Capítulo 7

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A las cinco, los Omegas se retiraron para vestirse y a las seis y media llamaron a Otabek para que bajara a cenar. Éste no pudo contestar favorablemente a las atentas preguntas que le hicieron y en las cuales tuvo la satisfacción de distinguir el interés especial del señor Nikiforov. Yuuri no había mejorado nada; al oírlo, los hermanos repitieron tres o cuatro veces cuánto lo lamentaban, lo horrible que era tener un mal resfriado y lo que a ellos les molestaba estar enfermos. Después ya no se ocuparon más del asunto. Y su indiferencia hacia Yuuri, en cuanto no la tenían delante, volvió a despertar en Otabek la antipatía que en principio había sentido por ellos. En realidad, era a Nikiforov al único del grupo que él veía con agrado. Su preocupación por Yuuri era evidente, y las atenciones que tenía con Otabek eran lo que evitaba que se sintiese como una intruso, que era como los demás lo consideraban. Sólo él parecía darse cuenta de su presencia. La señorita Nikiforov estaba absorta con el señor Plisetsky; su hermano, más o menos, lo mismo; en cuanto al cuñado, que estaba sentado al lado de Otabek, era un Alfa indolente que no vivía más que para comer, beber y jugar a las cartas. Cuando supo que Otabek prefería un plato sencillo a un gourmet, ya no tuvo nada de qué hablar con él. Cuando acabó la cena, Otabek volvió inmediatamente junto a Yuuri.

Nada más salir del comedor, la señorita Nikiforov empezó a criticarlo. Sus modales eran, en efecto, pésimos, una mezcla de orgullo e impertinencia; no tenía conversación, ni estilo, ni gusto, ni atractivo. El señor Michelle opinaba lo mismo y añadió:

--En resumen, lo único que se puede decir de él es que es un excelente caminante. Jamás olvidaré cómo apareció esta mañana. Realmente parecía medio salvaje.

--En efecto, Mickey. Cuando lo vi, casi no pude contenerme. ¡Qué insensatez venir hasta aquí! ¿Qué necesidad había de que corriese por los campos sólo porque su hermano tiene un resfriado? ¡Cómo traía los cabellos, tan despeinados, tan desaliñados!

--Sí. ¡Y las puntas del pantalón! ¡Si las hubieseis visto! Con más de una cuarta de barro. Y el abrigo que se había puesto para taparlas, desde luego, no cumplía su cometido.

--Tu retrato puede que sea muy exacto, Mickey --dijo Nikiforov--, pero todo eso a mí me pasó inadvertido. Creo que el joven Otabek Katsuki tenía un aspecto inmejorable al entrar en el salón esta mañana. Casi no me di cuenta de que llevaba los pantalones sucios.

--Estoy segura de que usted sí que se fijó, señor Plisetsky --dijo la señorita Nikiforov --; y me figuro que no le gustaría que su hermana diese semejante espectáculo.

--Claro que no.

--¡Caminar tres millas, o cuatro, o cinco, o las que sean, con el barro hasta los tobillos y solo, completamente solo! ¿Qué querría dar a entender? Para mí, eso demuestra una abominable independencia y presunción, y una indiferencia por el decoro propio de la gente del campo.

--Lo que demuestra es un apreciable cariño por su hermano --dijo Nikiforov.

--Me temo, señor Plisetsky --observó la señorita Nikiforov a media voz--, que esta aventura habrá afectado bastante la admiración que sentía usted por sus bellos ojos.

--En absoluto --respondió Plisetsky--; con el ejercicio se le pusieron aún más brillantes.

A esta intervención siguió una breve pausa, y Michelle empezó de nuevo.

--Le tengo gran estima a Yuuri Katsuki, es en verdad un muchacho encantador, y desearía con todo mi corazón que tuviese mucha suerte. Pero con semejantes padres y con parientes de tan poca clase, me temo que no va a tener muchas oportunidades.

--Creo que te he oído decir que su tío es abogado en Barcelonding.

--Sí, y tiene otro que vive en algún sitio cerca de Chinatown.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora