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Carta abierta a mis miedos
(o algo parecido)

Puedo pensar en muchas cosas a la vez, y puede que nunca llegue a decir lo que deseo borrar de mi consciencia.

Cuando tengo miedo, cuando me dá vértigo el espacio en donde mis pies se quedan quietos; cuando el día ilumina todo, cuando todo es inválido y estándar, cuando las semanas parecen horas, cuando el tiempo es tan obsoleto como una moneda sin suerte; me digo que todo seguirá, que todo "va a pasar".

Las cosas pasan aunque yo no quiera, no pasan hasta cuando espero que sucedan. Y, a veces (muchas veces), me pregunto: ¿Es que no podés dejar de soñar con tonterías?, ¿por qué no sólo vivís, a pesar de la falta de armonía?

Cuando tengo miedo y todo parece asfixiante, cuando la memoria resulta insultante, cuando leer se vuelve una tarea irrealizable; camino para calmar todo lo que pueda, para no hundirme en ninguna parte, para no arruinar la paz que me dá el día, el sol y las flores de manzanilla.

No me dá vergüenza decir que tengo miedo, no me apena afirmar lo que está en mi cerebro y en lo que aún se encuentra encerrado entre más de diez huesos.

En realidad, debería darme vergüenza ponerle una máscara a mis sentimientos, debería darme vergüenza negar todo lo que me "pasa".

No es malo, no debe dar vergüenza.

Es un estado, es un aprecio a la sinceridad.

Cada palabra que suelto, que se filtra en mis pensamiento, que se mezcla con insultos y que siguen siendo burdas tonterías, son cosas que admiro.

Al menos puedo expresar algo de lo que tengo y muy pocas veces suelto. Aunque sea medio tonto, como canciones que casi nadie quiere escuchar, al menos es un fragmento "completo" de lo que siempre estará dentro de la caja que se deja a la deriva y nadie quiere encontrar.

CoraticumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora