Capítulo 62

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El día en que la señora Katsuki se separó de sus dos mejores hijos, fue de gran bienaventuranza para todos sus sentimientos maternales. Puede suponerse con qué delicioso orgullo visitó después al Omega Nikiforov y habló del Omega Plisetsky. Querría poder decir, en atención a su familia, que el cumplimiento de sus más vivos anhelos al ver colocados a tantos de sus hijos, surtió el feliz efecto de convertirla en una Omega sensata, amable y juiciosa para toda su vida; pero quizá fue una suerte para su marido (que no habría podido gozar de la dicha del hogar en forma tan desusada) que siguiese ocasionalmente nerviosa e invariablemente mentecata.

El señor Katsuki echó mucho de menos a su Otabek; su afecto por él le sacó de casa con una frecuencia que no habría logrado ninguna otra cosa. Le deleitaba ir a Moscuberley, especialmente cuando menos le esperaban. Nikiforov y Yuuri sólo estuvieron un año en Ice Castle. La proximidad de su madre y de los parientes de Barcelonding no era deseable ni aun contando con el fácil carácter de Nikiforov y con el cariñoso corazón de Yuuri. Entonces se realizó el sueño dorado de las hermanos de Nikiforov; éste compró una posesión en un condado cercano a San Petersburginy, y Yuuri y Otabek, para colmo de su felicidad, no estuvieron más que a treinta millas de distancia.

Guang, sólo por su interés material, se pasaba la mayor parte del tiempo con sus dos hermanos mayores; y frecuentando una sociedad tan superior a la que siempre había conocido, progresó notablemente. Su temperamento no era tan indomable como el de Minami, y lejos del influjo de éste, llegó, gracias a una atención y dirección conveniente, a ser menos irritable, menos ignorante y menos insípido. Como era natural, lo apartaron cuidadosamente de las anteriores desventajas de la compañía de Minami, y aunque el Omega Leroy lo invitó muchas veces a ir a su casa, con la promesa de bailes y galanes, su padre nunca consintió que fuese.

Georgi fue el único que se quedó en la casa y se vio obligado a no despegarse de las faldas de la señora Katsuki, que no sabía estar sola. Con tal motivo tuvo que mezclarse más con el mundo, pero pudo todavía moralizar acerca de todas las visitas de las mañanas, y como ahora no lo mortificaban las comparaciones entre su belleza y la de sus hermanos, su padre sospechó que había aceptado el cambio sin disgusto.

En cuanto a Leroy y Minami, las bodas de sus hermanos les dejaron tal como estaban. Él aceptaba filosóficamente la convicción de que Otabek sabría ahora todas sus falsedades y toda su ingratitud que antes había ignorado; pero, no obstante, alimentaba aún la esperanza de que Plisetsky influyera para labrar su suerte. La carta de felicitación por su enlazamiento que Otabek recibió de Minami daba a entender que tal esperanza era acariciada, si no por él mismo, por lo menos por su Omega. Decía textualmente así:

«Mi querido Beka: Te deseo la mayor felicidad. Si quieres al señor Plisetsky la mitad de lo que yo quiero a mi adorado Leroy, serás muy dichoso. Es un gran consuelo pensar que eres tan rico; y cuando no tengas nada más que hacer, acuérdate de nosotros. Estoy seguro de que a Leroy le gustaría muchísimo un destino de la corte, y nunca tendremos bastante dinero para vivir allí sin alguna ayuda. Me refiero a una plaza de trescientas o cuatrocientas libras anuales aproximadamente; pero, de todos modos, no le hables a Plisetsky de eso si no lo crees conveniente.»

Y como daba la casualidad de que Otabek lo creía muy inconveniente, en su contestación trató de poner fin a todo ruego y sueño de esa índole. Pero con frecuencia le mandaba todas las ayudas que le permitía su práctica de lo que él llamaba economía en sus gastos privados. Siempre se vio que los ingresos administrados por personas tan manirrotas como ellos dos y tan descuidados por el porvenir, habían de ser insuficientes para mantenerse. Cada vez que se mudaban, o Yuuri u Otabek recibían alguna súplica de auxilio para pagar sus cuentas. Su vida, incluso después de que la paz les confinó a un hogar, era extremadamente agitada. Siempre andaban cambiándose de un lado para otro en busca de una casa más barata y siempre gastando más de lo que podían. El afecto de Leroy por Minami no tardó en convertirse en indiferencia; el de Minami duró un poco más, y a pesar de su juventud y de su aire, conservó todos los derechos a la reputación que su enlazamiento le había dado. Aunque Plisetsky nunca recibió a Leroy en Moscuberley, le ayudó a progresar en su carrera por consideración a Otabek. Minami les hizo alguna que otra visita cuando su marido iba a divertirse a Yoilopolis o iba a tomar baños. A menudo pasaban temporadas con los Nikiforov, hasta tal punto que lograron acabar con el buen humor de Nikiforov y llegó a insinuarles que se largasen.

La señorita Nikiforov quedó muy resentida con el enlazamiento de Plisetsky, pero en cuanto se creyó con derecho a visitar Moscuberley, se le pasó el resentimiento: estuvo más loca que nunca por Mila, casi tan atenta con Plisetsky como en otro tiempo y tan cortés con Otabek que le pagó sus atrasos de urbanidad. Mila se quedó entonces a vivir en Moscuberley y se encariñó con su cuñado tanto como Plisetsky había previsto. Los dos Omegas se querían tiernamente. Mila tenía el más alto concepto de Otabek, aunque al principio se asombrase y casi se asustase al ver lo juguetón que era con su hermano; veía a aquel Alfa que siempre le había inspirado un respeto que casi sobrepasaba al cariño, convertido en objeto de francas bromas. Su entendimiento recibió unas luces con las que nunca se había tropezado. Ilustrada por Otabek, empezó a comprender que una Omega puede tomarse con su compañero unas libertades que un hermano nunca puede tolerar a una hermana diez años menor que él.

Lady Lilia se puso como una fiera con la boda de su sobrino, y como abrió la esclusa a toda su genuina franqueza al contestar a la carta en la que él le informaba de su compromiso, usó un lenguaje tan inmoderado, especialmente al referirse a Otabek, que sus relaciones quedaron interrumpidas por algún tiempo. Pero, al final, convencido por Otabek, Plisetsky accedió a perdonar la ofensa y buscó la reconciliación. Su tía resistió todavía un poquito, pero cedió o a su cariño por él o a su curiosidad por ver cómo se comportaba su Omega, de modo que se dignó visitarles en Moscuberley, a pesar de la profanación que habían sufrido sus bosques no sólo por la presencia de semejante Omega, sino también por las visitas de sus tíos de Yoilopolis.

Con los Giacometti estuvieron siempre los Plisetsky en las más íntima relación. Plisetsky, lo mismo que Otabek, les quería de veras; ambos sentían la más ardiente gratitud por las personas que, al llevar a Otabek a San Petersburginy, habían sido las causantes de su unión.

FIN

Oficialmente aquí termina la novela. Los siguientes capítulos son en base a la novela "El Diario de Mr. Darcy". Si gustan dejar de leer aquí, no habrá problema, pero lo que sigue son aspectos que la escritora Amanda Grange creyó que sería bueno conocer de tan bellos personajes.

Mi Orgullo Y Tu Prejuicio  (Omegaverse) {Yuri×Otabek}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora