-Lo lamento mucho, Alex. Pero no nos dejas alternativas.- se disculpó John, mientras se sentaba en una de las sillas.
Volvieron a encerrarme pero esta vez en el sótano y esposada del tobillo derecho a unas vigas de concreto. ¡Perfecto!
-Bien. Ya me tienes. ¿Y ahora qué?- mascullé, sentada en el colchón que habían tirado en el suelo para mí.
-Explicarte todo lo que está pasando...- hizo una pausa, tomó aire y parecía querer ordenar sus pensamientos.- Bien...- otra pausa, miró a la puerta y quedó tildado.-... empecemos por lo de tu verdadera naturaleza...-
-¿De qué hablas?- le solté a la defensiva.
-Sé que eres una Murdok, yo también lo soy.- dijo señalándose a él mismo.- Todos en esta casa lo son.-
-Pruébalo.-
Sacó un cuchillo de su bota y lo lanzó, sin mirar, a la diana para dardos que estaba a cuatro metros de nosotros, del otro lado de la habitación.
-¿Suficiente?- preguntó arrogante. No dejó de mirar mis ojos en todo momento.- Como te dije, soy un Murdok, tus padres, que también son los míos, también lo eran, los padres de nuestros padres también lo eran.-
La puerta se abrió y pude ver a Danniel que venía con una bandeja de comida, tres vasos y una jarra de jugo.
-Pensé que tal vez tendrías hambre.- dijo él, acercándome la bandeja.
-Gracias.- contesté.
-¿Te quedas?- preguntó John a Danniel, quien asintió y se sentó en la otra silla.
-Como te decía, nuestro linaje viene de una familia fuerte y poderosa. Nuestros padres lo eran, pero en cuanto los lobos se enteraron, comenzaron a darle caza. Los cinco, papá, mamá, tú, Danniel y yo, vivíamos mudandonos de estado en estado, de país en país y de continente en continente. Ellos hicieron hasta lo imposible por mantenernos juntos y con vida a los tres, por eso en un último intento sacrificaron sus vidas por nosotros. En cuanto me enteré de lo que era no dude en buscarlos a ustedes dos.- finalizó señalándonos a Danniel y a mí.
-Por eso me dejaron en un asqueroso orfanato.- medité yo y ambos asintieron.
-La última vez que los ví fue cuando tenía siete años. Recuerdo que fuimos a la casa de los abuelos, una casa en medio de un campo, nadie los encontraría ahí, ya que para encontrar la casa tenías que ser un Murdok, de no serlo te perderías y sufrirías la peor de las muertes. Fuimos solo los tres, ustedes dos ya se habían ido a sus respectivos destinos. Pensé que solo visitaríamos a los abuelos, pero algo en mi interior me dijo que no sería una simple visita. Cuando la noche cayó ellos fueron a darme mi beso de las buenas noches.
-Mamá ya no se veía como mamá, la mamá joven y reluciente que recordaba que era cuando tuvo a sus mellizos, no, en su lugar, en su momento, solo veía a una mujer demacrada que lloraba todas las noches. Con papá lo mismo. A veces los sorprendía llorando a los dos, abrazados.
-Como les decía, la noche que fueron a darme mi último beso, mamá no dejaba de sollozar mientras papá la abrazaba. Claro está que a los siete años no entiendes muy bien que tus padres van a enfrentarse a unas horribles criaturas solo para que sus hijos puedan vivir y que ellos no volverían a casa después.
Los ojos de John estaban cristalizados mientras miraba un punto fijo en el suelo.
-Los extrañé mucho los primeros años, aunque también los odiaba por haberme abandonado así como así, hasta que la abuela me explicó que ellos aún estaban conmigo, siempre lo iban a hacer.