Cuando todos se habían ido, Otabek, como si se propusiera exasperarse más aún contra Plisetsky, se dedicó a repasar todas las cartas que había recibido de Yuuri desde que se hallaba en URS. No contenían lamentaciones ni nada que denotase que se acordaba de lo pasado ni que indicase que sufría por ello; pero en conjunto y casi en cada línea faltaba la alegría que solía caracterizar el estilo de Yuuri, alegría que, como era natural en un carácter tan tranquilo y afectuoso, casi nunca se había eclipsado. Otabek se fijaba en todas las frases reveladoras de desasosiego, con una atención que no había puesto en la primera lectura. El vergonzoso alarde de Plisetsky por el daño que había causado le hacía sentir más vivamente el sufrimiento de su hermano. Le consolaba un poco pensar que dentro de dos días estaría de nuevo al lado de Yuuri y podría contribuir a que recobrase el ánimo con los cuidados que sólo el cariño puede dar.
No podía pensar en la marcha de Plisetsky sin recordar que su primo se iba con él; pero el coronel Feltsman le había dado a entender con claridad que no podía pensar en él. Mientras estaba meditando todo esto, la sorprendió la campanilla de la puerta, y abrigó la esperanza de que fuese el mismo coronel Feltsman que ya una vez los había visitado por la tarde y a lo mejor iba a preguntarle cómo se encontraba. Pero pronto desechó esa idea y siguió pensando en sus cosas cuando, con total sobresalto, vio que Plisetsky entraba en el salón. Inmediatamente empezó a preguntarle, muy acelerado, por su salud, atribuyendo la visita a su deseo de saber que se encontraba mejor. Él le contestó cortés pero fríamente. Otabek estaba asombrado pero no dijo ni una palabra.
Después de un silencio de varios minutos se acercó a él y muy agitado declaró:
––He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que lo admiro y lo amo apasionadamente.
El estupor de Otabek fue inexpresable. Enrojeció, se quedó mirándole fijamente, indeciso y mudo. Él lo interpretó como un signo favorable y siguió manifestándole todo lo que sentía por él desde hacía tiempo. Se explicaba bien, pero no sólo de su amor tenía que hablar, y no fue más elocuente en el tema de la ternura que en el del orgullo. La inferioridad de Otabek, la degradación que significaba para él, los obstáculos de familia que el buen juicio le había hecho anteponer siempre a la estimación. Hablaba de estas cosas con un ardor que reflejaba todo lo que le herían, pero todo ello no era lo más indicado para apoyar su demanda.
A pesar de toda la antipatía tan profundamente arraigada que le tenía, Otabek no pudo permanecer insensible a las manifestaciones de afecto de un Alfa como Plisetsky, y aunque su opinión no varió en lo más mínimo, se entristeció al principio por la decepción que iba a llevarse; pero el lenguaje que éste empleó luego fue tan insultante que toda la compasión se convirtió en ira. Sin embargo, trató de contestarle con calma cuando acabó de hablar. Concluyó asegurándole la firmeza de su amor que, a pesar de todos sus esfuerzos, no había podido vencer, y esperando que sería recompensado con la aceptación de su mano. Por su manera de hablar, Otabek advirtió por la maneras y aroma del Alfa en cuestión, que Plisetsky no ponía en duda que su respuesta sería favorable. Hablaba de temores y de ansiedad, pero su aspecto revelaba una seguridad absoluta. Esto lo exasperaba aún más y cuando él terminó, le contestó con las mejillas encendidas por la ira:
––En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.
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Mi Orgullo Y Tu Prejuicio (Omegaverse) {Yuri×Otabek}
Fiksi PenggemarEs una verdad mundialmente recconocida que un Alfa soltero necesita enlazarse con un Omega... Es una adaptación de la novela de Jane Austen "Orgullo Y Prejuicio", pero con los personajes de Mitsuroo Kubo cómo protagonistas. Es un Yurbek y un Victuur...