Capítulo 29

50 6 0
                                    

Sir Takeshi no pasó más que una semana en Nojima pero fue suficiente para convencerse de que su hijo estaba muy bien situado y de que un marido así y una vecindad como aquélla no se encontraba a menudo. Mientras estuvo allí, Lee dedicaba la mañana a pasearlo en su calesín para mostrarle la campiña; pero en cuanto se fue, la familia volvió a sus ocupaciones habituales. Otabek agradeció que con el cambio de vida ya no tuviese que ver a su primo tan frecuentemente, pues la mayor parte del tiempo que mediaba entre el almuerzo y la cena, Lee lo empleaba en trabajar en el jardín, en leer, en escribir o en mirar por la ventana de su despacho, que daba al camino. El cuarto donde solían quedarse los Omegas daba a la parte trasera de la casa. Al principio a Otabek le extrañaba que Phitchit no prefiriese estar en el comedor, que era una pieza más grande y de aspecto más agradable. Pero pronto vio que su amigo tenía excelentes razones para obrar así, pues Lee habría estado menos tiempo en su aposento, indudablemente, si ellos hubiesen disfrutado de uno tan grande como el suyo. Y Otabek aprobó la actitud de Phitchit.

Desde el salón no podían ver el camino, de modo que siempre era Lee el que le daba cuenta de los coches que pasaban y en especial de la frecuencia con que la señorita Baranovskaya cruzaba en su faetón, cosa que jamás dejaba de comunicarles aunque sucediese casi todos los días. La señorita solía detenerse en la casa para conversar unos minutos con Phitchit, pero era difícil convencerla de que bajase del carruaje. Pasaban pocos días sin que Lee diese un paseo hasta Royaling y su esposo creía a menudo un deber hacer lo propio; Otabek hasta le que recordó que podía haber otras familias dispuestas a hacer lo mismo. De vez en cuando lady Lilia les honraba con una visita, en el transcurso de la cual, nada de lo que ocurría en el salón le pasaba inadvertido. En efecto, se fijaba en lo que hacían, miraba sus labores y les aconsejaba hacerlas de otro modo, encontraba defectos en la disposición de los muebles o descubría negligencias en la criada; si aceptaba algún refrigerio parecía que no lo hacía más que para advertir que los cuartos de carne eran demasiado grandes para ellos.

Pronto se dio cuenta Otabek de que aunque la paz del condado no estaba encomendada a aquella gran Alfa, era una activa magistrada en su propia parroquia, cuyas minucias le comunicaba Lee, y siempre que alguno de los aldeanos estaba por armar gresca o se sentía descontento o desvalido, lady Lilia se personaba en el lugar requerido para zanjar las diferencias y reprenderlos, restableciendo la armonía o procurando la abundancia. La invitación a cenar en Royaling se repetía un par de veces por semana, y desde la partida de sir Takeshi, como sólo había una mesa de juego durante la velada, el entretenimiento era siempre el mismo. No tenían muchos otros compromisos, porque el estilo de vida del resto de los vecinos estaba por debajo del de los Lee. A Otabek no le importaba, estaba a gusto así, pasaba largos ratos charlando amenamente con Phitchit; y como el tiempo era estupendo, a pesar de la época del año, se distraía saliendo a caminar.

Su paseo favorito, que a menudo recorría mientras los otros visitaban a lady Lilia, era la alameda que bordeaba un lado de la finca donde había un sendero muy bonito y abrigado que nadie más que ella parecía apreciar, y en el cual se hallaba fuera del alcance de la curiosidad de lady Lilia. Con esta tranquilidad pasó rápidamente la primera quincena de su estancia en Nojima. Se acercaba la Pascua y la semana anterior a ésta iba a traer un aditamento a la familia de Royaling, lo cual, en aquel círculo tan reducido, tenía que resultar muy importante. Poco después de su llegada, Otabek oyó decir que Plisetsky iba a llegar dentro de unas semanas, y aunque hubiese preferido a cualquier otra de sus amistades, lo cierto era que su presencia podía aportar un poco de variedad a las veladas de Royaling y que podría divertirse viendo el poco fundamento de las esperanzas de la señorita Nikiforov mientras observaba la actitud de Plisetsky con la señorita Baranovskaya, a quien, evidentemente, le destinaba lady Lilia.

Su Señoría hablaba de su venida con enorme satisfacción, y de él, en términos de la más elevada admiración; y parecía que le molestaba que la señorita Nishigori y Otabek ya le hubiesen visto antes con frecuencia. Su llegada se supo en seguida, pues Lee llevaba toda la mañana paseando con la vista fija en los templetes de la entrada al camino de Nojima; en cuanto vio que el coche entraba en la finca, hizo su correspondiente reverencia, y corrió a casa a dar la magna noticia. A la mañana siguiente voló a Royaling a presentarle sus respetos. Pero había alguien más a quien presentárselos, pues allí se encontró con dos sobrinos de lady Lilia. Plisetsky había venido con el coronel Feltsman, hijo menor de su tío Lord; y con gran sorpresa de toda la casa, cuando Lee regresó ambos caballeros le acompañaron.

Phitchit los vio desde el cuarto de su marido cuando cruzaban el camino, y se precipitó hacia el otro cuarto para poner en conocimiento de los dos Omegas el gran honor que les esperaba, y añadió:

––Otabek, es a ti a quien debo agradecer esta muestra de cortesía. El señor Plisetsky no habría venido tan pronto a visitarme a mí.

Otabek apenas tuvo tiempo de negar su derecho a semejante cumplido, pues en seguida sonó la campanilla anunciando la llegada de los dos Alfas, que poco después entraban en la estancia. El coronel Feltsman iba delante; tendría unos cuarenta años, no era guapo, pero en su trato y su persona se distinguía al caballero. Plisetsky estaba igual que en Kyushu; cumplimentó a Phitchit con su habitual reserva, y cualesquiera que fuesen sus sentimientos con respecto a Otabek, lo saludó con aparente impasibilidad. Otabek se limitó a inclinarse sin decir palabra. El coronel Feltsman tomó parte en la conversación con la soltura y la facilidad de un Alfa bien educado, era muy ameno; pero su primo, después de hacer unas ligeras observaciones a Phitchit sobre el jardín y la casa, se quedó sentado durante largo tiempo sin hablar con nadie.

Por fin, sin embargo, su cortesía llegó hasta preguntar a Otabek cómo estaba su familia. Él le contestó en los términos normales, y después de un momento de silencio, añadió:

––Mi hermano mayor ha pasado estos tres meses en Yoilopolis. ¿No lo habrá visto, por casualidad?

Sabía de sobra que no la había visto, pero quería ver si le traicionaba algún gesto y se le notaba que era consciente de lo que había ocurrido entre los Nikiforov y Yuuri; y le pareció que estaba un poco cortado cuando respondió que nunca había tenido la suerte de encontrar mayor de los Omega Katsuki. No se habló más del asunto, y poco después los Alfas se fueron.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora