CAPÍTULO XLV HIJO DE SAJMET

5 2 0
                                    

Imperio de Pa-Hsien, Bosques Blancos, año 122 de la "Nueva era".

«Tengo la certeza de que tú eres hijo de Jigoku, descendiente del Emperador de Pa-Hsien, al que el usurpador expulsó a las tierras de Gondawana cuando era tan solo un niño, luego de matar a tu abuelo. No conociste a tu padre y yo ciertamente tampoco, pero recuerdo el día que lo despidieron y era igual a ti. Ninguna embarcación llega de Gondwana con un niño y ninguna mujer, salvo que alguien haya enviado a ese niño aquí».

Las últimas palabras de su maestro le resonaban en la memoria. Luego le había entregado el amuleto que llevaba como colgante, quiso decir algo, pero no alcanzó a hacerlo y murió.

Los lobos caminaban detrás de él, sus pasos crujían sobre las hojas secas, el invierno dejaba muchos arbustos huraños y animales muertos.

Miró el colgante que tenía en el cuello, parecía más una llave que otra cosa. «Si era una llave ¿qué cosa abriría?» —Se preguntaba.

Sobrevivir en los bosques era agotador, debía mantenerse en movimiento constante para no ser atrapado por las bestias, y eso no era lo peor, sino dormir a la noche, se despertaba cuatro o cinco veces por noche ante cualquier ruido. No había tenido un descanso verdadero desde que el maestro había muerto. Aunque los lobos lo protegían, él se sentía responsable por ellos y casi siempre era quien velaba por ellos.

Era el décimo segundo año de Igdrasil, estaba llorando sobre un tocón donde el bosque terminaba, Jigoku la contemplaba desde lejos, nunca había querido acercársele. Solo la observaba, era la cosa más hermosa que había visto en toda su vida y el maestro le había enseñado a apreciar la belleza sin interrumpirla, sin alterarla, solo contemplarla.

Ella sintió su presencia como una sombra observándola desde la espesura del bosque. Al principio temía que fueran los demonios de los cuales su abuelo estaba cansado de advertirle, pero nunca los había visto, sin embargo, sí lo había visto a él, desde tiempo atrás, observándola.

Cuando ella le dirigió la mirada, él se alejó. Ya había sido suficiente.

Soñó por un momento durante la noche con un ejército de lobos y bestias que lo obedecían, se encontraba en las puertas de Pa-Hsien dirigiendo sus huestes hacia el templo. Era el momento de recuperar lo que se le había arrebatado. Según la tradición, si él regresaba, solo bastaba con reclamar el trono y se le debía conceder. Al despertar, primero se emocionó, pero luego se echó a reír al caer en la cuenta de lo absurdo de esa idea.

Era una vieja calle tapada de maleza. Esquivando el Camino de Alerces, en medio de una pradera, debajo de unos pinos se encontraba la cabaña. El hombre que vivía allí estaba cortando leños detrás de la casa. Era muy viejo. «No sobrevivirá al próximo invierno» —pensó Jigoku.

—Amigo, necesito agua. —Le dijo.

—En otro tiempo te hubiera cortado la cabeza por invadir el patio de mi casa, pero ya ves, estoy viejo y tengo que dejar que los hombres más jóvenes se abusen.

—Créame que, aunque estuviera joven no podría cortarme la cabeza. —Sonrió Jigoku.

—Pasa. —Invitó el viejo.

Jigoku entró en la cabaña y el viejo lo siguió detrás. Los lobos quedaron afuera. Dentro, todo estaba prolijamente ordenado.

—¿Esas son tus mascotas? —Preguntó el viejo arrugando los pómulos.

—Mi familia. —Contestó el muchacho.

—Conocí a otro hombre, un hombre viejo como yo, tenía una familia como la tuya. Hace años que no lo veo, y no porque estuviera lejos, estaba por aquí, en el Bosque Blanco, en las afueras de Dahomey. Siempre llevaba un colgante con él y ahora veo que tú lo traes ¿lo mataste? —Interrogó, luego de volver de sus recuerdos y sirviéndole una vasija algo polvorienta con agua de aljibe.

—No, me lo regaló.

—Si te lo regaló, supongo que te ha dicho qué es y para qué sirve.

—Supongo que es un amuleto, me lo dio cuando estaba muriendo, no dijo para qué servía. —Comentó no muy convencido Jigoku.

—Es una llave. —Afirmó el hombre con confianza.

—Y ¿qué abre? —Preguntó el muchacho.

—¿Cómo puedo saberlo?

—¿Debo cortarte un brazo para que me lo digas? —La amenaza del joven se oyó firme.

—¿Qué era él para ti? —Interrogó el viejo.

—Era como un padre para mí.

—Y ¿Por qué crees que me habría dicho algo a mí que no te dijo a ti? Adelante, córtame el brazo, no sé qué es lo que abre, y un brazo menos no me dará ese conocimiento.

Jigoku cayó en razón al oír esas palabras y calmó su temple.

—Pero puedo contarte una historia... —relató el viejo— hace mucho tiempo, yo era un hombre joven y fuerte, y un Caballero de la guardia imperial, instruido en el Claustro Blanco, al servicio del Emperador Milkom. Él estaba viejo y muy cerca de la muerte, dicen que los reyes pueden sentir que su momento está cerca. Su hijo Jigoku estaba próximo a asumir el trono por propia orden del Emperador, pero Devel, el padre de Bolthorhn, quería el trono para sí mismo. De modo que asesinó a Milkom y envió a Jigoku a Gondwana, siguiendo la tradición. Quería tener acceso al ejército de sajmets que estábamos criando en el claustro. Cuando lo supimos, los "Sin Nombre", asesinamos a todos los sajmets. Se decía que en el templo también los criaban y en el Claustro Negro, pero supongo que nunca lo sabremos.

»Serví toda mi vida al Emperador Milkom y vi cómo se llevaron a su hijo Jigoku, y por el cielo y la tierra que cuando te vi entrar, pensé que eras él, reencarnado, viniendo a reclamar que no pude protegerlo.

—¿Cómo vino a parar aquí? —Indagó Jigoku turbado.

—Porque huí, no quise servir a ese Emperador, y al tiempo otro huyó también cuando Devel desapareció... es quien te dio eso que cuelga en tu cuello.

—¿Cómo un Emperador puede desaparecer?

—Su propio hijo... Bolthorhn.


Lágrimas que caen en el corazón del mundo - (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora