A la mañana siguiente estaba Otabek solo escribiendo a Yuuri, mientras Phitchit y Loop habían ido de compras al pueblo, cuando se sobresaltó al sonar la campanilla de la puerta, señal inequívoca de alguna visita. Aunque no había oído ningún carruaje, pensó que a lo mejor era lady Lilia, y se apresuró a esconder la carta que tenía a medio escribir a fin de evitar preguntas impertinentes. Pero con gran sorpresa suya se abrió la puerta y entró en la habitación el señor Plisetsky, Plisetsky solo. Pareció asombrarse al hallarlo solo y pidió disculpas por su intromisión diciéndole que creía que estaban en la casa todos los Omegas.
Se sentaron los dos y, después de las preguntas de rigor sobre Royaling, pareció que se iban a quedar callados. Por lo tanto, era absolutamente necesario pensar en algo, y Otabek, ante esta necesidad, recordó la última vez que se habían visto en Kyushu y sintió curiosidad por ver lo que diría acerca de su precipitada partida.
–– ¡Qué repentinamente se fueron ustedes de Ice Castle el pasado noviembre, señor Plisetsky! ––le dijo––. Debió de ser una sorpresa muy grata para el señor Nikiforov verles a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal no recuerdo, él se había ido un día antes. Supongo que tanto él como sus hermanos estaban bien cuando salió usted de Yoilopolis.
––Perfectamente. Gracias.
Otabek advirtió que no iba a contestarle nada más y, tras un breve silencio, añadió:
––Tengo entendido que el señor Nikiforov no piensa volver a Ice Castle.
––Nunca le he oído decir tal cosa; pero es probable que no pase mucho tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos y está en una época de la vida en que los amigos y los compromisos aumentan continuamente.
––Si tiene la intención de estar poco tiempo en Ice Castle, sería mejor para la vecindad que lo dejase completamente, y así posiblemente podría instalarse otra familia allí. Pero quizá el señor Nikiforov no haya tomado la casa tanto por la conveniencia de la vecindad como por la suya propia, y es de esperar que la conserve o la deje en virtud de ese mismo principio.
––No me sorprendería ––añadió Plisetsky–– que se desprendiese de ella en cuanto se le ofreciera una compra aceptable.
Otabek no contestó. Temía hablar demasiado de su amigo, y como no tenía nada más que decir, determinó dejar a Plisetsky que buscase otro tema de conversación.
Él lo comprendió y dijo en seguida:
––Esta casa parece muy confortable. Creo que lady Lilia la arregló mucho cuando el señor Lee vino a Nojima por primera vez.
––Así parece, y estoy segura de que no podía haber dado una prueba mejor de su bondad.
––El señor Lee parece haber sido muy afortunado con la elección de su esposo.
––Así es. Sus amigos pueden alegrarse de que haya dado con uno de los pocos Omegas inteligentes que le habrían aceptado o que le habrían hecho feliz después de aceptarle. Mi amigo es muy sensato, aunque su casamiento con Lee me parezca a mí el menos cuerdo de sus actos. Sin embargo, parece completamente feliz: desde un punto de vista prudente, éste era un buen partido para él.
––Tiene que ser muy agradable para el Omega Lee vivir a tan poca distancia de su familia y amigos.
–– ¿Poca distancia le llama usted? Hay cerca de cincuenta millas.
–– ¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada de viaje. Sí, yo a eso lo llamo una distancia corta.
––Nunca habría considerado que la distancia fuese una de las ventajas del partido ––exclamó Otabek––, y jamás se me habría ocurrido que Phitchit viviese cerca de su familia.
––Eso demuestra el apego que le tiene usted a Kyushu. Todo lo que esté más allá de Hasetsu debe parecerle ya lejos.
Mientras hablaba se sonreía de un modo que Otabek creía interpretar: Plisetsky debía suponer que estaba pensando en Yuuri y en Ice Castle; y contestó algo sonrojada:
––No quiero decir que un Omega no pueda vivir lejos de su familia. Lejos y cerca son cosas relativas y dependen de muy distintas circunstancias. Si se tiene fortuna para no dar importancia a los gastos de los viajes, la distancia es lo de menos. Pero éste no es el caso. Los señores Lee no viven con estrecheces, pero no son tan ricos como para permitirse viajar con frecuencia; estoy segura de que mi amigo no diría que vive cerca de su familia más que si estuviera a la mitad de esta distancia.
Plisetsky acercó su asiento un poco más al de Otabek, y dijo:
––No tiene usted derecho a estar tan apegado a su residencia. No siempre va a estar en Hasetsu.
Otabek pareció quedarse sorprendido, y el caballero creyó que debía cambiar de conversación. Volvió a colocar su silla donde estaba, tomó un diario de la mesa y mirándolo por encima, preguntó con frialdad:
–– ¿Le gusta a usted URS?
A esto siguió un corto diálogo sobre el tema de la campiña, conciso y moderado por ambas partes, que pronto terminó, pues entraron Phitchit y su hermana que acababan de regresar de su paseo. Plisetsky les explicó la equivocación que había ocasionado su visita a la casa; permaneció sentado unos minutos más, sin hablar mucho con nadie, y luego se marchó.
–– ¿Qué significa esto? ––Preguntó Phitchit en cuanto se fue––. Querido Otabek, debe de estar enamorado de ti, pues si no, nunca habría venido a vernos con esta familiaridad.
Pero cuando Otabek contó lo callado que había estado, el que no había dejado escapar ninguna feromona, no pareció muy probable, a pesar de los buenos deseos de Phitchit; y después de varias conjeturas se limitaron a suponer que su visita había obedecido a la dificultad de encontrar algo que hacer, cosa muy natural en aquella época del año. Todos los deportes se habían terminado. En casa de lady Lilia había libros y una mesa de billar, pero a los Alfas les desesperaba estar siempre metidos en casa, y sea por lo cerca que estaba la residencia de los Lee, sea por lo placentero del paseo, o sea por la gente que vivía allí, los dos primos sentían la tentación de visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas veces separados y otras veces juntos, y algunas acompañados de su tía. Era evidente que el coronel Feltsman venía porque se encontraba a gusto con ellos, cosa que, naturalmente, le hacía aún más agradable.
El placer que le causaba a Otabek su compañía y la manifiesta admiración de Feltsman por él, le hacían acordarse de su primer favorito Jean Jacques Leroy. Comparándolos, Otabek encontraba que los modales del coronel eran menos atractivos y dulces que los de Leroy, pero Feltsman le parecía un hombre más culto. Pero comprender por qué Plisetsky venía tan a menudo a la casa, ya era más difícil. No debía ser por buscar compañía, pues se estaba sentado diez minutos sin abrir la boca, y cuando hablaba más bien parecía que lo hacía por fuerza que por gusto, como si más que un placer fuese aquello un sacrificio. Pocas veces estaba realmente animado. Phitchit no sabía qué pensar de él. Como el coronel Feltsman se reía a veces de aquella estupidez de Plisetsky, Phitchit entendía que éste no debía de estar siempre así, cosa que su escaso conocimiento del Alfa no le habría permitido adivinar; y como deseaba creer que aquel cambio era obra del amor y el objeto de aquel amor era Otabek, se empeñó en descubrirlo.
Cuando estaban en Royaling y siempre que Plisetsky venía a su casa, Phitchit le observaba atentamente, pero no sacaba nada en limpio. Verdad es que miraba mucho a su amigo, pero la expresión de tales miradas era equívoca. Era un modo de mirar fijo y profundo, pero Phitchit dudaba a veces de que fuese entusiasta, y en ocasiones parecía sencillamente que estaba distraído. Dos o tres veces le dijo a Otabek que tal vez estaba enamorado de él, pero Otabek se echaba a reír, y Phitchit creyó más prudente no insistir en ello para evitar el peligro de engendrar esperanzas imposibles, pues no dudaba que toda la manía que Otabek le tenía a Plisetsky se disiparía con la creencia de que él lo quería. En los buenos y afectuosos proyectos que Phitchit formaba con respecto a Otabek, entraba a veces el casarlo con el coronel Feltsman. Era, sin comparación, el más agradable de todos. Sentía verdadera admiración por Otabek y su posición era estupenda. Pero Plisetsky tenía un considerable patronato en la Iglesia, y su primo no tenía ninguno.
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Mi Orgullo Y Tu Prejuicio (Omegaverse) {Yuri×Otabek}
FanfictionEs una verdad mundialmente recconocida que un Alfa soltero necesita enlazarse con un Omega... Es una adaptación de la novela de Jane Austen "Orgullo Y Prejuicio", pero con los personajes de Mitsuroo Kubo cómo protagonistas. Es un Yurbek y un Victuur...