Mi Orgullo Y Tu Prejuicio (Omegaverse) {Yuri×Otabek}

Capítulo 6

La propiedad del señor Katsuki consistía casi enteramente en una hacienda de dos mil libras al año, la cual, desafortunadamente para sus Omegas, estaba destinada, por falta de herederos Alfas o Betas, a un pariente lejano; y la fortuna de la madre, aunque abundante para su posición, difícilmente podía suplir a la de su marido. Su padre había sido abogado en Barcelonding y le había dejado cuatro mil libras. La señora Katsuki tenía una hermana Omega enlazada con un tal señor Cialdini que había sido empleado de su padre y le había sucedido en los negocios, y un hermano Alfa en Yoilopolis que ocupaba un respetable lugar en el comercio.

El pueblo de Hasetsu estaba sólo a una milla de Barcelonding, distancia muy conveniente para los jóvenes Omegas, que normalmente tenían la tentación de ir por allí tres o cuatro veces a la semana para visitar a su tía Minako Cialdini y, de paso, detenerse en una sastrería que había cerca de su casa. Los que más frecuentaban Barcelonding eran los dos menores, Guang y Minami, que solían estar más ociosos que sus hermanos, y cuando no se les ofrecía nada mejor, decidían que un paseíto a la ciudad era necesario para pasar bien la mañana y así tener conversación para la tarde; porque, aunque las noticias no solían abundar en el campo, su tía siempre tenía algo que contar. De momento estaban bien provistos de chismes y de alegría ante la reciente llegada de un regimiento militar que iba a quedarse todo el invierno y tenía en Barcelonding su cuartel general.

Ahora las visitas a la señora Cialdini proporcionaban una información de lo más interesante. Cada día añadían algo más a lo que ya sabían acerca de los nombres y las familias de los oficiales. El lugar donde se alojaban ya no era un secreto y pronto empezaron a conocer a los oficiales en persona. El señor Celestino Cialdini los conocía a todos, lo que constituía para sus sobrinos una fuente de satisfacción insospechada. No hablaba de otra cosa que no fuera de oficiales. La gran fortuna del señor Nikiforov, de la que tanto le gustaba hablar a su madre, ya no valía la pena comparada con el uniforme de un alférez.

Después de oír una mañana el entusiasmo con el que sus hijos hablaban del tema, el señor Katsuki observó fríamente:

––Por todo lo que puedo sacar en limpio de su manera de hablar deben de ser los Omegas más tontos de todo el país. Ya había tenido mis sospechas algunas veces, pero ahora estoy convencido.

Guang se quedó desconcertado y no contestó. Minami, con absoluta indiferencia, siguió expresando su admiración por el capitán Miyamoto, y dijo que esperaba verle aquel mismo día, pues a la mañana siguiente se marchaba a Yoilopolis.

––Me deja pasmada, querido ––dijo la señora Katsuki––, lo dispuesto que siempre estás a creer que tus hijos son tontos. Si yo despreciase a alguien, sería a los hijos de los demás, no a los míos.

––Si mis hijos son tontos, lo menos que puedo hacer es reconocerlo.

––Sí, pero ya ves, resulta que son muy listos.

––Presumo que ese es el único punto en el que no estamos de acuerdo. Siempre deseé coincidir contigo en todo, pero en esto difiero, porque nuestros dos hijos menores son tontos de remate.

––Mi querido señor Katsuki, no esperarás que estos cachorros tengan tanto sentido como sus padres. Cuando tengan nuestra edad apostaría a que piensan en oficiales tanto como nosotros. Me acuerdo de una época en la que me gustó mucho un Alfa casaca roja, y la verdad es que todavía lo llevo en mi corazón. Y si un joven coronel ya sea Alfa o Beta con cinco o seis mil libras anuales quisiera a uno de mis Omegas, no le diría que no. Encontré muy bien al coronel Morooka la otra noche en casa de sir Nishigori.

––Mamá ––dijo Minami, –– la tía Minako dice que el coronel y el capitán Miyamoto ya no van tanto a casa de los Hiramatsu como antes. Ahora los ve mucho en la biblioteca de Mappa.