Capítulo 61

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Otabek no tardó en recobrar su alegría, y quiso que Plisetsky le contara cómo se había enamorado de el:

–– ¿Cómo empezó todo? ––le dijo––. Comprendo que una vez en el camino siguieras adelante, pero ¿cuál fue el primer momento en el que te gusté?

––No puedo concretar la hora, ni el sitio, ni la mirada, ni las palabras que pusieron los cimientos de mi amor. Hace bastante tiempo. Estaba ya medio enamorado de ti antes de saber que te quería.

––Pues mi belleza bien poco te conmovió. Y en lo que se refiere a mis modales contigo, lindaban con la grosería. Nunca te hablaba más que para molestarte. Sé franco: ¿me admiraste por mi impertinencia?

––Por tu vigor y por tu inteligencia.

––Puedes llamarlo impertinencia, pues era poco menos que eso. Lo cierto es que estabas harto de cortesías, de deferencias, de atenciones. Te fastidiaban los Omegas que hablaban sólo para atraerte. Yo te irrité y te interesé porque no me parecía a ellos. Por eso, si no hubieses sido en realidad tan afable, me habrías odiado; pero a pesar del trabajo que te tomabas en disimular, tus sentimientos eran nobles y justos, y desde el fondo de tu corazón despreciabas por completo a las personas que tan asiduamente te cortejaban. Mira cómo te he ahorrado la molestia de explicármelo. Y, la verdad, al fin y al cabo, empiezo a creer que es perfectamente razonable. Estoy seguro de que ahora no me encuentras ningún mérito, pero nadie repara en eso cuando se enamora.

–– ¿No había ningún mérito en tu cariñosa conducta con Yuuri cuando cayó enfermo en Ice Castle?

–– ¡Mi querido Yuuri! Cualquiera habría hecho lo mismo por él. Pero interprétalo como virtud, si quieres. Mis buenas cualidades te pertenecen ahora, y puedes exagerarlas cuanto se te antoje. En cambio a mí me corresponde el encontrar ocasiones de contrariarte y de discutir contigo tan a menudo como pueda. Así es que voy a empezar ahora mismo. ¿Por qué tardaste tanto en volverme a hablar de tu cariño? ¿Por qué estabas tan tímido cuando viniste la primera vez y luego cuando comiste con nosotros? ¿Por qué, especialmente, mientras estabas en casa, te comportabas como si yo no te importase nada?

––Porque te veía serio y silencioso y no me animabas.

––Estaba muy violenta.

––Y yo también.

––Podías haberme hablado más cuando venías a comer.

––Si hubiese estado menos conmovido, lo habría hecho.

–– ¡Qué lástima que siempre tengas una contestación razonable, y que yo sea también tan razonable que la admita! Pero si tú hubieses tenido que decidirte, todavía estaríamos esperando. ¿Cuándo me habrías dicho algo, si no soy yo el que empieza? Mi decisión de darte las gracias por lo que hiciste por Minami surtió buen efecto; demasiado: estoy asustado; porque ¿cómo queda la moral si nuestra felicidad brotó de la infracción de una promesa? Yo no debí haber hablado de aquello, no volveré a hacerlo.

––No te atormentes. La moral quedará a salvo por completo. El incalificable proceder de lady Lilia para separarnos fue lo que disipó todas mis dudas. No debo mi dicha actual a tu vehemente deseo de expresarme tu gratitud. No necesitaba que tú me dijeras nada. La narración de mi tía me había dado esperanzas y estaba decidido a saberlo todo de una vez.

––Lady Lilia nos ha sido, pues, infinitamente útil, cosa que debería extasiarla a ella que tanto le gusta ser útil a todo el mundo. Pero dime, ¿por qué volviste a Ice Castle? ¿Fue sólo para venir a Hasetsu a azorarte, o pensaste en obtener un resultado más serio?

––Mi verdadero propósito era verte y comprobar si podía abrigar aún esperanzas de que me amases. Lo que confesaba o me confesaba a mí mismo era ver si tu hermano quería todavía a Nikiforov, y, de ser así, reiterarle la confesión que ya otra vez le había hecho.

–– ¿Tendrás valor de anunciarle a lady Lilia lo que le espera?

––Puede que más bien me falte tiempo que valor. Vamos a ello ahora mismo. Si me das un pliego de papel, lo hago inmediatamente.

––Y si yo no tuviese que escribir otra carta, podría sentarme a tu lado y admirar la uniformidad de tu letra, como hacía cierta Omega en otra ocasión. Pero yo tengo un tío al que no quiero dejar olvidado por más tiempo.

Por no querer confesar que habían exagerado su intimidad con Plisetsky, Otabek no había contestado aún a la larga carta del tío Chris. Pero ahora, al poder anunciarles lo que tan bien recibido sería, casi se avergonzaba de que sus tíos se hubieran perdido tres días de disfrutar de aquella noticia. Su carta fue como sigue:

«Querido tío: te habría dado antes, como era mi deber, las gracias por tu extensa, amable y satisfactoria descripción del hecho que tú sabes; pero sabrás que estaba demasiado afligido para hacerlo. Tus suposiciones iban más allá de la realidad. Pero ahora ya puedes suponer lo que te plazca, puedes dar rienda suelta a tu fantasía, puedes permitir a tu imaginación que vuele libremente, y no errarás más que si te figuras que ya estoy enlazado. Tienes que escribirme pronto y alabar a Plisetsky mucho más de lo que le alababas en tu última carta. Doy gracias a Dios una y mil veces por no haber ido a Fuji. ¡Qué necedad la mía al desearlo! Tu idea de las jacas es magnífica; todos los días recorreremos la finca. Soy la criatura más dichosa del mundo. Tal vez otros lo hayan dicho antes, pero nadie con tanta justicia. Soy todavía más feliz que Yuuri. El sólo sonríe. Yo me río del todo. Plisetsky te envía todo el cariño de que pueda privarme. Vendrán todos a Moscuberley para las Navidades.»

La misiva de Plisetsky a lady Lilia fue diferente. Y todavía más diferente fue la que el señor Katsuki le mandó al señor Lee en contestación a su última:

«Querido señor: tengo que molestarle una vez más con la cuestión de las enhorabuenas: Otabek será pronto el Omega del señor Plisetsky. Consuele a lady Lilia lo mejor que pueda; pero yo que usted me quedaría con el sobrino. Tiene más que ofrecer. Le saludo atentamente.»

Los parabienes de la señorita Nikiforov a su hermano con ocasión de su próxima boda fueron muy cariñosos, pero no sinceros. Escribió también a Yuuri para expresarle su alegría y repetirle sus antiguas manifestaciones de afecto. Yuuri no se engañó, pero se sintió conmovido, y aunque no le inspiraba ninguna confianza, no pudo menos que remitirle una contestación mucho más amable de lo que pensaba que merecía. La alegría que le causó a la señorita Plisetsky la noticia fue tan verdadera como la de su hermano al comunicársela. Mandó una carta de cuatro páginas que todavía le pareció insuficiente para expresar toda su satisfacción y su vivo deseo de obtener el cariño de su cuñado.

Antes de que llegara ninguna respuesta de Lee ni felicitación de Phitchit a Otabek, la familia de Hasetsu se enteró de que los Lee iban a venir a casa de los Nishigori. Pronto se supo la razón de tan repentino traslado. Lady Lilia se había puesto tan furiosa al recibir la carta de su sobrino, que Phitchit, que de veras se alegraba de la boda, quiso marcharse hasta que la tempestad amainase. La llegada de su amigo en aquellos momentos fue un gran placer para Otabek; aunque durante sus encuentros este placer se le venía abajo al ver a Plisetsky expuesto a la ampulosa cortesía de Lee. Pero Plisetsky lo soportó todo con admirable serenidad. Incluso atendió a sir Takeshi Nishigori cuando fue a cumplimentarle por llevarse la más brillante joya del condado y le expresó sus esperanzas de que se encontrasen todos en St. Kuubo. Plisetsky se encogió de hombros, pero cuando ya sir Takeshi no podía verle.

La vulgaridad de la señora Cialdini fue otra y quizá la mayor de las contribuciones impuestas a su paciencia, pues aunque dicha Omega, lo mismo que su hermana, le tenía demasiado respeto para hablarle con la familiaridad a que se prestaba el buen humor de Nikiforov, no podía abrir la boca sin decir una vulgaridad. Ni siquiera aquel respeto que la reportaba un poco consiguió darle alguna elegancia. Otabek hacía todo lo que podía para protegerle de todos y siempre procuraba tenerle junto a él o junto a las personas de su familia cuya conversación no le mortificaba. Las molestias que acarreó todo esto quitaron al noviazgo buena parte de sus placeres, pero añadieron mayores esperanzas al futuro. Otabek pensaba con delicia en el porvenir, cuando estuvieran alejados de aquella sociedad tan ingrata para ambos y disfrutando de la comodidad y la elegancia de su tertulia familiar de Moscuberley.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora