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― Hola Maia.
― Niall, hola!― dije mientras alguien pisaba mi pie.
― ¿Vienes a la fiesta hoy?
― Eeh, si ¿tú?
― Nos vemos ahí entonces preciosa ― besó mi mejilla, y me tomo por sorpresa. Alcé una ceja, y solo pude oír su risa alejándose cerca de sus amigos.
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Caminé hasta el restaurant que estaba cerca de casa. Abrí la puerta de vidrio, y me dirigí entre al mesas hasta el señor tras la caja.
― Hola...
― Hola ― dijo sin alzar la vista.
― Eh, leí el anuncio... y quiero el trabajo.
― ¿Tú? ― dijo alzando una oscura y gruesa ceja negra.
― Sí, tengo experiencia y me gustaría trabajar. En realidad, lo necesito.
― ¿Sabes el horario?
― Por supuesto, y no es problema para mí. De 4 a 8 es perfecto. Y los fines de semanas todo el día. Puedo hacerlo.
― ¿Y viste cual era el sueldo?
― Si, y es lo que necesito.
― ¿Cuál es tu nombre?
― Maia Rodríguez.
― ¿Y cuántos años tienes?
― Diecisiete.
― Bueno, ¿Puedes empezar hoy?
― Ahora mismo ― dije sonriendo.
― Okey, puedes irte a las siete treinta.
― Gracias, mil gracias.
― Ve tras esa puerta, ahí está Izan, el te enseñara todo lo que necesitas.
― Vale, gracias.
Caminé hasta la puerta blanca, y la empuje. Dentro había solo tres personas. Un chico moreno, alto, y de pelo oscuro, una señora bajita y pelirroja, y él que parecía ser el chef.
― Uh, hola, soy Maia, y busco a Izan.
― Soy yo ― dijo sonriendo el chico. Era atractivo, entre los 20 años o menos. Se acercó a mí y extendió su mano. La tomé entre las mías, y la sacudí.
― El señor de afuera, dijo que tú me enseñarías todo lo que necesito saber para trabajar aquí.
― ¿Eres nueva?
― Si.
― Okey, ¿has trabajo en esto alguna vez?
― Solía hacerlo en casa.
― ¿En casa?
― Soy de Latinoamérica.
― Yo de España, Izan Romeu.
― Un gusto.
― Mío. Pero ahora empecemos, puedes dejar tu mochila en los vestidores, y ponerte uno de los delantales. Tu primera tarea será...
― Lavar platos ― dijo entrando él señor que me había contratado hace poco.
― Pero debería limpiar mesas... ― replicó Izan.
― Dije los platos.
― No tengo problema en hacerlo ― quite mi mochila, arremangué las mangas de mi camisa, y empecé el trabajo que quizás salvaría la vida de mi hermano.