Capítulo 55

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En cuanto se marcharon, Otabek salió a pasear para recobrar el ánimo o, mejor dicho, para meditar la causa que le había hecho perderlo. La conducta de Plisetsky lo tenía asombrado y enojado. « ¿Por qué vino ––se decía–– para estar en silencio, serio e indiferente?» No podía explicárselo de modo satisfactorio.

«Si pudo estar amable y complaciente con mis tíos en Yoilopolis, ¿por qué no conmigo? Si me temía, ¿por qué vino? Y si ya no le importó nada, ¿por qué estuvo tan callado? ¡Qué Alfa más irritante! No quiero pensar más en él.» Involuntariamente mantuvo esta resolución durante un rato, porque se le acercó su hermano, cuyo alegre aspecto demostraba que estaba más satisfecho de la visita que él.

––Ahora ––le dijo––, pasado este primer encuentro, me siento completamente tranquilo. Sé que soy fuerte y que ya no me azoraré delante de él. Me alegro de que venga a comer el martes, porque así se verá que nos tratamos simplemente como amigos indiferentes.

––Sí, muy indiferentes ––contestó Otabek riéndose––. ¡Oh, Yuuri! ¡Ten cuidado!

––Beka, querido, no vas a creer que soy tan débil como para correr ningún peligro.

––Creo que estás en uno muy grande, porque él te ama como siempre.

No volvieron a ver a Nikiforov hasta el martes, y, entretanto, la señora Katsuki se entregó a todos los venturosos planes que la alegría y la constante dulzura del Alfa habían hecho revivir en media hora de visita. El martes se congregó en Hasetsu un numeroso grupo de gente y los señores que con más ansias eran esperados llegaron con toda puntualidad. Cuando entraron en el comedor, Otabek observó atentamente a Nikiforov para ver si ocupaba el lugar que siempre le había tocado en anteriores comidas al lado de su hermano; su prudente madre, pensando lo mismo, se guardó mucho de invitarle a que tomase asiento a su lado. Nikiforov pareció dudar, pero Yuuri acertó a mirar sonriente a su alrededor y la cosa quedó decidida: Nikiforov se sentó al lado de Yuuri.

Otabek, con triunfal satisfacción, miró a Plisetsky. Éste sostuvo la mirada con noble indiferencia, Otabek habría imaginado que Nikiforov había obtenido ya permiso de su amigo para disfrutar de su felicidad si no hubiese sorprendido los ojos de éste vueltos también hacia Plisetsky, con una expresión risueña, pero de alarma. La conducta de Nikiforov con Yuuri durante la comida reveló la admiración que sentía por él, y aunque era más circunspecta que antes, Otabek se quedó convencido de que si sólo dependiese de él, su dicha y la de Yuuri quedaría pronto asegurada. A pesar de que no se atrevía a confiar en el resultado, Otabek se quedó muy satisfecho y se sintió todo lo animado que su mal humor le permitía.

Plisetsky estaba al otro lado de la mesa, sentado al lado de la señora Katsuki, y Otabek comprendía lo poco grata que les era a los dos semejante colocación, y lo poco ventajosa que resultaba para nadie. No estaba lo bastante cerca para oír lo que decían, pero pudo observar que casi no se hablaban y lo fríos y ceremoniosos que eran sus modales cuando lo hacían. Esta antipatía de su madre por Plisetsky le hizo más penoso a Otabek el recuerdo de lo que todos le debían, y había momentos en que habría dado cualquier cosa por poder decir que su bondad no era desconocida ni despreciada por toda la familia.

Esperaba que la tarde le diera oportunidad de estar al lado de Plisetsky y que no acabara la visita sin poder cambiar con él algo más que el sencillo saludo de la llegada. Estaba tan ansioso y desasosegado que mientras esperaba en el salón la entrada de los Alfas, su desazón casi lo puso de mal talante. De la presencia de Plisetsky dependía para él toda esperanza de placer en aquella tarde. «Si no se dirige hacia mí ––se decía–– me daré por vencido.»

Entraron los Alfas y pareció que Plisetsky iba a hacer lo que el anhelaba; pero desgraciadamente los Omegas se habían agrupado alrededor de la mesa en donde la señora Katsuki preparaba el té y Otabek servía el café, estaban todas tan apiñados que no quedaba ningún sito libre a su lado ni lugar para otra silla. Al acercarse los Alfas, uno de los jóvenes Omegas se aproximó a Otabek y le dijo al oído:

––Los Alfas no vendrán a separarnos; ya lo tengo decidido; no nos hacen ninguna falta, ¿no es cierto?

Plisetsky entonces se fue a otro lado de la estancia. Otabek le seguía con la vista y envidiaba a todos con quienes conversaba; apenas tenía paciencia para servir el café, y llegó a ponerse furioso consigo mismo por ser tan tonto. « ¡Un Alfa al que he rechazado! Loco debo estar si espero que renazca su amor. No hay un solo Alfa que no se revelase contra la debilidad que supondría una segunda declaración al mismo Omega. No hay indignidad mayor para ellos.»

Se reanimó un poco al ver que Plisetsky venía a devolverle la taza de café, y el aprovechó la oportunidad para preguntarle:

–– ¿Sigue su hermana en Moscuberley?

––Sí, estará allí hasta las Navidades.

–– ¿Y está sola? ¿Se han ido ya todos sus amigos?

––Sólo la acompaña la señora Yuxu; los demás se han ido a Scarborough a pasar estas tres semanas.

A Otabek no se le ocurrió más que decir, pero si él hubiese querido hablar, ¡con qué placer le habría contestado! No obstante, se quedó a su lado unos minutos, en silencio, hasta que el Omega de antes se puso a cuchichear con Otabek, y entonces él se retiró. Una vez quitado el servicio de té y puestas las mesas de juego, se levantaron todos los Omegas. Otabek creyó entonces que podría estar con él, pero sus esperanzas rodaron por el suelo cuando vio que su madre se apoderaba de Plisetsky y le obligaba a sentarse a su mesa de whist. Otabek renunció ya a todas sus ilusiones. Toda la tarde estuvieron confinados en mesas diferentes, pero los ojos de Plisetsky se volvían tan a menudo donde él estaba, que tanto el uno como el otro perdieron todas las partidas. La señora Katsuki había proyectado que los dos Alfas de Ice Castle se quedaran a cenar, pero fueron los primeros en pedir su coche y no hubo manera de retenerlos.

––Bueno, niños ––dijo la madre en cuanto se hubieron ido todos––, ¿qué me dicen? A mi modo de ver todo ha ido hoy a pedir de boca. La comida ha estado tan bien presentada como las mejores que he visto; el venado asado, en su punto, y todo el mundo dijo que las ancas eran estupendas; la sopa, cincuenta veces mejor que la que nos sirvieron la semana pasada en casa de los Nishigori; y hasta el señor Plisetsky reconoció que las perdices estaban muy bien hechas, y eso que él debe de tener dos o tres cocineros Kazajos. Y, por otra parte, Yuuri querido, nunca estuviste más guapo que esta tarde; la señora Park lo afirmó cuando yo le pregunté su parecer. Y ¿qué crees que me dijo, además? « ¡Oh, señora Katsuki, por fin la tendremos en Ice Castle!» Así lo dijo. Opino que la señora Park es la mejor persona del mundo, y sus sobrinos son unos Omegas muy bien educados y no son feos del todo; me gustan mucho.

Total que la señora Katsuki estaba de magnífico humor. Se había fijado lo bastante en la conducta de Nikiforov para con Yuuri para convencerse de que al fin lo iba a conseguir. Estaba tan excitada y sus fantasías sobre el gran porvenir que esperaba a su familia fueron tan lejos de lo razonable, que se disgustó muchísimo al ver que Nikiforov no se presentaba al día siguiente para declararse.

––Ha sido un día muy agradable ––dijo Yuuri a Otabek––. ¡Qué selecta y qué cordial fue la fiesta! Espero que se repita.

Otabek se sonrió.

––No te rías. Me duele que seas así, Beka. Te aseguro que ahora he aprendido a disfrutar de su conversación y que no veo en él más que un joven Alfa inteligente y amable. Me encanta su proceder y no me importa que jamás haya pensado en mí. Sólo encuentro que su trato es dulce y más atento que el de ningún otro Alfa.

–– ¡Eres cruel! ––Contestó su hermano––. No me dejas sonreír y me estás provocando a hacerlo a cada momento.

–– ¡Qué difícil es que te crean en algunos casos!

–– ¡Y qué imposible en otros!

–– ¿Por qué te empeñas en convencerme de que siento más de lo que confieso?

––No sabría qué contestarte. A todos nos gusta dar lecciones, pero sólo enseñamos lo que no merece la pena saber. Perdóname, pero si persistes en tu indiferencia, es mejor que yo no sea tu confidente.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora