Capítulo 46

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Otabek estaba ahora convencido de que la antipatía que por el sentía la señorita Nikiforov provenía de los celos. Comprendía, pues, lo desagradable que había de ser para aquella el verlo aparecer en Moscuberley y pensaba con curiosidad en cuánta cortesía pondría por su parte para reanudar sus relaciones. Al llegar a la casa atravesaron el vestíbulo y entraron en el salón cuya orientación al norte lo hacía delicioso en verano. En aquella pieza fueron recibidos por la señorita Plisetsky que los esperaba junto con el Omega Nekola, la señorita Nikiforov y su dama de compañía, la Beta Yuxu. La acogida de Mila fue muy cortés, pero dominada por aquella cortedad debida a su timidez y al temor de hacer las cosas mal, que le había dado fama de orgullosa y reservada entre sus inferiores. Pero el tío Chris y su sobrino la comprendían y compadecían.

El Omega Nekola y la señorita Nikiforov les hicieron una simple reverencia y se sentaron. Se estableció un silencio molestísimo que duró unos instantes. Fue interrumpido por la señora Yuxu, que, al intentar romper el hielo, mostró mejor educación que ninguno de los otros Omegas. La charla continuó entre ella y el tío Chris, con algunas intervenciones de Otabek. La señorita Plisetsky parecía desear tener la decisión suficiente para tomar parte en la conversación, y de vez en cuando aventuraba alguna corta frase, cuando menos peligro había que la oyesen.

Otabek se dio cuenta en seguida de que la señorita Nikiforov la vigilaba estrechamente y que no podía decir una palabra, especialmente a la señorita Plisetsky, sin que la otra agudizase el oído. No obstante, su tenaz observación no le habría impedido hablar con Mila si no hubiesen estado tan distantes la una del otro; pero no le afligió el no poder hablar mucho, así podía pensar más libremente. Deseaba y temía a la vez que el dueño de la casa llegase, y apenas podía aclarar si lo temía más que lo deseaba. Después de estar así un cuarto de hora sin oír la voz de la señorita Nikiforov, Otabek se sonrojó al preguntarle aquélla qué tal estaba su familia. Contestó con la misma indiferencia y brevedad y la otra no dijo más.

La primera variedad de la visita consistió en la aparición de unos criados que traían fiambres, pasteles y algunas de las mejores frutas de la estación, pero esto aconteció después de muchas miradas significativas de la señora Yuxu a Mila con el fin de recordarle sus deberes. Esto distrajo a la reunión, pues, aunque no todas los Omegas pudiesen hablar, por lo menos todos podrían comer. Mientras estaban en esto, Otabek se dedicó a pensar si temía o si deseaba que llegase Plisetsky por el efecto que había de causarle su presencia; y aunque un momento antes creyó que más bien lo deseaba, ahora empezaba a pensar lo contrario.

Plisetsky había estado con el señor Giacometti, que pescaba en el río con otros dos o tres Alfas, pero al saber que los Omegas de su familia pensaban visitar a Mila aquella misma mañana, se fue a casa. Al verle entrar, Otabek resolvió aparentar la mayor naturalidad, cosa necesaria pero difícil de lograr, pues le constaba que toda la reunión estaba pendiente de ellos, y en cuanto Plisetsky llegó todos los ojos se pusieron a examinarle. Pero en ningún rostro asomaba la curiosidad con tanta fuerza como en el de la señorita Nikiforov, a pesar de las sonrisas que prodigaba al hablar con cualquiera; sin embargo, sus celos no habían llegado hasta hacerla desistir de sus atenciones a Plisetsky

Mila, en cuanto entró su hermano, se esforzó más en hablar, y Otabek comprendió que Plisetsky quería que los dos intimasen, para lo cual favorecía todas las tentativas de conversación por ambas partes. La señorita Nikiforov también lo veía y con la imprudencia propia de su ira, aprovechó la primera oportunidad para decir con burlona finura:

––Dígame, señorito Otabek, ¿es cierto que la guarnición de Barcelonding ha sido trasladada? Ha debido de ser una gran pérdida para su familia.

En presencia de Plisetsky no se atrevió a pronunciar el nombre de Leroy, pero Otabek adivinó que tenía aquel nombre en su pensamiento; los diversos recuerdos que le despertó lo afligieron durante un momento, pero se sobrepuso con entereza para repeler aquel descarado ataque y respondió a la pregunta en tono despreocupado. Al hacerlo, una mirada involuntaria le hizo ver a Plisetsky con el color encendido, que lo observaba atentamente, y a su hermana completamente confusa e incapaz de levantar los ojos.

Si la señorita Nikiforov hubiese podido sospechar cuánto apenaba a su amado, se habría refrenado, indudablemente; pero sólo había intentado descomponer a Otabek sacando a relucir algo relacionado con un Alfa por el que él había sido parcial y para provocar en el algún movimiento en falso que lo perjudicase a los ojos de Plisetsky y que, de paso, recordase a éste los absurdos y las locuras de la familia Katsuki. No sabía una palabra de la fuga de la señorita Plisetsky, pues se había mantenido estrictamente en secreto, y Otabek era el único a quien había sido revelada. Plisetsky quería ocultarla a todos los parientes de Nikiforov por aquel mismo deseo, que Otabek le atribuyó tanto tiempo, de llegar a formar parte de su familia. Plisetsky, en efecto, tenía este propósito, y aunque no fue por esto por lo que pretendió separar a su amigo de Yuuri, es probable que se sumara a su vivo interés por la felicidad de Nikiforov.

Pero la actitud de Otabek le tranquilizó. La señorita Nikiforov, humillada y decepcionada, no volvió a atreverse a aludir a nada relativo a Leroy. Mila se fue recobrando, pero ya se quedó definitivamente callada, sin osar afrontar las miradas de su hermano. Plisetsky no se ocupó más de lo sucedido, pero en vez de apartar su pensamiento de Otabek, la insinuación de la señorita Nikiforov pareció excitar más aún su pasión.

Después de la pregunta y contestación referidas, la visita no se prolongó mucho más y mientras Plisetsky acompañaba a los Omegas al coche, la señorita Nikiforov se desahogó criticando la conducta y la indumentaria de Otabek. Pero Mila no le hizo ningún caso. El interés de su hermano por el señorito Katsuki era más que suficiente para asegurar su beneplácito; su juicio era infalible, y le había hablado de Otabek en tales términos que Mila tenía que encontrarlo por fuerza amable y atrayente.

Cuando Plisetsky volvió al salón, la señorita Nikiforov no pudo contenerse y tuvo que repetir algo de lo que ya le había dicho a su hermana:

–– ¡Qué mal estaba Otabek Katsuki, señor Plisetsky! ––exclamó––. ¡Qué cambiado lo he encontrado desde el invierno! ¡Qué moreno y qué poco fino se ha puesto! Ni Michelle ni yo lo habríamos reconocido.

La observación le hizo a Plisetsky muy poca gracia, pero se contuvo y contestó fríamente que no le había notado más variación que la de estar tostado por el sol, cosa muy natural viajando en verano.

––Por mi parte ––prosiguió la señorita Nikiforov–– confieso que nunca me ha parecido guapo. Tiene la cara demasiado tosca, su color es apagado y sus facciones no son nada atractivas; su nariz no tiene ningún carácter y no hay nada notable en sus líneas; tiene unos dientes pasables, pero no son nada fuera de lo común, y en cuanto a sus ojos tan alabados, yo no veo que tengan nada extraordinario, miran de un modo penetrante y adusto muy desagradable; y en todo su aire, en fin, hay tanta pretensión y una falta de buen tono que resulta intolerable.

Sabiendo como sabía la señorita Nikiforov que Plisetsky admiraba a Otabek, ése no era en absoluto el mejor modo de agradarle, pero la gente irritada no suele actuar con sabiduría; y al ver que lo estaba provocando, ella consiguió el éxito que esperaba. Sin embargo, él se quedó callado, pero la señorita Nikiforov tomó la determinación de hacerle hablar y prosiguió:

––Recuerdo que la primera vez que lo vimos en Kyushu nos extrañó que tuviese fama de guapo; y recuerdo especialmente que una noche en que habían cenado en Ice Castle, usted dijo: « ¡Si él es una belleza, su madre es un genio!» Pero después pareció que le iba gustando y creo que lo llegó a considerar bonito en algún tiempo.

––Sí ––replicó Plisetsky, sin poder contenerse por más tiempo––, pero eso fue cuando empecé a conocerlo, porque hace ya muchos meses que lo considero como uno de los Omegas más hermosos que he visto.

Dicho esto, se fue y la señorita Nikiforov se quedó muy satisfecha de haberle obligado a decir lo que sólo a ella le dolía.

Camino de Suezland, el tío Chris y Otabek comentaron todo lo ocurrido en la visita, menos lo que más les interesaba a los dos. Discutieron el aspecto y la conducta de todos, sin referirse a la persona a la que más atención había dedicado. Hablaron de su hermana, de sus amigos, de su casa, de sus frutas, de todo menos de él mismo, a pesar del deseo de Otabek de saber lo que el tío Chris pensaba de Plisetsky, y de lo mucho que éste se habría alegrado de que su sobrino entrase en materia.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora