Capítulo 59

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Pocos días después de la visita de lady Lilia, Nikiforov no sólo no recibió ninguna carta de excusa de su amigo, sino que le llevó a Hasetsu en persona. Los Alfas llegaron temprano, y antes de que la señora Katsuki tuviese tiempo de decirle a Plisetsky que había venido a visitarles su tía, cosa que Otabek temió por un momento, Nikiforov, que quería estar solo con Yuuri, propuso que todos salieran de paseo. Se acordó así, pero la señora Katsuki no tenía costumbre de pasear y Georgi no podía perder el tiempo. Así es que salieron los cinco restantes. Nikiforov y Yuuri dejaron en seguida que los otros se adelantaran y ellos se quedaron atrás. Otabek, Plisetsky y Guang iban juntos, pero hablaban muy poco. Guang tenía demasiado miedo a Plisetsky para poder charlar; Otabek tomaba en su fuero interno una decisión desesperada, y puede que Plisetsky estuviese haciendo lo mismo.

Se encaminaron hacia la casa de los Nishigori, porque Guang quería ver a Loop, y como Otabek creyó que esto podía interesarle a él, cuando Guang les dejó siguió andando audazmente solo con Plisetsky. Llegó entonces el momento de poner en práctica su decisión, y armándose de valor dijo inmediatamente:

––Señor Plisetsky, soy una criatura muy egoísta que no me preocupo más que de mis propios sentimientos, sin pensar que quizá lastimaría los suyos. Pero ya no puedo pasar más tiempo sin darle a usted las gracias por su bondad sin igual para con mi pobre hermano. Desde que lo supe he estado ansiando manifestarle mi gratitud. Si mi familia lo supiera, ellos también lo habrían hecho.

––Siento muchísimo ––replicó Plisetsky en tono de sorpresa y emoción–– que haya sido usted informado de una cosa que, mal interpretada, podía haberle causado alguna inquietud. No creí que el Omega Giacometti fuese tan poco reservado.

––No culpe a mi tío. La indiscreción de Minami fue lo primero que me descubrió su intervención en el asunto; y, como es natural, no descansé hasta que supe todos los detalles. Déjeme que le agradezca una y mil veces, en nombre de toda mi familia, el generoso interés que le llevó a tomarse tanta molestia y a sufrir tantas mortificaciones para dar con el paradero de los dos.

––Si quiere darme las gracias ––repuso Plisetsky––, hágalo sólo en su nombre. No negaré que el deseo de tranquilizarlo se sumó a las otras razones que me impulsaron a hacer lo que hice; pero su familia no me debe nada. Les tengo un gran respeto, pero no pensé más que en usted.

Otabek estaba tan confuso que no podía hablar. Después de una corta pausa, su compañero añadió:

––Es usted demasiado generoso para burlarse de mí. Si sus sentimientos son aún los mismos que en el pasado abril, dígamelo de una vez, pero antes tendría que decirle que me ha hechizado en cuerpo y alma y lo amo, lo amo, lo amo, no quiero estar sin usted otro día, pero con una sola palabra suya no volveré a insistir más.

Otabek, sintiéndose más torpe y más angustiado que nunca ante la situación de Plisetsky, hizo un esfuerzo para hablar en seguida, aunque no rápidamente, le dio a entender que sus sentimientos habían experimentado un cambio tan absoluto desde la época a la que él se refería, que ahora recibía con placer y gratitud sus proposiciones. La dicha que esta contestación proporcionó a Plisetsky fue la mayor de su existencia, y se expresó con todo el calor y la ternura que pueden suponerse en un Alfa locamente enamorado. Si Otabek hubiese sido capaz de mirarle a esos ojos verdes, habría visto cuán bien se reflejaba en ellos la delicia que inundaba su corazón; pero podía escucharle, y los sentimientos que Plisetsky le confesaba y que le demostraban la importancia que él tenía para ese maravilloso Alfa, hacían su cariño cada vez más valioso.

Siguieron paseando sin preocuparse de la dirección que llevaban. Tenían demasiado que pensar, que sentir y que decir para fijarse en nada más. Otabek supo en seguida que debían su acercamiento a los afanes de la tía de Plisetsky, que le visitó en Yoilopolis a su regreso y le contó su viaje a Hasetsu, los móviles del mismo y la sustancia de su conversación con el joven Omega, recalcando enfáticamente las expresiones que denotaban, a juicio de Su Señoría, la perversidad y descaro de Otabek, segura de que este relato le ayudaría en su empresa de arrancar al sobrino la promesa que Otabek se había negado a darle. Pero por desgracia para Su Señoría, el efecto fue contraproducente.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora