Capítulo 24

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Después de una semana, pasada entre promesas de amor y planes de felicidad, Lee tuvo que despedirse de su amado Phitchit para llegar el sábado a Nojima. Pero la pena de la separación se aliviaba por parte de Lee con los preparativos que tenía que hacer para la recepción de su Omega; pues tenía sus razones para creer que a poco de su próximo regreso a Kyushu se fijaría el día que habría de hacerle el más feliz de los Betas. Se despidió de sus parientes de Hasetsu con la misma solemnidad que la otra vez; deseó de nuevo a sus bellos primos salud y venturas, y prometió al padre otra carta de agradecimiento.

El lunes siguiente, la señora Katsuki tuvo el placer de recibir a su hermano y a al esposo de éste, que venían, como de costumbre, a pasar las Navidades en Hasetsu. El señor Matsumi Giacometti era un hombre inteligente y caballeroso, muy superior a su hermana por naturaleza y por educación. A los Omegas de Ice Castle se les hubiese hecho difícil creer que aquel Alfa que vivía del comercio y se hallaba siempre metido en su almacén, pudiera estar tan bien educado y resultar tan agradable. El Omega Giacometti, que se llamaba Christopher y le decían tío Chris de cariño, bastante más joven que la señora Katsuki y que la señora Cialdini, era un Omega encantador, sexy y elegante, al que sus sobrinos de Hasetsu adoraban. Especialmente los dos mayores, con los que tenía una particular amistad. Otabek y Yuuri habían estado muchas veces en su casa de la capital. Lo primero que hizo el tío Chris, al llegar fue distribuir sus regalos y describir las nuevas modas. Una vez hecho esto, dejó de llevar la voz cantante de la conversación; ahora le tocaba escuchar. La señora Katsuki tenía que contarle sus muchas desdichas y sus muchas quejas. Había sufrido muchas humillaciones desde la última vez que vio a su cuñado. Dos de sus hijos habían estado a punto de casarse, pero luego todo había quedado en nada.

––No culpo a Yuuri continuó––, porque se habría casado con el señor Nikiforov, si hubiese podido; pero Otabek... ¡Ah, hermano mío!, es muy duro pensar que a estas horas podría ser la Omega de Lee si no hubiese sido por su testarudez. Le hizo una proposición de matrimonio en esta misma habitación y lo rechazó. A consecuencia de ello lady Nishigori tendrá un Omega casado antes que yo, y la herencia de Hasetsu pasará a sus manos. Los Nishigori son muy astutos, siempre se aprovechan de lo que pueden. Siento tener que hablar de ellos de esta forma pero es la verdad. Me pone muy nerviosa y enferma que mi propia familia me contraríe de este modo, y tener vecinos que no piensan más que en sí mismos. Menos mal que tenerte a ti aquí en estos precisos momentos, me consuela enormemente; me encanta lo que nos cuentas de las pistas para patinaje, y los patines con cuchillas personalizadas.

El Omega Giacometti, que ya había tenido noticias del tema por la correspondencia que mantenía con Yuuri y Otabek, dio una respuesta breve, y por compasión a sus sobrinos, cambió de conversación.

Cuando estuvo a solas luego con Otabek, volvió a hablar del asunto:

––Parece ser que habría sido un buen partido para Yuuri ––dijo––. Siento que se haya estropeado. ¡Pero estas cosas ocurren tan a menudo! Un joven Alfa como Nikiforov, tal y como tú me lo describes, se enamora con facilidad de una Omega bonito por unas cuantas semanas y, si por casualidad se separan, lo olvida con la misma facilidad. Esas inconstancias son muy frecuentes.

––Si hubiera sido así, sería un gran consuelo ––dijo Otabek––, pero lo nuestro es diferente. Lo que nos ha pasado no ha sido casualidad. No es tan frecuente que unos amigos se interpongan y convenzan a un joven Alfa independiente de que deje de pensar en un Omega del que estaba locamente enamorado y al que ya marcaba con sus feromonas para alejar a cualquier otro pretendiente unos días antes.

––Pero esa expresión, «al que ya marcaba con sus feromonas », está tan manida, es tan ambigua y tan indefinida, que no me dice nada. Lo mismo se aplica a sentimientos nacidos a la media hora de haber olido el celo de otro, que a un cariño fuerte y verdadero. Explícame cómo era el amor del señor Nikiforov.

––Nunca vi una atracción más prometedora. Cuando estaba con Yuuri no prestaba atención a nadie más, sus feromonas inundaban todo a su alrededor, se dedicaba por entero a él. Cada vez que se veían era más cierto y evidente. En su propio baile desairó a dos o tres Omegas al no sacarlas a patinar y yo le dirigí dos veces la palabra sin obtener respuesta. ¿Puede haber síntomas más claros? ¿No es la descortesía con todos los demás, la esencia misma del amor?

––De esa clase de amor que me figuro que sentía Nikiforov, sí. ¡Pobre Yuuri! Lo siento por él, pues dado su modo de ser, no olvidará tan fácilmente. Habría sido mejor que te hubiese ocurrido a ti, Beka; tú te habrías resignado más pronto. Pero, ¿crees que podremos convencerlo de que venga con nosotros a Yoilopolis? Le conviene un cambio de aires, y puede que descansar un poco de su casa le vendría mejor que ninguna otra cosa.

A Otabek le pareció estupenda esta proposición y no dudó de que su hermano la aceptara.

––Supongo ––añadió–– que no lo detendrá el pensar que pueda encontrarse con ese joven Alfa. Vivimos en zonas de la ciudad opuestas, todas nuestras amistades son tan distintas y, como tú sabes, salimos tan poco, que es muy poco probable que eso suceda, a no ser que él venga expresamente a verlo.

––Y eso es imposible, porque ahora se halla bajo la custodia de su amigo, y el señor Plisetsky no permitiría que visitase a Yuuri en semejante parte de Yoilopolis. Querido tío, ¿qué te parece? Puede que Plisetsky haya oído hablar de un lugar como la calle Gracechurch, pero creería que ni las abluciones de todo un mes serían suficientes para limpiarle de todas sus impurezas, si es que alguna vez se dignase entrar en esa calle. Y puedes tener por seguro que Nikiforov no daría un paso sin él.

––Mucho mejor. Espero que no se vean nunca. Pero, ¿no se escribe Yuuri con la hermana? Entonces, la señorita Nikiforov no tendrá disculpa para no ir a visitarlo.

––Romperá su amistad por completo.

Pero, a pesar de que Otabek estuviese tan seguro sobre este punto, y, lo que era aún más interesante, a pesar de que a Nikiforov le impidiesen ver a Yuuri, el tío Chris se convenció, después de examinarlo bien, de que había todavía una esperanza. Era posible, y a veces creía que hasta provechoso, que el cariño de Nikiforov se reanimase y luchara contra la influencia de sus amigos bajo la influencia más natural de los encantos de Yuuri. Yuuri aceptó gustoso la invitación de su tío, sin pensar en los Nikiforov, aunque esperaba que, como Sala no vivía en la misma casa que su hermano, podría pasar alguna mañana con ella sin el peligro de encontrarse con él.

Los Giacometti estuvieron en Hasetsu una semana; y entre los Cialdini, los Nishigori y los oficiales, no hubo un día sin que tuviesen un compromiso. La señora Katsuki se había cuidado tanto de prepararlo todo para que su hermano y su cuñado lo pasaran bien, que ni una sola vez pudieron disfrutar de una comida familiar. Cuando el convite era en casa, siempre concurrían algunos oficiales entre los que Leroy no podía faltar. En estas ocasiones el tío Chris, que sentía curiosidad por los muchos elogios que Otabek le tributaba, los observó a los dos minuciosamente. Dándose cuenta, por lo que veía, de que no estaban seriamente enamorados; pero su recíproca preferencia era demasiado evidente. No se quedó muy tranquilo, de modo que antes de irse de Kyushu decidió hablar con Otabek del asunto advirtiéndole de su imprudencia por alentar aquella relación. Leroy, aparte de sus cualidades, sabía cómo agradar al tío Chris. Antes de enlazarse, diez o doce años atrás, él había pasado bastante tiempo en el mismo lugar de San Petersburginy donde Leroy había nacido. Poseían, por lo tanto, muchas amistades en común; y aunque Leroy se marchó poco después del fallecimiento del padre de Plisetsky, ocurrido hacía cinco años, todavía podía contarle cosas de sus antiguos amigos, más recientes que las que él sabía.

El tío Chris había estado en Moscuberley y había conocido al último señor Plisetsky a la perfección. Éste era, por consiguiente, un tema de conversación inagotable. Comparaba sus recuerdos de Moscuberley con la detallada descripción que Leroy hacía, y elogiando el carácter de su último dueño, se deleitaban los dos. Al enterarse del comportamiento de Plisetsky con Leroy, el tío Chris creía recordar algo de la mala fama que tenía cuando era aún muchacho, lo que encajaba en este caso; por fin, confesó que se acordaba que ya entonces se hablaba del joven Yuri Plisetsky como de un jovencito Alfa malo y orgulloso.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora