Ashton esta sentado en la última fila como siempre, fingiendo tocar la batería con sus lápices, interrumpiendo a todo aquel que estaba haciendo el maldito ensayo para Filosofía.
Realmente no le importa ni la mirada asesina del Sr. Blanco, como mucho menos la del chico de pelo azul o el rubio con gafas Ray Ban, rodeado de sus otros cuatro mejores amigos.
— ¿Sr. Irwin?
— ¿Si? — respondo con el mismo tono.
— ¿No piensa responder a mi pregunta?
— ¿Cuál pregunta?
— ¿Qué es la vida?
— ¿Qué es la vida? Pues bueno, eso es fácil de responder. Una verdadera mierda.
Puedo oír la risa de alguno, el desacuerdo de otros, pero me vale. Quizás unos tres o cuatro años, probablemente no hubiese ni alzado la voz, demasiado tímido y aterrorizado por los matones de la clase, pero ahora ellos me temen a mí. Puedo hacer, o decir, lo que sea, sin que nadie se atreva a decirme o hacerme algo.
— ¿Y porque dice usted eso?
— ¿Quiere quitarle el trabajo a mi sicólogo, Sr. Blanco?
— Irwin, solo responde.
— La muy perra, suele darte pequeñas probadas de felicidad, de paz, y estabilidad. Te hace creer que eres intocable, que nada malo jamás va a ocurrirte, y que sonreír es tan natural como respirar, para luego hacerte caer en un precipicio. En tan solo un segundo, todo cambia. Te hace tocar el fondo, tan profundamente, tan fuertemente, que sabes que jamás podrás salir de la oscuridad. ¿No es eso suficiente para creerlo? ¿No es la vida una mierda?
— Fuera de mi clase.
— Con gusto.
Recojo mis cuadernos, y los tiro dentro de la vieja mochila. Sigo pensando en la pregunta. En lo que no dije, en lo que no debería haber dicho. Es primera vez en un año que hablo en clases, que alzo la voz y el resto me escucha. Prefiero la invisibilidad que te proporciona el fondo de la clase. Es más cómoda la oscuridad en la que vivo ahí, sin nadie mirándome.
Hay algo que no dije, y de lo que estoy ciertamente seguro. La vida te arroja a la oscuridad, y en la oscuridad es donde te quedas. Es por eso que vivo perpetuamente bajo los efectos de alguna droga, es más fácil lidiar el día a día con ellas en mis venas.
Camino hasta la oficina. En la mañana no se había molestado en hacerlo, y si no quería llegar tarde a su segunda clase, sería mejor que se apurara.
Arrastro sus vans negras hasta la oficina y retirar el horario. Rose, la mujer que llevaba ahí desde que tenía memoria, lo miro con el mismo desdén de siempre, y le entrego sus libros y la hoja con sus asignaturas. Oyó el timbre sonar, y maldijo, iba a llegar tarde de todas maneras. La sala estaba al otro extremo.
Los hecho en su mochila, cuando sintió un empujón en su espalda, como si alguien hubiera caído sobre él.
— ¿Que no puedes coordinar tus pies estúpido? — dijo sin voltearse siquiera. No recibió respuesta y decidió dejarlo.
No necesitaba un castigo o suspensión el primer día del año, y había estado bastante cerca de conseguir una ya. Al girarse vio que el 'culpable' del golpe en su espalda, era una chica de grandes lentes, con un gorro rojo cubriendo su pelo y mejillas completamente del color del gorro. La ignoro y siguió su camino a clases. Oyó como con una dulce voz pedía su horario mientras se alejaba.
Revise la hoja por primera vez y vi Francés. Mierda. Odiaba el francés. Esto era por no inscribir ni elegir materias a tiempo, al final te daban las únicas en las que quedaban cupos. Camine hasta el salón de Mademoiselle Wickham, de seguro la vieja bruja me daba unas horas extras. Estaba a punto de abrir la puerta, cuando oí a alguien correr. Era la morena del gorro rojo que había visto hace minutos. En cuanto vio mi mirada sobre ella, agacho su rostro. Abrió la puerta, y entro, lo hice tras ella.
— ¿Señorita? — pregunto la lagarta. — ¿Por qué llego tarde a mi clase?
— Disculpe — su acento claramente era de algún país sudamericano — Pero estoy de intercambio aquí, y no sabía cómo encontrar el lugar. Prometo que no volverá a suceder.
— Oh, no hay problema. Toma asiento entonces. Pero — se giro y quedo frente a mi — Monsieur Irwin, un gusto verlo nuevamente
— Lo mismo digo.
— Dos horas de castigo en mi oficina al final de las clases.
Iba a protestar cuando la morena alzo la mano.
— ¿Oui? — dijo Mademoiselle Wickham.
— Es mi culpa, me temo que no sabía dónde encontrar mi horario y le pedí ayuda.
— Oh, que pase entonces.
Me senté junto a ella, el único asiento vacío en toda la jodida sala. Podía sentir su mirada sobre mí, pero no le iba a dar las gracias, si era lo que esperaba. Así que la ignoré lo que duró la hora. Una vez que sonó el timbre me aleje lo más rápido posible. Realmente esa chica sabía cómo poner incomodo a alguien.