Palabras.
Hay mucha gente que dice que es fácil escribir. Solo son palabras en un folio en blanco que acaba creando un resultado homogéneo a los ojos de un amante que espera su carta. Sin embargo, esas personas están equivocadas. Y aventurándome en terrenos movedizos me atrevería a decir que no tienen ni una jodida idea de lo que es escribir.
Porque escribir son más que palabras bonitas adornando un dina cuatro. Es tener el valor suficiente de arrancarte el corazón, cerrarlo en un puño y dejar que fluya lo más profundo que hay en ti. Eso que escondías bajo un candado por miedo a que la chica de la que te enamoraste en primaria descubra que tu fuiste el que grafiteo su estuche, un acto que dependiendo de quién ve puede resultar una declaración amorosa o una expulsión por vandalismo leve.
Pero hay algo de razón en la afirmación de la que partimos. Puede que sea fácil escribir cuando la cosa no va contigo, o en un caso mejor, puede que sea fácil escribir cuando se trata de las mentiras de un muñeco educado a no decir la verdad y a que le creciera la nariz por ello. Sí, es fácil escribir cuando no implicas todo tu cuerpo en ello, cuando haces una autopsia superficial pero no te paras a meter el dedo en las heridas y no dejas que sangren...las palabras.
Quizás por eso hay algún iluso que sigue diciendo que es fácil escribir. Es fácil, sí, cuando no te dejas el corazón en ello.
Tic tac. Las gotas del corazón que estrujo en mi mano se derraman. ¿Qué pasa?
Ha llegado la hora de ser sincera. No queda tiempo. Debo escribir mis sentimientos.
Después de toda esta introducción que quizás no ha servido absolutamente de nada sino piensas en ella como una metáfora. Voy a ser sincera. A escribir con el corazón. En la mano. O encerrado en un puño. Qué más da.
Hoy te escribo para resumirte en palabras bonitas que vengas, que vuelvas, que el artista deja de escribir cuando pierde su pluma.
Y ahí va, mírala, qué bonita. Mi inspiración favorita.