a echar agua al estofado ya que se había secado demasiado.

Fue un simple descuido, un instante de estupidez. Irmin mordía un pan de granos y sonreía a su esposa, que traía, con dos agarraderas de piel de foca morada, la olla de tres patas que contenía el estofado de conejo.

Él había llevado la cuna de madera de la pequeña Zenenet, hasta la mesa para tenerla cerca mientras cenaba, y alcanzó el plato para que su esposa le sirviera. Lilit hizo un chiste algo tonto acerca del conejo quemado y apoyó la olla en solo dos de sus patas, sin advertir que la tercera había quedado fuera del apoyo de la mesa, y cuando ya no la sostuvo por tomar el cucharón y el plato para servirle a Irmin, la olla de estofado hirviendo cayó sobre la niña.

Lilit se tomó la cabeza ahogando un grito desesperado. El hombre se puso de pie y cogió a la niña. La cuna humeaba empapada del caldo caliente. Sin embargo, cuando Irmin tuvo a Zenenet entre sus brazos la sintió totalmente seca, ni una sola gota la había alcanzado, la niña comenzó a llorar solo cuando el padre la levantó.

—Pero ¡cómo eres de estúpida, mujer! —Gritó Irmin.

—Lo siento señor —rezó Lilit— déjame tenerla.

Irmin la tocaba asombrado. Estaba intacta.

—Está bien, nada le pasó... —dijo al fin y le entregó la niña a su madre sin salir del asombro.

—Perdón hija, perdón, mamá es una tonta, prometo tener más cuidado...

Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora