No me dejes.

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Salí del departamento de Maia lo más rápido que pude. No podía quedarme ahí y ver esos inocentes ojos marrones interrogarme silenciosamente. ¿Qué iba a decirle? No le podía decir que había deseado lo que había pasado, tampoco que pese a todo me alegraba de haberle robado su primer beso. Era increíble que a sus diecisiete no supiera besar, lo cual le había parecido más que tierno. 

Pero Horan me había dado la salida perfecta, por mucho que detestara dejarla a solas con él. Él no era bueno para ella, como tampoco lo soy yo. Pero creo que entre ambos, él le haría mil veces menos daño que lo que yo podría. 

Enciendo mi motocicleta y salgo disparado y sin destino. Lo único que sé es que necesito estar lejos, en algún bar o alguna fiesta de quinta. 

Me estacioné fuera de un bar, deje la moto estacionada en un callejón y entré. Lo primero que vi fue a Karen, le sonreí y me acerqué a ella. No me sorprendió que se colgara de mi cuello, y me besara profundamente. En cuanto reaccioné puse mis manos en su cintura y la apoye contra la mesa, abrió sus piernas, y me acomodé entre ellas. Sus expertas manos viajaron por mi espalda, aprovechando la oscuridad de aquel bar de suburbio. 

― ¿Quieres dar un paseo nena?

― Sabes que si ― susurró mientras mordisqueaba mi oreja. 

― Vale, déjame ir por una par de cervezas. 

― Esto, tengo algo que te podría interesar ― y en cuanto puso su mano en mi bolsillo supe exactamente lo que era. 

Le guiñe un ojo, y caminé hasta el baño, saque la pequeña pastilla de éxtasis de mi bolsillo y la trague. Me mire al espejo y arreglé mi cabello. En cuanto salí vi a Karen correr a mí. Tome su mano y la tire hasta el bar. Bebimos cervezas, nos besamos y un poco más. 

Unos cuarenta minutos después comencé a sentir los efectos, y no eran ni parecidos a los que solía sentir. Sentía el cosquilleo en los dedos y en la frente, pero el bienestar no llegaba y la euforia no estaba ni cerca, al contrario, algo estaba mal. La tensión me hizo apretar las mandíbulas, la ansiedad no me dejaba respirar, y la desesperación que crecía dentro mi me hizo correr fuera. Un pequeño mareo me hizo tropezar. 

Subí a mi motocicleta, con el sudor frío recorriendo mi espalda, y mis dientes castañeando, mi vista estaba afinada, y pude ver las luces a lo lejos. Encendí el motor, y aceleré a fondo deseando ir lejos, que el frío aire inundara mis pulmones, que la sensación de ahogo desapareciera. 

Conduje al único lugar en el cual quería estar. 

Narra Maia. 

Un extraño ruido me despertó. Salí bajo la manta celeste, y caminé hasta la puerta. Apoye mi oído en ella, por si podía oír mejor que pasaba afuera. 

― Ábreme ahora mismo la puerta ― el grito me hizo saltar lejos.

¿Debía abrir o no?

Sabía perfectamente quien estaba afuera, y era obvio que estaba borracho. Si le abría era idiota. De todas formas puse mi mano en el picaporte, pensando en todas las razones por las cuales no debía hacerlo. 

― Morena, por favor ― pude oír la suplica en su voz, y me recordó que Frank, mi hermano, usaba ese mismo tono cuando se sentía desorientado y perdido. 

Abrí la puerta sin dudarlo, y observé sus ojos. No me equivoque, los lindos ojos de Ashton tenían las pupilas dilatadas, estaba claro que estaba drogado. 

― Ashton ¿Qué haces acá?

― Necesitaba verte. 

― ¿Por qué te haces eso?

― ¿Hacerme qué?

― Ambos sabemos de qué estoy hablando Ash ― tomé su mano y lo hice entrar. Me preocupo ver el sudor en su frente, el movimiento nervioso de sus ojos. Lo senté en el sofá, y lo cubrí con mi manta. ― ¿Tienes frío?

― ¿Cómo? ― pregunto fijando sus ojos en mí.

― Nada ― suspiré y lo abracé. Realmente Ashton era demasiado bueno para ser verdad. El dolor de saber el daño que se estaba haciendo me atravesó. Verlo así me hizo recordar a Frank, sus crisis, los momentos en los cuales se refugiaba en drogas y el infierno no hacía más que hacerse peor. ¿Qué haría el sin mí? 

Mire a Ashton, tenía sus ojos cerrados, sus mandíbulas tensas, y temblaba ligeramente bajo mis brazos. Supe de inmediato que no podía enamorarme de él. Que él era un problema, y que haría mi vida mil veces peor de lo que ya es. Podía casi verme sufriendo por él cada vez que desaparecía, cada vez que llegaba en este estado o peor. Conocía el mundo de als drogas, y también sabía lo difícil que salir de él era. 

― Maia, perdóname. 

― Ashton, no quiero que te hagas más daño. 

― No puedo parar. 

― Claro que puedes hacerlo. Eres fuerte. 

― No, no lo soy. Soy un desastre. 

― No lo eres. ¿Crees que puedes dormir? ― le susurré. 

― No creo que pueda hacerlo. Me siento mal. Me siento solo. 

― No lo estas ― acaricie su mejilla conteniendo las lágrimas. ― ¿Quieres agua?

― Si. ― susurró con la vista pérdida. 

Caminé hasta la cocina, serví un vaso y me senté junto a él. Lo bebió lentamente, quite el vaso de sus manos. Hice que se recostara en la cama, lo tape bien con la manta, y me levante para ir a dormir al sofá. 

― Buenas noches Ash. 

― No me dejes solo ―murmuró tomando mi muñeca suavemente. 

― Ash, estaré en el sofá. 

― No es suficiente. 

― Esta bien, me quedare aquí. 

Me recosté a su espalda, me cubrí con la manta, y me quede inmóvil en la oscuridad. Ashton estaba demasiado tenso, así que comencé a acariciar su pelo para que se relajara. Jugueteé con sus mechones, y cuando estuve segura de que estaba más tranquilo, quite mi mano, pero su mano se aferro a mi muñeca, y me abrazó a él. Su aliento en mi cuello, sus brazos rodeándome por completo. 

¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué tenía que enamorarme del chico problema?

A tu lado // Ashton Irwin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora