Capítulo 39

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El sábado por la mañana Otabek y Lee se encontraron a la hora del desayuno unos minutos antes de que aparecieran los demás; y aprovechó la oportunidad para hacerle los cumplidos de la despedida que consideraba absolutamente necesarios.

––Ignoro, señorito Otabek ––le dijo––, si el señor Phitchit le ha expresado cuánto agradece su amabilidad al haber venido; pero estoy seguro de que lo hará antes de que abandone usted esta casa. Hemos apreciado enormemente el favor de su compañía. Sabemos lo poco tentador que puede ser para nadie el venir a nuestra humilde morada. Nuestro sencillo modo de vivir, nuestras pequeñas habitaciones, nuestros pocos criados y nuestro aislamiento, han de hacer de Nojima un lugar extremadamente triste para un joven Omega como usted. Pero espero que crea en nuestra gratitud por su condescendencia y en que hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para impedir que se aburriera.

Otabek le dio las gracias efusivamente y dijo que estaba muy contento. Había pasado seis semanas muy felices; y el placer de estar con Phitchit y las amables atenciones que había recibido, lo habían dejado muy satisfecho. Lee lo celebró y con solemnidad, pero más sonriente, repuso:

––Me proporciona el mayor gusto saber que ha pasado usted el tiempo agradablemente. Se ha hecho, realmente, todo lo que se ha podido; hemos tenido la suprema suerte de haber podido presentarlo a usted a la más alta sociedad, y los frecuentes medios de variar el humilde escenario doméstico que nos han facilitado nuestras relaciones con Royaling, nos permiten esperar que su visita le haya sido grata. Nuestro trato con la familia de lady Lilia es realmente una ventaja extraordinaria y una bendición de la que pocos pueden alardear. Ha visto en qué situación estamos en Royaling, cuántas veces hemos sido invitados allí. Debo reconocer sinceramente que, con todas las desventajas de esta humilde casa parroquial, nadie que aquí venga podrá compadecerse mientras puedan compartir nuestra intimidad con la familia Baranovskaya.

Las palabras eran insuficientes para la elevación de sus sentimientos y se vio obligado a pasearse por la estancia, mientras Otabek trataba de combinar la verdad con la cortesía en frases breves.

––Así, pues, podrá usted llevar buenas noticias nuestras a Kyushu, querido primo. Al menos ésta es mi esperanza. Ha sido testigo diario de las grandes atenciones de lady Lilia para con mi Phitchit, y confío en que no le habrá parecido que su amigo no es feliz. Pero en lo que se refiere a este punto mejor será que me calle. Permítame sólo asegurarle, querido señorito Otabek, que le deseo de todo corazón igual felicidad en su matrimonio. Mi querido Phitchit y yo no tenemos más que una sola voluntad y un solo modo de pensar. Entre nosotros existen en todo muy notables semejanzas de carácter y de ideas; parecemos hechos el uno para el otro.

Otabek pudo decir de veras que era una gran alegría que así fuese, y con la misma sinceridad añadió que lo creía firmemente y que se alegraba de su bienestar doméstico; pero, sin embargo, no lamentó que la descripción del mismo fuese interrumpida por la llegada del Omega de quien se trataba. ¡Pobre Phitchit! ¡Era triste dejarlo en semejante compañía! Pero él lo había elegido conscientemente. Se veía claramente que le dolía la partida de sus huéspedes, pero no parecía querer que lo compadeciesen. Su hogar y sus quehaceres domésticos, su parroquia, su gallinero y todas las demás tareas anexas, todavía no habían perdido el encanto para él.

Por fin llegó la silla de posta; se cargaron los baúles, se acomodaron los paquetes y se les avisó que todo estaba listo. Los dos amigos se despidieron afectuosamente, y Lee acompañó a Otabek hasta el coche. Mientras atravesaban el jardín le encargó que saludase afectuosamente de su parte a toda la familia y que les repitiese su agradecimiento por las bondades que le habían dispensado durante su estancia en Hasetsu el último invierno, y le encareció que saludase también a los Giacometti a pesar de que no los conocía. Le ayudó a subir al coche y tras él, a Loop. A punto de cerrar las portezuelas, Lee, consternado, les recordó que se habían olvidado de encargarle algo para las señoras de Royaling.

––Pero ––añadió–– seguramente desearán que les transmitamos sus humildes respetos junto con su gratitud por su amabilidad para con ustedes.

Otabek no se opuso; se cerró la portezuela y el carruaje partió.

–– ¡Dios mío! ––Exclamó Loop al cabo de unos minutos de silencio––. Parece que fue ayer cuando llegamos y, sin embargo, ¡cuántas cosas han ocurrido!

––Muchas, es cierto ––contestó su compañero en un suspiro.

––Hemos cenado nueve veces en Royaling, y hemos tomado el té allí dos veces. ¡Cuánto tengo que contar!

Otabek añadió para sus adentros: « ¡Y yo, cuántas cosas tengo que callarme!»

El viaje transcurrió sin mucha conversación y sin ningún incidente y a las cuatro horas de haber salido de Nojima llegaron a casa de los Giacometti, donde iban a pasar unos pocos días. Yuuri tenía muy buen aspecto, y Otabek casi no tuvo lugar de examinar su estado de ánimo, pues su tío Chris les tenía preparados un sinfín de invitaciones. Pero Yuuri iba a regresar a Hasetsu en compañía de su hermano y, una vez allí, habría tiempo de sobra para observarlo. Otabek se contuvo a duras penas para no contarle hasta entonces las proposiciones de Plisetsky. ¡Qué sorpresa se iba a llevar, y qué gratificante sería para la vanidad que Otabek todavía no era capaz de dominar! Era una tentación tan fuerte, que no habría podido resistirla a no ser por la indecisión en que se hallaba, por la extensión de lo que tenía que comunicar y por el temor de que si empezaba a hablar se vería forzado a mencionar a Nikiforov, con lo que sólo conseguiría entristecer más aún a su hermano.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora