Cerraba los ojos.
Deseaba poder dormirse aquella noche. Soñar con él. Una vez más.
Una última vez. Para "despedirse", aunque aquello doliera más que no volverse a ver.
Él le hacía sentirse viva. Después de tanto tiempo. Había conseguido convertirse en su refugio. El lugar al que recurría cuando las cosas iban mal.
A veces no le hacía falta que hablara. Con que la mirara tenía suficiente. Pues su mirada era pecado y salvación al mismo tiempo, la antítesis perfecta.
Sus ojos. Del mismo color que las sombras. Levantaban miedo y fascinación, un cúmulo de sentimientos encontrados que cuando chocaban desataban una gran catástrofe. La catástrofe de su mirada, encima de ella.
Quería cerrar los ojos. Una vez más. Para "despedirse".
Para susurrar con inocencia un "hasta luego" que no se iba a cumplir. Al menos no aquella vez.
Los ángeles eran testigos de lo que sucedía. La manera en que él la trataba. El modo en que lograba hacerla sentir sin tocarla, sin ni siquiera pronunciar palabra.
Con delicadeza, como si la fragilidad de una de aquellas muñecas de porcelana con las que solía jugar de pequeña hubieran cobrado vida. Como si ahora ella fuera una de esas muñecas.
Y no le molestaba. Al menos no siempre.
Era extraño y gratificante sentir que le importabas a alguien de alguna manera. Le ponía los pelos de punta el tan solo pensarlo.
Consiguió cerrar los ojos.
Y entonces lo volvió a ver.