Capítulo 37

46 7 0
                                    

No esperaba Otabek, cuando Plisetsky le dio la carta, que en ella repitiese su proposición, pero no tenía ni idea de qué podía contener. Al descubrirlo, bien se puede suponer con qué rapidez la leyó y cuán encontradas sensaciones vino a suscitarle. Habría sido difícil definir sus sentimientos. Al principio creyó con asombro que Plisetsky querría disculparse lo mejor que pudiese, pero en seguida se convenció firmemente de que no podría darle ninguna explicación que el más elemental sentido de la dignidad no aconsejara ocultar. Con gran prejuicio contra todo lo que él pudiera decir, empezó a leer su relato acerca de lo sucedido en Ice Castle. Sus ojos recorrían el papel con tal ansiedad que apenas tenía tiempo de comprender, cerrando en ocasiones pero su impaciencia por saber lo que decía la frase siguiente le obligaban a seguir leyendo aunque con su prisa en la lectura impedía entender el sentido de la que estaba leyendo, por lo que tuvo que releer varias partes de la carta.

Al instante dio por hecho que la creencia de Plisetsky en la indiferencia de su hermano era falsa, y las peores objeciones que ponía a aquel matrimonio lo enojaban demasiado para poder hacerle justicia. A él le molestaba que no expresase ningún arrepentimiento por lo que había hecho; su estilo no revelaba contrición, sino altanería. En sus líneas no veía más que orgullo e insolencia. Pero cuando pasó a lo concerniente a Leroy, leyó ya con mayor atención. Ante aquel relato de los hechos que, de ser auténtico, había de destruir toda su buena opinión del joven Alfa, y que guardaba una alarmante afinidad con lo que el mismo Leroy había contado, sus sentimientos fueron aún más penosos y más difíciles de definir; el desconcierto, el recelo e incluso el horror la oprimían.

Hubiese querido desmentirlo todo y exclamó repetidas veces: « ¡Eso tiene que ser falso, eso no puede ser! ¡Debe de ser el mayor de los embustes!» Acabo de leer la carta, y sin haberse enterado apenas de la última o las dos últimas páginas, la guardó rápidamente y quejándose se dijo que no la volvería a mirar, que no quería saber nada de todo aquello. En semejante estado de perturbación, asaltado por mil confusos pensamientos, siguió paseando; pero no sirvió de nada; al cabo de medio minuto sacó de nuevo la carta y sobreponiéndose lo mejor que pudo, comenzó otra vez la mortificante lectura de lo que a Leroy se refería, dominándose hasta examinar el sentido de cada frase. Lo de su relación con la familia de Moscuberley era exactamente lo mismo que él había dicho, y la bondad del viejo señor Plisetsky, a pesar de que Otabek no había sabido hasta ahora hasta dónde había llegado, también coincidían con lo indicado por el propio Leroy.

Por lo tanto, un relato confirmaba el otro, pero cuando llegaba al tema del testamento la cosa era muy distinta. Todo lo que éste había dicho acerca de su beneficio eclesiástico estaba fresco en la memoria del joven Omega, y al recordar sus palabras tuvo que reconocer que había doble intención en uno u otro lado, y por unos instantes creyó que sus deseos no la engañaban. Pero cuando leyó y releyó todo lo sucedido a raíz de haber rehusado Leroy a la rectoría, a cambio de lo cual había recibido una suma tan considerable como tres mil libras, no pudo menos que volver a dudar. Dobló la carta y pesó todas las circunstancias con su pretendida imparcialidad, meditando sobre las probabilidades de sinceridad de cada relato, pero no adelantó nada; de uno y otro lado no encontraba más que afirmaciones.

Se puso a leer de nuevo, pero cada línea probaba con mayor claridad que aquel asunto que él no creyó que pudiese ser explicado más que como una infamia en detrimento del proceder de Plisetsky, era susceptible de ser expuesto de tal modo que dejaba a Plisetsky totalmente exento de culpa. Lo de los vicios y la prodigalidad que Plisetsky no vacilaba en imputarle a Leroy, lo indignaba en exceso, tanto más cuanto que no tenía pruebas para rebatir el testimonio de Plisetsky. Otabek no había oído hablar nunca de Leroy antes de su ingreso en la guarnición del condado, a lo cual le había inducido su encuentro casual en Yoilopolis con un joven a quien sólo conocía superficialmente. De su antigua vida no se sabía en Kyushu más que lo que él mismo había contado.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora