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Mis pensamientos son un cuatro.

Son un número par;
sobrevalorado, efectivo, satisfactorio y poco apreciado.
Casi ignorado.

Y también soy un siete.

Soy un número impar;
débil, fuerte, que da poco pero deja mucho, se escapa de otros números y sigue presente, como si fuera un digno ejemplo a seguir.

Existen dos números en mí.

Siete y cuatro,
par e impar.

Así soy...
Y así somos.

Un único conjunto de todo,
que no necesita ser un perfecto diez para existir en éste mundo.

Somos más que ése prototipo.
Somos un maravilloso once que nunca deja su infinito,
ni con su diez ni con su agregado como número.






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