Capítulo 58

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No sin dificultad logró vencer Otabek la agitación que le causó aquella extraordinaria visita. Estuvo muchas horas sin poder pensar en otra cosa. Al parecer, lady Lilia se había tomado la molestia de hacer el viaje desde Royaling a Kyushu con el único fin de romper su supuesto compromiso con Plisetsky. Aunque lady Lilia era muy capaz de semejante proyecto, Otabek no alcanzaba a imaginar de dónde había sacado la noticia de dicho compromiso, hasta que recordó que el ser él tan amigo de Nikiforov y él hermano de Yuuri, podía haber dado origen a la idea, ya que la boda de los unos predisponía a suponer la de los otros. Otabek había pensado, efectivamente, que el enlazamiento de su hermano les acercaría a él y a Plisetsky. Por eso mismo debió de ser por lo que los Nishigori, por cuya correspondencia con los Lee presumía Otabek que la conjetura había llegado a oídos de lady Lilia dieron por inmediato lo que él también había creído posible para más adelante.

Pero al meditar sobre las palabras de lady Lilia, no pudo evitar cierta intranquilidad por las consecuencias que podía tener su intromisión. De lo que dijo acerca de su resolución de impedir el casamiento, dedujo Otabek que tenía el propósito de interpelar a su sobrino, y no sabía cómo tomaría Plisetsky la relación de los peligros que entrañaba su unión con él. Ignoraba hasta dónde llegaba el afecto de Plisetsky por su tía y el caso que hacía de su parecer; pero era lógico suponer que tuviese más consideración a Su Señoría de la que tenía el, y estaba seguro de que su tía le tocaría el punto flaco al enumerar las desdichas de un enlazamiento con una persona de familia tan desigual a la suya. Dadas las ideas de Plisetsky sobre ese particular, Otabek creía probable que los argumentos que a él le habían parecido tan débiles y ridículos se le antojasen a Plisetsky llenos de buen sentido y sólido razonamiento. De modo que si Plisetsky había vacilado antes sobre lo que tenía que hacer, cosa que a menudo había aparentado, las advertencias e instancias de un deudo tan allegado disiparían quizá todas sus dudas y le inclinarían de una vez para siempre a ser todo lo feliz que le permitiese una dignidad inmaculada. En ese caso, Plisetsky no volvería a Kyushu. Lady Lilia le vería a su paso por Yoilopolis, y el joven rescindiría su compromiso con Nikiforov de volver a Ice Castle.

«Por lo tanto ––se dijo Otabek––, si dentro de pocos días Nikiforov recibe una excusa de Plisetsky para no venir, sabré a qué atenerme. Y entonces tendré que alejar de mí toda esperanza y toda ilusión sobre su constancia. Si se conforma con lamentar mi pérdida cuando podía haber obtenido mi amor y mi nuca, yo también dejaré pronto de lamentar el perderle a él.» La sorpresa del resto de la familia al saber quién había sido la visita fue enorme; pero se lo explicaron todo del mismo modo que la señora Katsuki, y Otabek se ahorró tener que mencionar su indignación. A la mañana siguiente, al bajar de su cuarto, se encontró con su padre que salía de la biblioteca con una carta en la mano.

––Otabek ––le dijo––, iba a buscarte. Ven conmigo.

Otabek le siguió y su curiosidad por saber lo que tendría que comunicarle aumentó pensando que a lo mejor estaba relacionado con lo del día anterior. Repentinamente se le ocurrió que la carta podía ser de lady Lilia, y previó con desaliento de lo que se trataba. Fue con su padre hasta la chimenea y ambos se sentaron. Entonces el señor Katsuki dijo:

––He recibido una carta esta mañana que me ha dejado patidifuso. Como se refiere a ti principalmente, debes conocer su contenido. No he sabido hasta ahora que tenía dos hijos a punto de enlazarse. Permíteme que te felicite por una conquista así.

Otabek se quedó demudado creyendo que la carta en vez de ser de la tía era del sobrino; y titubeaba entre alegrarse de que Plisetsky se explicase por fin, y ofenderse de que no le hubiese dirigido a él la carta, cuando su padre continuó:

––Parece que lo adivinas. Los Omegas tienen una gran intuición para estos asuntos. Pero creo poder desafiar tu sagacidad retándote a que descubras el nombre de tu admirador. La carta es de Lee.

–– ¡De Lee! ¿Y qué tiene él que decir?

––Como era de esperar, algo muy oportuno. Comienza con la enhorabuena por el próximo enlazamiento de mi hijo mayor, de la cual parece haber sido informado por alguno de los bondadosos y parlanchines Nishigori. No te aburriré leyéndote lo que dice sobre ese punto. Lo referente a ti es lo siguiente:

«Después de haberle felicitado a usted de parte del Omega Lee y mía por tan fausto acontecimiento, permítame añadir una breve advertencia acerca de otro asunto, del cual hemos tenido noticia por el mismo conducto. Se supone que su hijo Otabek no llevará mucho tiempo el apellido de Katsuki en cuanto lo haya dejado su hermano mayor, y que la pareja que le ha tocado en suerte puede razonablemente ser considerada como una de nuestras más ilustres personalidades.»

–– ¿Puedes sospechar, Beka, lo que esto significa?

«Ese joven Alfa posee todo lo que se puede ambicionar en este mundo: soberbias propiedades, ilustre familia y un extenso patronato. Pero a pesar de todas esas tentaciones, permítame advertir a mi primo Otabek y a usted mismo los peligros a que pueden exponerse con una precipitada aceptación de las proposiciones de semejante Alfa, que, como es natural, se inclinarán ustedes considerar como ventajosas.»

–– ¿No tienes idea de quién es el Alfa, Otabek? Ahora viene.

«Los motivos que tengo para avisarle son los siguientes: su tía, lady Lilia Baranovskaya, no mira ese enlazamiento con buenos ojos.»

––Como ves, el Alfa en cuestión es el señor Plisetsky. Creo, Otabek, que te habrás quedado de una pieza. Ni Lee ni los Nishigori podían haber escogido entre el círculo de nuestras amistades un nombre que descubriese mejor que lo que propagan es un infundio. ¡El señor Plisetsky, que no mira a un Omega más que para criticarlo, y que probablemente no te ha mirado a ti en su vida! ¡Es fenomenal!

Otabek trató de bromear con su padre, pero su esfuerzo no llegó más que a una sonrisa muy tímida. El humor de su padre no había tomado nunca un derrotero más desagradable para él.

–– ¿No te ha divertido?

–– ¡Claro! Sigue leyendo.

«Cuando anoche mencioné a Su Señoría la posibilidad de ese enlazamiento, con su habitual condescendencia expresó su parecer sobre el asunto. Si fuera cierto, lady Lilia no daría jamás su consentimiento a lo que considera des atinadísima unión por ciertas objeciones a la familia de mi primo. Yo creí mi deber comunicar esto cuanto antes a mi primo, para que él y su noble admirador sepan lo que ocurre y no se apresuren a efectuar un enlazamiento que no ha sido debidamente autorizado.»

Y el señor Lee, además, añadía:

«Me alegro sinceramente de que el asunto de su hijo Minami se haya solucionado tan bien, y sólo lamento que se extendiese la noticia de que vivían juntos antes de que el enlazamiento se hubiera celebrado. No puedo olvidar lo que debo a mi situación absteniéndome de declarar mi asombro al saber que recibió usted a la joven pareja cuando estuvieron enlazados. Eso fue alentar el vicio; y si yo hubiese sido el rector de Hasetsu, me habría opuesto resueltamente. Verdad es que debe usted perdonarlos como cristiano, pero no admitirlos en su presencia ni permitir que sus nombres sean pronunciados delante de usted.»

–– ¡Éste es su concepto del perdón cristiano! El resto de la carta se refiere únicamente al estado de su querido Phitchit, y a su esperanza de tener un retoño. Pero, Otabek, parece que no te ha divertido. Supongo que no irías a enojarte y a darte por ofendido por esta imbecilidad. ¿Para qué vivimos si no es para entretener a nuestros vecinos y reírnos nosotros de ellos a la vez?

––Sí, me he divertido mucho ––exclamó Otabek––. ¡Pero es tan extraño!

––Pues eso es lo que lo hace más gracioso. Si hubiesen pensado en otro Alfa o Beta, no tendría nada de particular; pero la absoluta indiferencia de Plisetsky y la profunda tirria que tú le tienes, es lo que hace el chiste. Por mucho que me moleste escribir, no puedo prescindir de la correspondencia de Lee. La verdad es que cuando leo una carta suya, me parece superior a Leroy, a pesar de que tengo a mi yerno por el espejo de la desvergüenza y de la hipocresía. Y dime, Ota, ¿cómo tomó la cosa lady Lilia? ¿Vino para negarte su consentimiento?

A esta pregunta Otabek contestó con una carcajada, y como su padre se la había dirigido sin la menor sospecha, no le importaba que se la repitiera. Otabek no se había visto nunca en la situación de fingir que sus sentimientos eran lo que no eran en realidad. Pero ahora tuvo que reír cuando más bien habría querido llorar. Su padre le había herido cruelmente al decirle aquello de la indiferencia de Plisetsky, y no pudo menos que maravillarse de la falta de intuición de su padre.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora