Todo el mundo estaba acostumbrado a ella. Sus perdidos ojos rojos. Sus caminos de medianoche acompañados de la brisa.
Era un caos. Un caos revolucionario. Una normalidad abrumadora. Estaba tan rota que des de muy cerca podías sentir los cristales afilados rozándote.
Era costumbre verla sola. Siguiendo un ciclo continúo. El primer día siempre lloraba. Al segundo gritaba. Y el último cantaba. Una dulce melodía que hacía peligrar los sentidos.
Mucha gente se quedaba a observarla rutinariamente. A ver con que les sorprendería ese día. Pero nadie nunca se atrevió a acercarse.
La chica siguió llorando. Siguió gritando. Hasta que un día dejo de cantar.
Ese día fue el más raro de todos. ¿Por qué hoy no canta? Se preguntaron muchos, los ya aficionados a ese espectáculo.
Pero como siempre nadie se acerco, no buscaron una explicación. Volvieron a caminar. No miraron atrás. Asociaban todo aquello al miedo.
Ella no se rindió. Siguió con su rutina. Siempre mirando al cielo. Cosa que a muchos extrañaba. Jamás le habían visto bajar la cabeza, incluso cuando lloraba no lo hacia
Un día una vieja foto se le cayó del bolsillo. Puede que no se hubiese dado cuenta pero ella siguió caminando, hacia el mismo arce que velaba sus encuentros.
Nadie se atrevió a coger la foto. Excepto un niño.
-Toma. Se te ha caído. – le devolvió la foto con una sonrisa inocente. No entendía porque nadie se acercaba a ella. Él no iba a ser como los demás.
La chica se lo quedo mirando por unos segundos. Estiro la mano y con delicadeza cogió su foto. No le hablo. Ninguna palabra abandono sus labios. Se fue caminando hacia el arce.
El niño extrañado decidió regresar a su casa con su madre.
-¿Qué has estado haciendo hoy, mama?
-He preparado un pastel con pepitas de chocolate. Tú favorito. ¿Y tú?
-He devuelto una foto a una chica. Se le había caído del bolsillo.
Su madre sonrió con ternura. Su hijo era todo un galán.
-¿Qué chica, cariño?
-La que camina sola.
Un estruendo se escucho en toda la cocina. La madre había dejado caer la espátula de metal con la que preparaba el delicioso pastel.
-¿Estás bien, mama?
-No te vuelvas a acercar a ella.
El niño curioso de la respuesta de su madre no pudo evitar preguntar.
-¿Por qué?
-Porque te lo digo yo.
Al niño no le pareció una buena respuesta. Odiaba desobedecer a su madre pero no estaba siendo justa. Él pensaba que a esa chica lo único que le hacía falta era un amigo y ¿Por qué no, él?
Al día siguiente se levanto pronto para llegar antes que ella al arce. Espero unos cinco minutos hasta que la chica llego. Otra vez se lo quedo mirando.
-¿Cómo te llamas?
La chica no le contesto.
El chico le repitió la pregunta sin borrar su sonrisa.
-¿Cómo te llamas?
La chica no dejo de mirarle. No aparto sus ojos de él. Hubo un ligero movimiento en su cara, casi imperceptible, como si estuviera intentando mover la boca pero no le salieran las palabras. Entonces levanto las manos. Se señalo sus oídos y después negó con la cabeza.
El niño no tardo en comprender lo que pasaba. Saco su cuaderno de Bob esponja del bolsillo y con un lápiz escribió la pregunta que le había estado haciendo.
-¿Cómo te llamas?
-Elisa-a
El niño sonrió. La chica lo siguió.
-¿Por qué siempre miras al cielo?
La chica se tomo su tiempo para contestar.
-Mi hermano pequeño me cuida des de ahí.
-Lo siento - el niño hablo con sinceridad.
-Tranquilo. No está solo. Mis padres lo cuidan.
Lo siguiente fue silencio.
Un silencio incomprendido.