Capítulo 23

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La carta de la señorita Nikiforov llegó, y puso fin a todas las dudas. La primera frase ya comunicaba que todos se habían establecido en Yoilopolis para pasar el invierno, y al final expresaba el pesar del hermano por no haber tenido tiempo, antes de abandonar el campo, de pasar a presentar sus respetos a sus amigos de Kyushu.

No había esperanza, se había desvanecido por completo. Yuuri siguió leyendo, pero encontró pocas cosas, aparte de las expresiones de afecto de su autora, que pudieran servirle de alivio. El resto de la carta estaba casi por entero dedicado a elogiar a la señorita Plisetsky. Insistía de nuevo sobre sus múltiples atractivos, y Sala presumía muy contenta de su creciente intimidad con ella, aventurándose a predecir el cumplimiento de los deseos que ya manifestaba en la primera carta. También le contaba con regocijo que su hermano era íntimo de la familia Plisetsky, y mencionaba con entusiasmo ciertos planes de este último, relativos al nuevo mobiliario.

Otabek, a quien Yuuri comunicó en seguida lo más importante de aquellas noticias, la escuchó en silencio y muy indignado. Su corazón fluctuaba entre la preocupación por su hermano y el odio a todos los demás. No daba crédito a la afirmación de Sala de que su hermano estaba interesado por la señorita Plisetsky. No dudaba, como no lo había dudado jamás, que Nikiforov estaba enamorado de Yuuri; pero Otabek, que siempre le tuvo tanta simpatía, no pudo pensar sin rabia, e incluso sin desprecio, en aquella debilidad de carácter y en su falta de decisión, que le hacían esclavo de sus intrigantes amigos y le arrastraban a sacrificar su propia felicidad al capricho de los deseos de aquellos. Si no sacrificase más que su felicidad, podría jugar con ella como se le antojase; pero se trataba también de la felicidad de Yuuri, y pensaba que él debería tenerlo en cuenta. En fin, era una de esas cosas con las que es inútil romperse la cabeza.

Otabek no podía pensar en otra cosa; y tanto si el interés de Nikiforov había muerto realmente, como si había sido obstaculizado por la intromisión de sus amigos; tanto si Nikiforov sabía del afecto de Yuuri, como si le había pasado inadvertido; en cualquiera de los casos, y aunque la opinión de Otabek sobre Nikiforov pudiese variar según las diferencias, la situación de Yuuri seguía siendo la misma y su paz se había perturbado. Un día o dos transcurrieron antes de que Yuuri tuviese el valor de confesar sus sentimientos a su hermano; pero, al fin, en un momento en que la señora Katsuki los dejó solas después de haberse irritado más que de costumbre con el tema de Ice Castle y su dueño, el joven Omega no lo pudo resistir y exclamó:

–– ¡Si mi querida madre tuviese más dominio de sí misma! No puede hacerse idea de lo que me duelen sus continuos comentarios sobre el señor Nikiforov. Pero no me pondré triste. No puede durar mucho. Lo olvidaré y todos volveremos a ser como antes.

Otabek, solícito e incrédulo, miró a su hermano, pero no dijo nada.

–– ¿Lo dudas? ––preguntó Yuuri ligeramente ruborizado––. No tienes motivos. Le recordaré siempre como el mejor Alfa que he conocido, eso es todo. Nada tengo que esperar ni que temer, y nada tengo que reprocharle. Gracias a Dios, no me queda esa pena. Así es que dentro de poco tiempo, estaré mucho mejor.

Con voz más fuerte añadió después:

––Tengo el consuelo de pensar que no ha sido más que un error de la imaginación por mi parte y que no ha perjudicado a nadie más que a mí mismo.

–– ¡Querido Yuuri! ––Exclamó Otabek––. Eres demasiado bueno. Tu dulzura y tu desinterés son verdaderamente angelicales. No sé qué decirte. Me siento como si nunca te hubiese hecho justicia, o como si no te hubiese querido todo lo que mereces.

Yuuri negó vehementemente que tuviese algún mérito extraordinario y rechazó los elogios de su hermano que eran sólo producto de su gran afecto.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora