Capítulo 42

40 6 0
                                    

Pasó pronto la primera semana del regreso, y entraron en la segunda, que era la última de la estancia del regimiento en Barcelonding. Los jóvenes Omegas de la localidad languidecían; la tristeza era casi general. Sólo los Omegas mayores de los Katsuki eran capaces de comer, beber y dormir como si no pasara nada. Guang y Minami les reprochaban a menudo su insensibilidad. Estaban muy abatidos y no podían comprender tal dureza de corazón en miembros de su propia familia.

–– ¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Qué vamos a hacer? ––exclamaban desolados––. ¿Cómo puedes sonreír de esa manera, Otabek?

Su cariñosa madre compartía su pesar y se acordaba de lo que ella misma había sufrido por una ocasión semejante hacía veinticinco años.

––Recuerdo ––decía–– que lloré dos días seguidos cuando se fue el regimiento del coronel Miller, creí que se me iba a partir el corazón.

––El mío también se hará pedazos ––dijo Minami.

–– ¡Si al menos pudiéramos ir a Vancouver! ––suspiró la señora Katsuki.

–– ¡Oh, sí! ¡Si al menos pudiéramos ir a Vancouver! ¡Pero papá es tan poco complaciente!

––Unos baños de mar me dejarían como nueva.

––Y tía Cialdini asegura que a mí también me sentarían muy bien ––añadió Guang.

Estas lamentaciones resonaban de continuo en la casa de Hasetsu. Otabek trataba de mantenerse aislado, pero no podía evitar la vergüenza. Reconocía de nuevo la justicia de las observaciones de Plisetsky, y nunca se había sentido tan dispuesto a perdonarle por haberse opuesto a los planes de su amigo. Pero la melancolía de Minami no tardó en disiparse, pues recibió una invitación del Omega Morooka, el esposo del coronel del regimiento, para que lo acompañase a Vancouver. Este inapreciable amigo de Minami era muy joven y hacía poco que se había enlazado. Como los dos eran igual de alegres y animados, congeniaban perfectamente y a los tres meses de conocerse eran ya íntimos.

El entusiasmo de Minami y la adoración que le entró por Hikaru Morooka, la satisfacción de la señora Katsuki, y la mortificación de Guang, fueron casi indescriptibles. Sin preocuparse lo más mínimo por el disgusto de su hermano, Minami corrió por la casa completamente extasiado, pidiendo a todos que lo felicitaran, riendo y hablando con más ímpetu que nunca, mientras el pobre Guang continuaba en el salón lamentando su mala suerte en términos poco razonables y con un humor de perros.

––No veo por qué el Omega Morooka no me invita a mí también ––decía––, aunque Minami sea su amigo particular. Tengo el mismo derecho que el a que me invite, y más aún, porque yo soy mayor.

En vano procuró Otabek que entrase en razón y en vano pretendió Yuuri que se resignase. La dichosa invitación despertó en Otabek sentimientos bien distintos a los de Minami y su madre; comprendió claramente que ya no había ninguna esperanza de que la señora Katsuki diese alguna prueba de sentido común. No pudo menos que pedirle a su padre que no dejase a Minami ir a Vancouver, pues semejante paso podía tener funestas consecuencias. Le hizo ver la inconveniencia de Minami, las escasas ventajas que podía reportarle su amistad con el Omega Morooka, y el peligro de que con aquella compañía redoblase la imprudencia de Minami en Vancouver, donde las tentaciones serían mayores.

El señor Katsuki escuchó con atención a su hijo y le dijo:

––Minami no estará tranquilo hasta que haga el ridículo en público en un sitio u otro, y nunca podremos esperar que lo haga con tan poco gasto y sacrificio para su familia como en esta ocasión.

––Si supieras ––replicó Otabek–– los grandes daños que nos puede acarrear a todos lo que diga la gente del proceder inconveniente e indiscreto de Minami, y los que ya nos ha acarreado, estoy seguro de que pensarías de modo muy distinto.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora