Estábamos en un parque.
Sentados.
Hablando de la vida y de las locuras que solíamos cometer cuando éramos unos críos.
Y miranos ahora.
Tan mayores.
Tan grandes.
Tan nosotros.
Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si aún fuéramos aquellos niños que se peleaban por no compartir la plastelina en la clase de las tortugas.
Recuerdo que me abrazaste. Que me besaste en la cabeza como quién quiere proteger. Que me apretaste con fuerza y me dijiste: " te he echado de menos".
Me lo volví a creer. Otra vez.
Porque sigo siendo aquella niña ilusa que le dio una parte de su plastilina al matón de clase. Aquella niña que seguía viendo algo bueno en todas las personas. Le hicieran daño o no.
Estábamos sentados.
En el banco de un parque.
Recuerdo sentir el olor de tu colonia. Y recordar todas las veces que me prometiste que yo era única, que yo era especial.
Recuerdo estar hablando de algo y perder el hilo.
Te juro que intente recuperar lo que estaba diciendo en tus labios. Pero aún me perdí más.
Y, dios, que para anestesia local la de tu sonrisa.
Recuerdo estar hablando.
Y recuerdo como sabías callarme.
Casi dos años más tarde. Volvías a abrazarme como antes. Como si no me hubieras olvidado.
Me lo volví a creer. Otra vez.
Debe ser que está niña no creció. Porque siguió entregando una parte de su corazón al matón de clase, aunque para ti no fuera tan especial como decías que era, ni tampoco tan única.
Ahora firmó esto como si fuera una despedida. Como quién dice adiós sin mover los labios. En otro intento más de que sea para siempre.
Hasta que vea tu sonrisa y me vuelva a perder.
